lunes, 31 de marzo de 2014

Tacataca

Seductores ejércitos de humanos en miniatura, con maderas exquisitas como cordilleras que rodean el verdor artificial de su pasto invisible e infértil. Sus cilindros espaciales con su metal  quimérico sostienen a esas efigies casi religiosas, con sus cuerpos de camiseta abanderada. El magnetismo de esas pelotas, que son más bien frutos afrodisíacos, disparan el furor y la manía por mi garganta usualmente mansa y calma. El temblor de manos, los ojos ávidos, con ansia de violencia, de reventar con campanazos infernales lo arcos de marfil hasta remecer sus cimientos. El éxtasis frenético se derrama como ambrosía divina por todos mis poros, embriagándome y violándome, hasta que desaparece mi carne y mis huesos, para dejar en su lugar a una bestia furibunda, un caballo demoníaco, un espíritu de éter y piedras. El último gol se sucede con una velocidad imposible, y mi alma se ahoga instantáneamente, sofocando hasta la última llama de pasión, devolviéndome las facultades racionales, mi autocontrol, entregándome los dientes molidos, los pulmones vacíos, y las energías prostituidas. El juego es un viaje épico hasta mi autodestrucción y hacia el sueño salvaje de mi reencarnación.



Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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