A mis pies, como torbellinos,
Mis múltiples cadáveres,
La piel arrancada de mis costados.
Frente a mí, luces de Abril.
Me rodea un frescor nuevo,
Irreconociblemente nuevo.
Respiro por primera vez,
Ya no soy más Ayipam.
He cambiado, vida,
He cambiado.
No escucho las voces,
Su fuego ya no me toca,
Y es por amor que permanezco.
He detenido el caudal de palabras,
Lo que otros digan de mí
Ya no me interesa.
Ellos no son ya dekei,
Derod lleva meses en el mar,
Y no los extraño, vida,
No los extraño.
Me levanto de las cruces,
Alzo vuelo desde las brasas,
Y despliego mis alas de colores.
Dejo atrás lo inmundo,
Ando cerca de la dicha,
Y el cielo se me antoja abrazable.
Ahora soy otro, soy viento,
Me hago Epiti -cielo/mariposa-
He cambiado, vida,
He cambiado.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
La Vida Nace de Mí ~ Es un proyecto que recolecta las creaciones artísticas y reflexiones del poeta chileno Felipe Guzmán Bejarano, y que cuenta con las colaboraciones ocasionales de sus amistades. Las emociones y su profundidad infinita son un universo por descubrir, y el autor invita a sus lectores a embarcarse en la aventura, a veces deleitante, otras tantas terrorífica, de conocer el contenido del propio corazón.
viernes, 21 de abril de 2017
lunes, 17 de abril de 2017
Buen día
Un buen día
La sangre dejó de caer
Deteniendo el sonido hueco
Y lleno de silencioso hielo mortecino
Ya no habían espaldas
No quedaban tempestades
Las montañas eran granos de arena
Un buen día llegaba
La barca partió a la isla
Para no volver al reino luminoso
Secerse se marchaba para siempre
A cuidar de Derod en su ataúd de estrellas
Fue buen día aquel
La mariposa de cadáveres caía
En el fuego de la consumación
Denso en su prodigar y júbilo
La torre de escorpiones
Derrumbada tras el soplo magnífico
De la blanca piel y el calor
Extasiante en su entrega
Un buen día
Llegaron bendiciones
Por la gracia del cielo
Que despedía la noche amarga
Y ese buen día
Prometió con una sonrisa
Que se quedaría con su sol azul
Esta vez de verdad se quedaría
Esa fue su promesa de buen día
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
La sangre dejó de caer
Deteniendo el sonido hueco
Y lleno de silencioso hielo mortecino
Ya no habían espaldas
No quedaban tempestades
Las montañas eran granos de arena
Un buen día llegaba
La barca partió a la isla
Para no volver al reino luminoso
Secerse se marchaba para siempre
A cuidar de Derod en su ataúd de estrellas
Fue buen día aquel
La mariposa de cadáveres caía
En el fuego de la consumación
Denso en su prodigar y júbilo
La torre de escorpiones
Derrumbada tras el soplo magnífico
De la blanca piel y el calor
Extasiante en su entrega
Un buen día
Llegaron bendiciones
Por la gracia del cielo
Que despedía la noche amarga
Y ese buen día
Prometió con una sonrisa
Que se quedaría con su sol azul
Esta vez de verdad se quedaría
Esa fue su promesa de buen día
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
Dichosos Maestros
Son el instinto y la felicidad,
¿Sabes?
El pulso vital ardiendo en tu centro,
Golpeando en las paredes de tu pecho,
Clamando gloriosos su existencia.
Es del sabio el placer y la emoción,
Su espada valiente brillando en los ojos,
Cortando el deseo y el amor en partes iguales.
Multiplicación de bendiciones.
¿Sabes?
La cascada refulgente tras tu garganta
Es la felicidad caminando de la mano
Con su amante, el instinto gallardo.
Pasean, gorjean, se precipitan en la risa,
Llueven en la más tierna de las tierras.
Plantan juntos un jardín modesto,
La felicidad lo colma de luz solar,
El instinto lo nutre y lo abraza amoroso.
Sus frutos arden, laten, laten y arden,
Explosiones de fogosa riqueza natural.
Son la felicidad y el instinto,
¿Sabes?
Los maestros, finísimos, de los buenos.
Sus enseñanzas valen más que todo el oro,
Y sus palabras, invisibles, inaudibles,
Infunden vida en los cuerpos otrora vencidos.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
¿Sabes?
El pulso vital ardiendo en tu centro,
Golpeando en las paredes de tu pecho,
Clamando gloriosos su existencia.
Es del sabio el placer y la emoción,
Su espada valiente brillando en los ojos,
Cortando el deseo y el amor en partes iguales.
Multiplicación de bendiciones.
¿Sabes?
La cascada refulgente tras tu garganta
Es la felicidad caminando de la mano
Con su amante, el instinto gallardo.
Pasean, gorjean, se precipitan en la risa,
Llueven en la más tierna de las tierras.
Plantan juntos un jardín modesto,
La felicidad lo colma de luz solar,
El instinto lo nutre y lo abraza amoroso.
Sus frutos arden, laten, laten y arden,
Explosiones de fogosa riqueza natural.
Son la felicidad y el instinto,
¿Sabes?
Los maestros, finísimos, de los buenos.
Sus enseñanzas valen más que todo el oro,
Y sus palabras, invisibles, inaudibles,
Infunden vida en los cuerpos otrora vencidos.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
martes, 11 de abril de 2017
La luz y el asombro
Te encontré.
No en el momento en que te esperaba,
No con el rostro que creí que tendrías.
Encontré tu mano dulcemente blanca
Jugando con mi mano de noches amargas.
Me das a beber del agua de tu sol interno.
Acunas mi pecho con tu pecho y sonríes,
Alzas mis latidos más allá del reino del viento,
Y siento el cariño que perdí cuando no era más que un niño.
Olvidaba ese cariño, extrañaba el deleite en el corazón.
Te supe durante años,
Sabía que tenías que estar en un bosque,
En algún tiempo de fresnos,
En algún rincón del planeta.
Supe de tu aroma y quise abrazarte.
Busqué ese aroma, esa luz que dejaban tus pasos.
En mi desesperado intento por encontrarte
Tras la opresión de los muros de este laberinto,
Deseé encontrarte:
Pateé, lloré,
Luché con mis alas y mis cadenas,
Todo por llegar a tu lado.
Y aquí estás,
Jugando con mi mano de noches amargas.
Mostrándome las bondades de tu piel
Y las bendición de tu cercana confianza.
Siete pétalos rodean hoy mi corazón.
Siete ríos atraviesan mi espalda,
Disolviendo en sus corrientes divinas
Las veintiocho cruces que yo cargaba.
Cómo pesaban esas cruces, cómo se hundían en mí.
Tu mano disipa mis dudas,
Espanta las noches amargas,
Y en acto indudablemente milagroso
Llena de flores mis antiguos desiertos.
Tú traes la luz, felicidad, y yo pongo el asombro, descubrimiento.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
No en el momento en que te esperaba,
No con el rostro que creí que tendrías.
Encontré tu mano dulcemente blanca
Jugando con mi mano de noches amargas.
Me das a beber del agua de tu sol interno.
Acunas mi pecho con tu pecho y sonríes,
Alzas mis latidos más allá del reino del viento,
Y siento el cariño que perdí cuando no era más que un niño.
Olvidaba ese cariño, extrañaba el deleite en el corazón.
Te supe durante años,
Sabía que tenías que estar en un bosque,
En algún tiempo de fresnos,
En algún rincón del planeta.
Supe de tu aroma y quise abrazarte.
Busqué ese aroma, esa luz que dejaban tus pasos.
En mi desesperado intento por encontrarte
Tras la opresión de los muros de este laberinto,
Deseé encontrarte:
Pateé, lloré,
Luché con mis alas y mis cadenas,
Todo por llegar a tu lado.
Y aquí estás,
Jugando con mi mano de noches amargas.
Mostrándome las bondades de tu piel
Y las bendición de tu cercana confianza.
Siete pétalos rodean hoy mi corazón.
Siete ríos atraviesan mi espalda,
Disolviendo en sus corrientes divinas
Las veintiocho cruces que yo cargaba.
Cómo pesaban esas cruces, cómo se hundían en mí.
Tu mano disipa mis dudas,
Espanta las noches amargas,
Y en acto indudablemente milagroso
Llena de flores mis antiguos desiertos.
Tú traes la luz, felicidad, y yo pongo el asombro, descubrimiento.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
sábado, 8 de abril de 2017
Eclosión
El frío da paso al amor:
El capullo se resquebraja.
Mis brazos se abren,
Cuarenta y dos pétalos.
Revelando mi rojo pistilo,
Sonrío con todas mis caras.
Hoy cosecho el fruto
De todo mi esfuerzo.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
El capullo se resquebraja.
Mis brazos se abren,
Cuarenta y dos pétalos.
Revelando mi rojo pistilo,
Sonrío con todas mis caras.
Hoy cosecho el fruto
De todo mi esfuerzo.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
lunes, 3 de abril de 2017
El Coloso
La bestia
Lo toma todo
Sostiene
Con sus garras
El aliento
De sus víctimas
No da cuartel
Ni respeta
Asilo alguno
Consume
Devora
Con sus fauces
Hondas
Como lagunas
Se lo lleva
Todo
A bocanadas
Con fuerza de
Huracán
Chupa pezones
Cual aspiradora
Succiona sexos
Con furor
Veloz
Beligerante
Penetra la mente
Domina
No hay secretos
Todo es suyo
Nadie es
Nada
Ante sus ojos
Hipnóticos
Y su voz
Terrible
El coloso
Se alimenta
De miseria
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
Lo toma todo
Sostiene
Con sus garras
El aliento
De sus víctimas
No da cuartel
Ni respeta
Asilo alguno
Consume
Devora
Con sus fauces
Hondas
Como lagunas
Se lo lleva
Todo
A bocanadas
Con fuerza de
Huracán
Chupa pezones
Cual aspiradora
Succiona sexos
Con furor
Veloz
Beligerante
Penetra la mente
Domina
No hay secretos
Todo es suyo
Nadie es
Nada
Ante sus ojos
Hipnóticos
Y su voz
Terrible
El coloso
Se alimenta
De miseria
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
Aseo
Me gusta limpiar mi retrete,
Es una forma práctica
De lidiar con mi propia mierda.
Cuando la taza queda impoluta
Una sensación de orgullo me llena,
Como si limpiara mi consciencia.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
Es una forma práctica
De lidiar con mi propia mierda.
Cuando la taza queda impoluta
Una sensación de orgullo me llena,
Como si limpiara mi consciencia.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
domingo, 2 de abril de 2017
La Isla
Entre el agua y el calor vino.
La muerte vino de visita.
Con sus cachos enormes,
Sus patas oscuramente torcidas,
Su sonrisa dulce y helada,
La muerte vino a vernos a la isla.
Obviamente nos asustamos.
Pensamos que la habíamos dejado atrás.
Algunos de nosotros gritamos,
Otros se hicieron pipí encima.
La mayoría corrió a la casa que teníamos.
Pero unos pocos le sostuvieron la mirada.
La muerte mostró sus dientes, se rió.
De debajo de su túnica saco flores,
Jarros con mermelada
Y regalos para cada uno de nosotros.
Vino a la isla a hacer las paces.
Nos abrazamos con la muerte.
Jugamos al pillarse con la muerte.
La hicimos pasar a la casa,
Le dimos un puesto en la mesa,
Comimos frutas y degustamos la mermelada.
A la noche la dejamos dormir en nuestras camas.
Iban pasando los días, la muerte se fue quedando.
Usaba palabras bonitas,
Nos daba besos en las mejillas y en los labios.
A veces nos tomaba de la mano
Y nos llevaba a rincones lejos en la isla.
Uno a uno, poco a poco, empezamos a amar.
Empezamos a querer intensamente a la muerte.
Ya había pasado un mes desde su llegada.
Respirábamos el mismo aire, casi.
Nuestro pensamiento daba vueltas sobre sí mismo,
Y la muerte parecía mariposa esos días.
Hizo entonces una proclamación.
Nos dijo que dejáramos la isla,
Que fuéramos con ella a su castillo de caballos,
Donde el fuego nunca es fuego
Y donde el tiempo desaparece de los relojes.
Su forma de hablar despertó dudas entre nosotros.
Nos corrió un escalofrío, abrimos los ojos.
Abrimos los ojos y la muerte ahí estaba,
Abierta de piernas, sus huesos como estacas,
Vomitando alquitrán y chasqueando la lengua.
Nuestra amada ya no era, volvimos a gritar.
La muerte volvió a reír mientras nos echábamos a correr.
A la mañana siguiente, dejamos atrás la isla.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano.
La muerte vino de visita.
Con sus cachos enormes,
Sus patas oscuramente torcidas,
Su sonrisa dulce y helada,
La muerte vino a vernos a la isla.
Obviamente nos asustamos.
Pensamos que la habíamos dejado atrás.
Algunos de nosotros gritamos,
Otros se hicieron pipí encima.
La mayoría corrió a la casa que teníamos.
Pero unos pocos le sostuvieron la mirada.
La muerte mostró sus dientes, se rió.
De debajo de su túnica saco flores,
Jarros con mermelada
Y regalos para cada uno de nosotros.
Vino a la isla a hacer las paces.
Nos abrazamos con la muerte.
Jugamos al pillarse con la muerte.
La hicimos pasar a la casa,
Le dimos un puesto en la mesa,
Comimos frutas y degustamos la mermelada.
A la noche la dejamos dormir en nuestras camas.
Iban pasando los días, la muerte se fue quedando.
Usaba palabras bonitas,
Nos daba besos en las mejillas y en los labios.
A veces nos tomaba de la mano
Y nos llevaba a rincones lejos en la isla.
Uno a uno, poco a poco, empezamos a amar.
Empezamos a querer intensamente a la muerte.
Ya había pasado un mes desde su llegada.
Respirábamos el mismo aire, casi.
Nuestro pensamiento daba vueltas sobre sí mismo,
Y la muerte parecía mariposa esos días.
Hizo entonces una proclamación.
Nos dijo que dejáramos la isla,
Que fuéramos con ella a su castillo de caballos,
Donde el fuego nunca es fuego
Y donde el tiempo desaparece de los relojes.
Su forma de hablar despertó dudas entre nosotros.
Nos corrió un escalofrío, abrimos los ojos.
Abrimos los ojos y la muerte ahí estaba,
Abierta de piernas, sus huesos como estacas,
Vomitando alquitrán y chasqueando la lengua.
Nuestra amada ya no era, volvimos a gritar.
La muerte volvió a reír mientras nos echábamos a correr.
A la mañana siguiente, dejamos atrás la isla.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano.
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