Entre el agua y el calor vino.
La muerte vino de visita.
Con sus cachos enormes,
Sus patas oscuramente torcidas,
Su sonrisa dulce y helada,
La muerte vino a vernos a la isla.
Obviamente nos asustamos.
Pensamos que la habíamos dejado atrás.
Algunos de nosotros gritamos,
Otros se hicieron pipí encima.
La mayoría corrió a la casa que teníamos.
Pero unos pocos le sostuvieron la mirada.
La muerte mostró sus dientes, se rió.
De debajo de su túnica saco flores,
Jarros con mermelada
Y regalos para cada uno de nosotros.
Vino a la isla a hacer las paces.
Nos abrazamos con la muerte.
Jugamos al pillarse con la muerte.
La hicimos pasar a la casa,
Le dimos un puesto en la mesa,
Comimos frutas y degustamos la mermelada.
A la noche la dejamos dormir en nuestras camas.
Iban pasando los días, la muerte se fue quedando.
Usaba palabras bonitas,
Nos daba besos en las mejillas y en los labios.
A veces nos tomaba de la mano
Y nos llevaba a rincones lejos en la isla.
Uno a uno, poco a poco, empezamos a amar.
Empezamos a querer intensamente a la muerte.
Ya había pasado un mes desde su llegada.
Respirábamos el mismo aire, casi.
Nuestro pensamiento daba vueltas sobre sí mismo,
Y la muerte parecía mariposa esos días.
Hizo entonces una proclamación.
Nos dijo que dejáramos la isla,
Que fuéramos con ella a su castillo de caballos,
Donde el fuego nunca es fuego
Y donde el tiempo desaparece de los relojes.
Su forma de hablar despertó dudas entre nosotros.
Nos corrió un escalofrío, abrimos los ojos.
Abrimos los ojos y la muerte ahí estaba,
Abierta de piernas, sus huesos como estacas,
Vomitando alquitrán y chasqueando la lengua.
Nuestra amada ya no era, volvimos a gritar.
La muerte volvió a reír mientras nos echábamos a correr.
A la mañana siguiente, dejamos atrás la isla.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano.
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