sábado, 30 de marzo de 2013

Mariana

No había caminado mucho cuando ese escalofrío la invadió de nuevo. Era Clara, su abuela que había fallecido hace 13 años. Saludó como de costumbre y preguntó sobre cómo estaba la familia y cómo iban las cosas en la casa. Solía alargar las conversaciones durante una hora, preguntando por el padre de Mariana, hablando de su padre, suspiro y luego más preguntas sobre él. Mariana hacía esfuerzos inhumanos por mantener la paciencia durante sus charlas diarias, a veces no soportaba un minuto más y la encerraba en el armario durante horas, hasta que su papá la encontraba hablando sola mientras jugaba con tableros de mesa y acompañada de una pequeña linterna.
Luis creyó al principio que los accidentes del fantasma de su madre eran casuales, ocurrencias de ella, pero con el tiempo se fue repitiendo cada vez más, al punto que cada vez que llegaba del trabajo lo primero que hacía era revisar el armario en busca de su progenitora. Un día cuando descubrió en el acto a Mariana empujando a su abuela Clara junto al Monopoly, saltó hecho una fiera sobre su hija, gritándole desde promesas de llevarla a un convento hasta enseñanzas sobre no encerrar a parientes en armarios porque era de maleducados.
Mariana no volvió a encerrar su abuela, el reto de su padre habría de formar una semillita en su interior que seguiría creciendo hasta llevarla a una sola idea: ser monja. Cuando Carla escuchó la petición de su hija, pensó que solo era una broma por el regaño de su padre, pero la vio tan obsesionada y frustrada por su deseo que en la semana siguiente la envió.
No hubo que esperar mucho para saber noticias de Mariana, iba a ser regresada inmediatamente por haber encerrado, en este caso, a la madre superiora, según lo sabido por un conflicto respecto a sus uñas pintadas de extravagantes colores y la aparición de un mono mascota entre sus pertenencias. Al saber la noticia, sus padres decidieron llevarla a un psicólogo  para conocer su trastorno, la única conclusión que sacaron con la fracasada visita fue que Mariana en otra vida fue una sardina con claustrofobia y esta vida era su karma por haber sido atrapada y encerrada en una lata de sardinas para el comercio ruin.
No toda la vida de Mariana fue encerrar gente en armarios, eso quedo atrás, en una infancia en la cual creía, no sin cierto orgullo, sobre su antigua condición de sardina. Cuando ya poseía diecisiete años era una mujer algo peculiar y de muchas risas. Su pelo liso no llegaba más allá de los hombros, de un tono castaño rojizo, producía una combinación extravagante con sus ojos amarillentos. Aún con la edad que tenía, a ella solo le gustaba escribir y ver como otros lo hacían también, no deseaba nada más en la vida que letras y solo letras. Su madre escandalizada le decía: "¡Falta un año para que comiences la universidad y sigues en esas estupideces!"
"No mamá, no son estupideces, son letras y son el recuerdo del amor a lo imposible" le contestaba Mariana mientras le pellizcaba las mejillas.

Un día de esos, llego un ganso a la casa y se instaló sobre la cama de Mariana, para no volver a salir de ahí. Cuando ella lo encontró le dijo "Hola" con lo que el ganso contestó "Cuac". Así comenzaron una amistad en la cual el ganso terminó hablando un español fluido y Mariana el "Gansés" de la región. A veces su familia se confundía cuando hablaban sin mostrar sus rostros, porque no tenían idea si quien les hablaba era su hija o la mascota. El ganso se llamo Sardina, en honor a la vida pasada de Mariana y como con esta, la mascota se conmovió. 

Autora: Piri

miércoles, 20 de marzo de 2013

Mientras me besas

Tómame con fuerza,
No me sueltes la mano,
Que me pierdo en el oleaje de tu cuerpo,
En las ráfagas de tu pelo.
No me sueltes, que me desvanezco mientras me besas,
Y pareciera que regreso a esa tarde,
Donde, sentada en el horizonte, te encontré.
Dorada tu piel bajo mis labios,
Divino tu frágil cuerpo
En ese momento en que encontramos el sentido.
Esa noche me di cuenta,
De que el mar suena con fuerza dentro de ti.


Autor: Felipe Guzmán B.