martes, 27 de octubre de 2015

Violada

El pequeño peluche de osito
Decapitado bajo su cama,
Sus huellas digitales esparcidas
Por toda la mente de "su dama".
El agarre invisible de sus manos
Como tentáculos de horror,
El sexo como una prisión,
Un quiebre, tortura, infección.
Violarla fue torcer su corazón
Al apretarle la ingle y el cuello.
¿Quien pensaría que es bello?
Él quiere poseer su piel liviana,
Ella espera morir pronto,
Antes de que llegue el mañana.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

lunes, 26 de octubre de 2015

La calma durante la tormenta

¿Quienes son,
ustedes,
los que lloran
dentro de la tormenta?

Sepan que sus letanías
son como granizo,
blanco,
frío,
la cuchilla del hielo.

Entre tanto grito,
y muerte
de tanto pájaro,
aquí, ahora, soy
la piedra.
La fuerte,
la de raíces minerales.

Los vientos
amargos del infierno
podrán llevar consigo
cuanta peste quieran,
pero no enfermaré.

Las nubes y sus
alaridos
podrán convocar
al terrible trueno,
pero no temeré.

Les digo que
soy la piedra.
Extenderé mis
treinta brazos largos
más allá del horizonte,
y con mis manos
callosas
henderé la noche
y haré el sol.

Y con mis
doce brazos cortos
sostendré a mis amigas
y a mis hermanos,
para darles asilo
entre mis pedregosas
alas de madera.

Si no pueden
entender que
mi ancla
es mi corazón,
será mejor
que den media vuelta entera,
¡y que salgan
de mi vista,
queltehues delirantes!


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

miércoles, 14 de octubre de 2015

Adipo, Rey (de la Muerte)

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Soy Adipo, conocido como el adiposo.
Pronto callaré las burlas que salpican mi piel.
Habré de instaurar mi nombre en el firmamento, 
Y los hombres conocerán la divinidad de mi furia.
Me convertiré en el Señor de las cadenas,
En el Rey de la muerte.

I

Me dirijo al noreste de Santiago, a la escondida Necrópolis de Tabas. Mi viaje, interrumpido por tu idiotez. ¿Qué creías que ibas a lograr, matando a mi montura? Tu carácter de perro vagabundo, escondido tras tu corona funeraria, ¿creías que me ibas a intimidar? ¡Rey inepto! ¡No hay autoridad, ni poder, menos aún cuchilla o flecha, que pueda detenerme! Ni los dioses, ni los hombres, ni tú, insolente Leyo, tienen cómo hundirme: Ya no soy más Adipo, el del cuello hinchado, no más el adiposo, ni el gordo ni el mórbido. Mis ambiciones tienen más peso que mi masa corporal: la nigromancia será mi cincel; los muertos, mi mármol; la venganza mi obra maestra. He llegado demasiado lejos, soportado el acoso de tantos pubertos con complejos de superioridad, de tantas mujeres desalmadas, de tantos abandonos. Mi única compañera es la magia de los faraones, y mi único propósito es la venganza. ¿Me escuchas, Leyo, aún cuando tu vida cercené en un cruce de caminos? La venganza será mía.


III

A mis pies te tengo, profanadora, seductora mental, legendaria asesina. A mis pies te tengo, desnuda, inerte. Bebí de tu maldita sangre, Esfinge, corté tu cuello y me sacié con tu rojo maná. ¡Hice gárgaras con los venenos de tu boca! Incluso arranqué plumas de tus viles alas negras y me perforé los brazos con ellas. ¡Mírenme, hago acertijos y estrangulo a desconocidos para reírme del violador Leyo! Me río ahora yo, Adipo, de tu muerte, puta mariposa, monstruosa hija de Hera, Equidna, o quienquiera que haya tenido el mal gusto de parirte. En la entrada pedregosa a la Necrópolis de Tabas besaste el silencio, lengua arrastrada, y te tengo a mis pies. Tus acertijos, a todo esto, eran basura, pestilentes notas en mis oídos. ¿Y así te llamaban musa? ¿Y así te jactabas de querer devorarme? Eras tan ridícula quimera como Leyo. Sentada sobre un trono de huesos. yo te hiero, yo te usurpo, y te arranco las plumas negras de tu noche.

IV

Tabas, la sucia, la de las moscas, la tumba de la luz: la Necrópolis majestuosa. Tus portales abiertos, de par en par, y sin embargo las almas no huyen de ti ni te abandonan. Sin la Esfinge y su custodia, ¿por qué, entonces, lo muertos siguen su sueño? Deben de aguardar sus voluntades por un monarca, sus mentes perdidas en sus cadáveres. Quiero poseer sus huesos, leer sus cuencas vacías, encontrar en sus gusanos las señales de que una legión está oculta en este vertedero gigante. ¡Vengan a mí, cadáveres! ¡Escuchen mi comando, que yo, Adipo, libré sus sarcófagos del yugo de la bestia tetuda y alada! ¡Los rescaté del gran onanista, Leyo! ¡Pero les tocará un destino peor conmigo! Levántense, les digo, olvidados! Sus soñolientos fémures, húmeros, escápulas y caderas, tráiganlas a mi presencia. Sí, así me parece bien, buenos cadáveres, fieles sirvientes. ¡Besen mi barriga! ¡Jajá! Ja, cosquillas.

V

Deténganse. Tú, si, tú. Tus pómulos me son familiares. y tu frente... Y esos labios a medio podrir, con ese olor a almizcle entremezclado con... ¿leche? Y esta erección subcutánea, esta seminalidad cardíaca... ¡Mujer! ¡Cadáver! ¿Cuál es tu nombre? Ah, claro, sin cuerda vocales a estas alturas. Ven acá. Eres mi esclava ahora, ¿lo entiendes? Mi palabra tejerá un hechizo en tu médula, mi tacto será el único látigo de seda que conocerás. ¡Dame placer! ¡Soy tu nuevo Rey! ¡Acabé con la condena de Tabas, originada por los pecados de Leyo, estúpido bastardo! ¡Me deben sus muertes, sus carnes en descomposición! Los hombres, o quienes lo fueron, prepárense para la guerra. Las mujeres, o quienes lo fueron, prepárense para parir muertos hijos de los muertos hombres. ¡Perros salvajes, yo sostengo sus cadenas! ¡Traigan las ánforas de vino! ¡Celebremos por el mañana de este reino de mortajas y ofrendas! Y tú, que me miras tan de cerca, mi esclava, no creas que no te reconozco, con ese anillo de plata, ese porte real, tu nombre es tan evidente como un alarido: Yacasta, la viuda de Leyo.

VII

Ah, tragedia griega, expresión máxima de que el destino es un juego de bar para putas y borrachos. ¡Tragedia, mis pelotas! ¡Soy el asesino de Esfinge! ¡El héroe de la Necrópolis! ¡El gran castrador! ¿Y un oráculo azaroso viene a decirme que soy un pecador infernal? ¿Cómo se suponía que debía saber que Yacasta es mi difunta madre, menos aún que montar su carne podrida y beber su leche cuajada me traería tal desgracia? ¿Incesto? ¡Pero qué poco original este giro argumental! ¡Momo, dios bastado, haciendo el ridículo de mí debes estar! ¡Ah! Esa risa de relámpagos... ¡NO LA SOPORTO! Nunca dejé de ser Adipo, el del cuello hinchado, el adiposo, el gordo, el mórbido. ¡Además soy un incestuoso necrofílico! ¿Dónde está la cámara oculta? ¿Cuándo caerá el telón y el público abucheará esta sátira mal escrita? Tantos años de hechicería, tantos pactos demoníacos, ¿y caigo ante el poder de la mala fortuna? No, de ninguna forma, aún no he caído, aun tengo reino, ejército, poder... ¡Pero esas cuencas vacías! ¡Yacasta! ¡Deja de mirarme sin mirarme, madre seductora! 

VIII

¡Soy brillante, que idea más buena he tenido! Me he arrancado los ojos y pelé la piel de mis labios. Ya no puedo ver, ni puedo besar. Así es, me doy por vencido. La oscuridad pudo más de mí que yo de ella. Así es, Adipo ha caído. Yacasta, perra de Leyo, perra mía también, te concedo el descanso de la muerte, suelto tu cadena. Puedes volver a tu ataúd, donde darás a luz a mi descendencia como cigarras esqueléticas. Pronto me cortaré la lengua y me ahorcaré, para no profanar más este mundo con mis palabras y mis acciones. Me convertiré en un cadáver más de Tabas, y cuando mis hijos incestuosos salgan de la tumba con su vida/muerte intacta, cantarán mi historia, y llorarán lagrimas de cal por Adipo, Rey de los muertos.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

sábado, 10 de octubre de 2015

Vicente

Soplaba mucho viento ese día. Nunca había entendido tus pensamientos, y en ese momento, preguntándome por lo que sucedía dentro de tu cabeza, me di cuenta que no tenía idea alguna tampoco. Sólo sabía que soplaba mucho viento, y que independiente de lo que fuera a suceder luego de contarte la verdad, el viento seguiría su camino circular en torno a nosotros.
Te miré a los ojos, esas cuencas de ámbar, llenas del líquido del que está hecha la honestidad. Vi preocupación. No la ansiedad furiosa que apistona los latidos del corazón, ni la nube de pensamientos entremezclados y anticipatorios. Era esa preocupación de quien sabe de que el otro está sufriendo, y está dispuesto a escuchar con atención. Te miraba a los ojos, te miraba intensamente mientras soplaba el viento, y las palabras me daban vueltas en la lengua.
Con el peso de un ancla que lentamente busca su fondo fui enseñándote mis heridas. Los pequeños cortes autoinflingidos, las puñaladas por la espalda, y las heridas de bala marcadas a fuego en las sienes de mi piel. Las cicatrices, viejas, con su relieve rugoso, de los golpes me me habías propinado. Vi en el sol de tus ojos el brillo de la comprensión, y el viento traía consigo un aire de empatía desconocido en los alrededores de tu casa.
Sonrisas. Flores de cariño brotando nuevas en un desierto de años de abandono. Chistes internos. La certeza de que podía llamarte "amigo" nuevamente. La reconciliación nació de nuestro epull sulluy - viento celeste -, cayó del cielo, del mar del cielo.

Autor: Felipe Guzmán Bejarano

La Barba te Mata

La barba te mata,
Se apodera de tu cara,
Oculta tu barbilla,
Empapa tus mejillas,
Encapsula tus labios,
Opaca tu mirada.

La barba te mata,
Es un parásito,
Chupa sangre y energía.
Es el peso capilar
Que encierra cada palabra
Con su olor a polvo.

La barba te mata,
Es una enfermedad,
Un cáncer facial.
La barba te mata, mujer.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

martes, 6 de octubre de 2015

Mi Querida Imposible

En mi vida he conocido gente terrible, con miradas de atentado y dedos de perversión. He conocido gente buena, con mentes enfocadas en la felicidad y esfuerzo en la acción. He conocido estatuas y lagartijas, arpías y querubines. He conocido a la muerte, he conocido al tiempo disfrazado de vagabundo, he conocido a la vida (si bien la he visto de lejos), pero nunca había visto a alguien como ella.
Esta niña me hizo querer abandonarlo todo, dejar de lado mis sueños y mis esperanzas, olvidar a mis amigos y a mi familia, mi nombre y mi voz, todo para sacarle una sonrisa, como si verla sonreír hubiera sido amanecer en mi invierno; o el asomar de sus dientes una especie de radiación contagiosa de alta densidad energética; o su risa nerviosa la sustancia de mis adicciones. Sus manos pequeñas eran capaces de sostener un mundo entero, y en ellas no cabía, sin embargo, ni la más mínima onza de viento. Lo mismo sucedía con su corazón: era una enorme mansión vacía, en la que no vivía nadie, salvo quizás ella misma. Pero eso no lo sabe nadie, ni yo, ni ella, ni su madre querida.
¿Cómo explicarla? Era un atado desigual y enredoso de cables y tuberías, mal engrasada y funcionando a duras penas, aunque nunca supe bien qué se suponía que era en realidad. Ella vivía envuelta en sí misma, torcida infinitamente sobre su eje, ubicado en su tercer ojo invisible. Pasaba los días perdiendo sangre, llorando por la boca y pateando la perra. Era un problema infinito, irresoluble, una serpiente mordiendo su cola y escupiendo vapores tóxicos. ¿Cómo llegué a amarla? Creo que me vi a mí mismo en sus alas malheridas, y puede que me gusten los desafíos y rompecabezas más de lo que me gustaría admitir.
Así que me puse manos a la obra, ni bien habiendo intercambiado dos o tres palabras con ella. Empecé por arrancarme la piel para dársela de abrigo, la alimenté luego con el fuego de mi carne. Le di de beber de mis lágrimas, de mi sudor, de mi bilis, saliva, semen y líquido cefalorraquídeo. Con mis huesos le hice dagas, flechas, herramientas, agujas, cucharas y pequeñas bombillas de longitudes varias. Con mi pensamiento le tejí un pequeño punto luminoso cerca de su rostro, encendiendo a su alrededor luciérnagas de papel y ligeras estrellas de arroz, para que no estuviera sola entre tanta oscuridad. Con los jirones de mi consciencia, mis sentimientos centelleantes, y los últimos trazos de mi alma, le di un manojo de poesía, cumplidos y besos en la nuca. Se lo dí todo.
Y ella, nada. 
O eso me gustaría decir. Abrió su mundo, su pequeño, limitado, ingenioso y críptico mundo, y me dejó entrar, cuando a nadie había dejado entrar antes. Pero lo hizo por un sentido de responsabilidad, por sentirse culpable de que me diera entero, por querer corresponder y reconocer mi sacrificio: Lo hizo sin sentirlo de verdad, sin que le brotara de la lengua como grito eufórico, ni que le manara de la estática cardíaca. Ni el corazón se le agitó, ni la mente se le atribuló, ni la voz le tembló. Me respondió como quien enfrenta un trámite. Por eso, todo lo que me dio fue una puñalada de vacío, un conjunto de acciones políticamente correctas sin intenciones sinceras detrás.
¿Cómo culparla? Ella no tenía por qué darme nada a cambio. ¿Cómo enojarme con ella? Si estaba tan perdida que no sabía por donde empezar con toda mi mismidad. Fui demasiado intenso, llegué a donde no fui llamado y ofrecí lo que no era necesitado. Sí, ella era un rompecabezas al que le faltaban piezas, pero pensando en retrospectiva, es ridículo que haya creído que las piezas de mí rompecabezas podían reemplazar las que había perdido. No se puede colocar piedra sobre agua y esperar que flote. ¿Cómo reprocharla? El error fue mío desde el inicio.
La verdadera mantícora de metal chirriante era yo, no esa figura de cristal empañado que confundí por una mujer esperando un compañero. Mis fantasías fueron las antagonistas de nuestra relación, y la realidad fue el punto final una vez terminada mi elucubración fantasmagórica y pseudo-altruista. Nunca hubo un nosotros. Fuimos ella y yo, por separado, juntos, y sin tocarnos de verdad. 
No fue ella la imposible. El imposible fui yo.

Autor: Felipe Guzmán Bejarano

lunes, 5 de octubre de 2015

Fundamentos

Sea la dicha
Para quien la cosecha,
El goce
Para quien lo conoce,
Y el viento,
Sea,
Para mi instrumento.

Fuego en urdimbre
A la luz de mi lumbre,
Será agua en reposo
De mi ayer el esbozo,
Y la tierra que piso,
Oh,
Y la tierra que piso.

Psicología elemental,
Biología emocional,
Alegría fundamental.
El día, la noche, y lo vital.
Todo esto es mío,
¡Es mío, y de nadie más!
¡Así tal cual!


Autor: Felipe Guzmán Bejarano