sábado, 10 de octubre de 2015

Vicente

Soplaba mucho viento ese día. Nunca había entendido tus pensamientos, y en ese momento, preguntándome por lo que sucedía dentro de tu cabeza, me di cuenta que no tenía idea alguna tampoco. Sólo sabía que soplaba mucho viento, y que independiente de lo que fuera a suceder luego de contarte la verdad, el viento seguiría su camino circular en torno a nosotros.
Te miré a los ojos, esas cuencas de ámbar, llenas del líquido del que está hecha la honestidad. Vi preocupación. No la ansiedad furiosa que apistona los latidos del corazón, ni la nube de pensamientos entremezclados y anticipatorios. Era esa preocupación de quien sabe de que el otro está sufriendo, y está dispuesto a escuchar con atención. Te miraba a los ojos, te miraba intensamente mientras soplaba el viento, y las palabras me daban vueltas en la lengua.
Con el peso de un ancla que lentamente busca su fondo fui enseñándote mis heridas. Los pequeños cortes autoinflingidos, las puñaladas por la espalda, y las heridas de bala marcadas a fuego en las sienes de mi piel. Las cicatrices, viejas, con su relieve rugoso, de los golpes me me habías propinado. Vi en el sol de tus ojos el brillo de la comprensión, y el viento traía consigo un aire de empatía desconocido en los alrededores de tu casa.
Sonrisas. Flores de cariño brotando nuevas en un desierto de años de abandono. Chistes internos. La certeza de que podía llamarte "amigo" nuevamente. La reconciliación nació de nuestro epull sulluy - viento celeste -, cayó del cielo, del mar del cielo.

Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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