miércoles, 14 de octubre de 2015

Adipo, Rey (de la Muerte)

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Soy Adipo, conocido como el adiposo.
Pronto callaré las burlas que salpican mi piel.
Habré de instaurar mi nombre en el firmamento, 
Y los hombres conocerán la divinidad de mi furia.
Me convertiré en el Señor de las cadenas,
En el Rey de la muerte.

I

Me dirijo al noreste de Santiago, a la escondida Necrópolis de Tabas. Mi viaje, interrumpido por tu idiotez. ¿Qué creías que ibas a lograr, matando a mi montura? Tu carácter de perro vagabundo, escondido tras tu corona funeraria, ¿creías que me ibas a intimidar? ¡Rey inepto! ¡No hay autoridad, ni poder, menos aún cuchilla o flecha, que pueda detenerme! Ni los dioses, ni los hombres, ni tú, insolente Leyo, tienen cómo hundirme: Ya no soy más Adipo, el del cuello hinchado, no más el adiposo, ni el gordo ni el mórbido. Mis ambiciones tienen más peso que mi masa corporal: la nigromancia será mi cincel; los muertos, mi mármol; la venganza mi obra maestra. He llegado demasiado lejos, soportado el acoso de tantos pubertos con complejos de superioridad, de tantas mujeres desalmadas, de tantos abandonos. Mi única compañera es la magia de los faraones, y mi único propósito es la venganza. ¿Me escuchas, Leyo, aún cuando tu vida cercené en un cruce de caminos? La venganza será mía.


III

A mis pies te tengo, profanadora, seductora mental, legendaria asesina. A mis pies te tengo, desnuda, inerte. Bebí de tu maldita sangre, Esfinge, corté tu cuello y me sacié con tu rojo maná. ¡Hice gárgaras con los venenos de tu boca! Incluso arranqué plumas de tus viles alas negras y me perforé los brazos con ellas. ¡Mírenme, hago acertijos y estrangulo a desconocidos para reírme del violador Leyo! Me río ahora yo, Adipo, de tu muerte, puta mariposa, monstruosa hija de Hera, Equidna, o quienquiera que haya tenido el mal gusto de parirte. En la entrada pedregosa a la Necrópolis de Tabas besaste el silencio, lengua arrastrada, y te tengo a mis pies. Tus acertijos, a todo esto, eran basura, pestilentes notas en mis oídos. ¿Y así te llamaban musa? ¿Y así te jactabas de querer devorarme? Eras tan ridícula quimera como Leyo. Sentada sobre un trono de huesos. yo te hiero, yo te usurpo, y te arranco las plumas negras de tu noche.

IV

Tabas, la sucia, la de las moscas, la tumba de la luz: la Necrópolis majestuosa. Tus portales abiertos, de par en par, y sin embargo las almas no huyen de ti ni te abandonan. Sin la Esfinge y su custodia, ¿por qué, entonces, lo muertos siguen su sueño? Deben de aguardar sus voluntades por un monarca, sus mentes perdidas en sus cadáveres. Quiero poseer sus huesos, leer sus cuencas vacías, encontrar en sus gusanos las señales de que una legión está oculta en este vertedero gigante. ¡Vengan a mí, cadáveres! ¡Escuchen mi comando, que yo, Adipo, libré sus sarcófagos del yugo de la bestia tetuda y alada! ¡Los rescaté del gran onanista, Leyo! ¡Pero les tocará un destino peor conmigo! Levántense, les digo, olvidados! Sus soñolientos fémures, húmeros, escápulas y caderas, tráiganlas a mi presencia. Sí, así me parece bien, buenos cadáveres, fieles sirvientes. ¡Besen mi barriga! ¡Jajá! Ja, cosquillas.

V

Deténganse. Tú, si, tú. Tus pómulos me son familiares. y tu frente... Y esos labios a medio podrir, con ese olor a almizcle entremezclado con... ¿leche? Y esta erección subcutánea, esta seminalidad cardíaca... ¡Mujer! ¡Cadáver! ¿Cuál es tu nombre? Ah, claro, sin cuerda vocales a estas alturas. Ven acá. Eres mi esclava ahora, ¿lo entiendes? Mi palabra tejerá un hechizo en tu médula, mi tacto será el único látigo de seda que conocerás. ¡Dame placer! ¡Soy tu nuevo Rey! ¡Acabé con la condena de Tabas, originada por los pecados de Leyo, estúpido bastardo! ¡Me deben sus muertes, sus carnes en descomposición! Los hombres, o quienes lo fueron, prepárense para la guerra. Las mujeres, o quienes lo fueron, prepárense para parir muertos hijos de los muertos hombres. ¡Perros salvajes, yo sostengo sus cadenas! ¡Traigan las ánforas de vino! ¡Celebremos por el mañana de este reino de mortajas y ofrendas! Y tú, que me miras tan de cerca, mi esclava, no creas que no te reconozco, con ese anillo de plata, ese porte real, tu nombre es tan evidente como un alarido: Yacasta, la viuda de Leyo.

VII

Ah, tragedia griega, expresión máxima de que el destino es un juego de bar para putas y borrachos. ¡Tragedia, mis pelotas! ¡Soy el asesino de Esfinge! ¡El héroe de la Necrópolis! ¡El gran castrador! ¿Y un oráculo azaroso viene a decirme que soy un pecador infernal? ¿Cómo se suponía que debía saber que Yacasta es mi difunta madre, menos aún que montar su carne podrida y beber su leche cuajada me traería tal desgracia? ¿Incesto? ¡Pero qué poco original este giro argumental! ¡Momo, dios bastado, haciendo el ridículo de mí debes estar! ¡Ah! Esa risa de relámpagos... ¡NO LA SOPORTO! Nunca dejé de ser Adipo, el del cuello hinchado, el adiposo, el gordo, el mórbido. ¡Además soy un incestuoso necrofílico! ¿Dónde está la cámara oculta? ¿Cuándo caerá el telón y el público abucheará esta sátira mal escrita? Tantos años de hechicería, tantos pactos demoníacos, ¿y caigo ante el poder de la mala fortuna? No, de ninguna forma, aún no he caído, aun tengo reino, ejército, poder... ¡Pero esas cuencas vacías! ¡Yacasta! ¡Deja de mirarme sin mirarme, madre seductora! 

VIII

¡Soy brillante, que idea más buena he tenido! Me he arrancado los ojos y pelé la piel de mis labios. Ya no puedo ver, ni puedo besar. Así es, me doy por vencido. La oscuridad pudo más de mí que yo de ella. Así es, Adipo ha caído. Yacasta, perra de Leyo, perra mía también, te concedo el descanso de la muerte, suelto tu cadena. Puedes volver a tu ataúd, donde darás a luz a mi descendencia como cigarras esqueléticas. Pronto me cortaré la lengua y me ahorcaré, para no profanar más este mundo con mis palabras y mis acciones. Me convertiré en un cadáver más de Tabas, y cuando mis hijos incestuosos salgan de la tumba con su vida/muerte intacta, cantarán mi historia, y llorarán lagrimas de cal por Adipo, Rey de los muertos.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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