domingo, 8 de noviembre de 2015

Frida Kahlo


Quedándome despierto hasta tarde, una noche, fui al baño deseando vaciar mi cargada vejiga. Sorpresa la mía, cuando al observar mi miccionar, ¡encontré a Frida Khalo asomada desde mi uretra! De las flores de su pelo salía disparada mi orina, y me miraba con parsimonia mientras hacía gestos con la boca. Por algún motivo, puede ser por lo cansado y soñoliento que estaba entonces, tardé en darme cuenta de lo extraño de la situación, y me quedé mirándola de vuelta, guiñándole de cuando en cuando. Ella me guiñó una vez en complicidad, una sonrisa invisible en la comisura de sus labios, justo cuando terminé de excretar.
Luego, levanté la mirada, y en el espejo pude ver mi imagen reflejada. Todo estaba en su lugar, mi nariz al centro de mi rostro, mi pelo arriba de la cabeza, mis orejas a los lados de mis sienes. Sin embargo, algo parecía estar alterado. Intrigado, me inspeccioné más de cerca. Ahí fue cuando encontré a Frida dentro de mis pupilas, desnuda y sugerentemente andrógina. Frida me guiñó el ojo desde dentro de mi ojo, y me alejé de un salto del espejo.
Comencé a transpirar profusamente. Pude sentir en cada gota de transpiración cómo Kahlo me lamía con la mirada. Se aceleró mi pulso, y un nombre se me incendió en la mente: Diego. Luego una fecha: 17 de septiembre de 1925. Luego amantes, y operaciones, y viajes a Europa, y Los Cachuchas, y abortos. Toqué mis cejas, empezaron a mutar de forma, mi tacto me devolvía latigazos de recuerdos que no eran míos.
Frida, peligrosa paloma, estaba apoderándose de mi cuerpo. Empecé a correr, intentando escapar de esta transformación, pero mi casa había perdido sus paredes, y ahora me encontraba inmerso en un verdor caluroso. Una selva. El aliento de unos monos en mis tobillos. Trastabillé, mis pies enredados en raíces primigenias con formas de pantera, y el olor, ah, el olor a tierra húmeda de tanto que lloré, Frida, sobre ella. Y húmeda de cuanto límite que se me impusiera rompí en mi vida.
Me levanté, y ardieron flechas, ensartadas en mi pelaje. Mi cornamenta el único indicio de la fortaleza que yo, Kahlo, era poseedora. La sangre de mi sangre caía en reguero, rompía la noche y el día en fragmentos de orejas animales, huían las estaciones como pájaros de colores vueltos pezuñas enlodadas.
Frida me llamo, y de reyes y pobres no soy agasajo. Soy mujer de mí misma, soy cometa envolviendo el cielo de los campos en un fuego más grande que el fuego de los infiernos, y ese fuego es tan tibio como la sangre que cae en reguero de mí.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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