domingo, 28 de febrero de 2016

Cielo de Astros Rojos

Más allá de esta tierra humana,
Lejos de su fetidez humana
Y de su inanición espiritual,
Hay un espacio invisible,
Carente de materia.
Ahí, el sol grita y canta
Con voz de cordillera
Mientras baila como puma.
La luna inunda sonidos de agua
Con su cultrún solemne,
Mientras sueña como mar
En el pecho de la tierra.
Se incendian las estrellas
En fuegos de flor silvestre,
Escuchando las historias
De sus amados abuelos.
Los arrayanes rezan, sin saber
Que su madera es milagro.
En ese mundo de tiempo rojo;
Que aviva cada segundo,
Abre rocas y ojos ciegos;
Ahí habita mi sangre,
Descansa mi mente,
Pertenece mi alma.

Autor: Felipe Guzmán Bejarano


viernes, 26 de febrero de 2016

Voluntad de Amanecer

Pálida, dulce mañana,
Te canto a ti,
A tus curvas de luz,
Frescura de nueva nube.
Te pido, suave albura,
Tus brazos de rayo blanco,
Para tocar cada rincón
En el corazón humano;
Solicito, madre buena,
Tu vientre de hidrógeno
En eterna combustión,
Para disolver todo mal.
Deseo ser tibieza,
Ansío clarear los cielos
Que oscuros están
En las mentes de los perdidos.
Te lo pido, aurora áurea,
Gentileza matutina,
Prodigio solar,
Amén.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

jueves, 18 de febrero de 2016

Toneladas de Soledad

El peso hipnótico de la soledad
Terminó por romper
El eslabón más débil
De las cadenas de mi mente.
La red de metal se deshace,
Y mis brazos desprenden
Vapor ardiente que me escalda la piel,
Corroyéndola hasta los huesos.

La locura cabalga sobre mis sienes,
Y me envuelve de hombros a tobillos.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

Muerte Súbita

No cabe un latido más en mi corazón.
Se acabó todo,
Lo dicho,
Lo hecho,
Todo se acabó.
No cabe un amor más en mi corazón.

Autor: Felipe Guzmán Bejarano

La Esencia de la Ausencia

Niño pequeño que juegas a la guerra,
Matando yankees, rusos, y a cuanta
Gente se cruce frente a tu pequeño
Fusil de plástico malo y barato.
Hoy te miró tu padre a los ojos,
Y te dirigió la palabra como si
Tú fueras hombre adulto:
Tu madre no volvería a casa más,
Un paro cardíaco fulminante se la llevó.
Tú, que no entendías de la muerte,
Atisbaste una hebra negra
De la esencia de la ausencia.

Autor: Felipe Guzmán Bejarano

sábado, 13 de febrero de 2016

Las Lanzas Rojas

Las lanzas rojas no son como las demás.
Vienen numeradas, una por una,
Ordenadas por tamaño, filo, forma,
Y por el grado de terribilidad.
Son cuarenta y dos en total,
Cada una más aterradora que la otra.

Las lanzas rojas comienzan con la noche.
Sombras, insectos, lobos, paranoia,
Las primeras son lanzas de juguete.
Miasmas, culpa, hipnosis, castigo,
Las décimas son amenazantes.
Trueno, sangre, cadenas, excitación,
Así de la quince a la veintiocho
En una ráfaga de polvo y cabalgadura.

Las lanzas rojas hienden las fibras del ser,
Desarticulan la mente, deshilachan la fe.
Las últimas tres son particularmente letales,
Hombre, mujer, y amor.
Miada lluy, ete miaill, eimo.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

Circulación

De los ojos pasamos a las manos,
Bailando besos nuestros dedos.

De las manos te fuiste a mi boca,
A mis papilas gustativas, a mis dientes:

Te degusté con deleite y placer
Los lunares, las mejillas,
Los muslos de cisne y tu olor.

De la boca partiste a mi cerebro,
Te volviste corriente electroquímica,
Neurotransmisora del amor.

Fuiste pensamiento carmesí,
Colorada representación mental
De la mirada intensa que empezó todo:

Vuelvo a tus ojos, alas rojas de tu alma;
Al húmedo deseo de tus ojos.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

miércoles, 10 de febrero de 2016

Encuentro Cercano del Cochino Tipo

Contrario a lo que podría esperarse para alguien en mi situación, el miedo no me domina, y no hay indicios de que me tiemblen las rodillas. Estoy aterrado, pero a la vez jodidamente lúcido.
Como sea, tengo tiempo para inspeccionarlo, mientras se desliza sigilosamente a mi alrededor, observándome (si es que me ve), o deleitándose (si es que en algo me aprecia). Tengo la impresión de ser un frágil jugete al alcance de un perro furibundo. 
Desprende un olor aceitoso y helado que pronto satura mi nariz, y que me fuerza a prestarle atención a su figura fantasmagórica: su piel, tan blanca que parece enfermiza, se arremolina, contagiosa, en torno a sí misma, lisa y espasmódicamente protuberante a ratos; tiene una larga cola que actúa como su cuerpo, articulándose escamosamente como el de una cobra, delgada, firme y eróticamente correosa, la cual se parte en tres apéndices al final, de cada uno de los cuales surgen tres carnocidades gruesas, grotescas y fornidas, similares a dedos sin uñas, de un violeta sutil; de su inminente dorso cuelga una bolsa rellena de fibras tensadas con una rigidez tan humana que parece una pechuga, salvo por la ausencia oportuna de cualquier imitación retorcida de pezón o areola; su cabeza (debe ser su cabeza) tiene una forma ovalada, se sostiene en lo alto de su corporalidad como un penacho de cromo resplandeciente, y aparentemente más ligero de lo que su volumen pareciera indicar; al centro de su rostro pálido y metálico, una cuenca de vitriolo negro y refulgente, del cual salen despedidas burbujas de luz que producen un efecto narcótico y surreal si se las observa con detenimiento.
Creo que emite sonidos, o pareciera que lo hace, por una voz que chirría como taladro y susurra como cortina por detrás de mis orejas, formando armonías atonales que vibran en el tabique de mi nariz.
Al cabo de un rato parece decidirse a qué hacer conmigo, atenazando sus dedos a mis brazos y pierna izquierda, cerca de mi tobillo. Es ahí que me percato que estoy desnudo. Su tacto es frío, como la cadena de un columpio en invierno. Me ase con una facilidad escalofriante, y de un rincón que no alcanzo a vislumbrar oigo un ruidito mecánico. Luego, de un chasquido, un aparato, tal vez una sonda, se introduce por mi ano, y serpentea asquerosamente por mis intestinos, causándome no dolor, sino que una comezón parecida a la picadura de varios mosquitos, las cuales se extienden por dentro de mi sistema digestivo y excretor. Como podrán imaginar, la incomodidad es desgarradora. Luego de unos segundos, el artefacto violador empieza a aumentar de temperatura, y con el cambio térmico eyaculo de forma violenta. Para mi desagradable sorpresa, mi semen sale entremezclado con sangre, creo que algún órgano se me ha roto, no puedo saberlo con certeza, porque el alienígena (demonio, ángel, o lo que sea) empieza a administrarme sus burbujas de luz vía oral, adormilando mis sentidos.
Empiezan a venírseme recuerdos a la mente, pero de forma invasiva, sin ton ni son, al compás de lo que parece ser la estática de un televisor en algún recóndito lugar de mi consciencia. Las burbujas me dejan olvidar el terror, me hacen reír por la nariz, y de mis fosas disparo chispas verdes que me nublan la vista. Creo reconocer en el rostro del monstruo una sonrisa humana, con dientes, labios, lengua juguetona, y me acuerdo de Vicente. Su ojo negro se agranda, se expande, hasta que es de mayor tamaño que su cabeza. ¿Francisca?
Conjeturo que empiezo a perder la razón. Me doy cuenta de que, con este encuentro cercano del cochino tipo, he roto todo lo que me faltaba para despedirme de todo lo despedible. Dicho de otro modo, que ahora puedo decir adiós hasta a mi virginidad anal. ¿Les hace sentido?
Eyaculo una segunda vez, más sangre, menos esperma, un poco de orina esta vez. Le hago con las cejas un gesto de "hasta nunca" a la vida y a mi dignidad, y profiero un grito de muerte que se pierde en los recovecos de la nave espacial, dejando atrás la tierra.

Autor: Felipe Guzmán Bejarano