sábado, 24 de septiembre de 2016

Tiranolagarto Rey

El connotado terópodo del trueno,
- Truenópodo -
Era el peor de su calaña monstruosa:
Un mamotreto desigual de dientes,
Mal aliento y garras como serruchos;
Pocos amigos, gruñidos sin ton ni son,
¡Y un carácter de los mil infiernos!

Pese a su reputación de volcán violento,
Ningún dinosaurio de su era y vecindad
Supo jamás de la pasión oculta
Del gigante corto de brazos:
Sentarse en las plazas.
¡Sí, sentarse en las plazas!
Al tiranosaurio le gustaba
Sentarse en las plazas.

Se acomodaba algunas tardes
En las bancas verdes de madera,
Y luego de haber correteado
A cualquier posible espectador,
Se ponía a resolver sudokus.
Como su cerebro no era muy grande,
Su entendimiento poco,
Y su paciencia escasa,
Los dejaba siempre inconclusos.
Pero no se desanimaba con eso,
Disfrutaba del ejercicio mental infructuoso.

Nuestro Rey Tirano era también
Un fanático ferviente e incansable
De los colores de las palomas en celo,
Y de la forma en que éstas se inflaban
Con tanta vanidad y testosterona.
Les daba migas de pan de centeno,
Les cantaba con cucurrucucús,
Les soplaba detrás de las alas
Para reírse de sus vuelos apurados.

A veces, sentado así entre tanta pluma,
Se preguntaba el viejo malhumorado
Por los misterios banales
Que se esconden detrás de la ropa interior,
De lo esotérico que tienen los fusiles,
Se cuestionaba el sentido del trabajo
Y el lugar que ocupa un carnívoro
En ese mundo, otrora, corporativo.

Cuando estos temas lo aburrían,
Sacaba de su portafolios dos libros:
La Biblia y el Manifiesto Comunista.

Pero cuando entraba la noche,
Y la luz pública era tan pobre y mala
Que no permitía lectura alguna,
El tiranosaurio bramaba,
Pisaba con furia de locomotora,
Y se iba camino al río más cercano,
Con la intención de devorar uno o dos
Incautos dinosaurios abrevándose.

Regresaba en esos momentos
A la ferocidad que le dio fama,
Y dejaba que se instalara en su pecho
Un coágulo de sangre, tos, y prehistoria.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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