viernes, 30 de septiembre de 2016

Madre

Madre:

Querida portadora de mis apetitos infantiles,
Sirena hermosa de mirada enternecida,
¿Cómo decirte aquello que entiendo ahora?
Eso que siempre supiste, tan tuyo, ahí
Desde las luces de tu vientre milenario;

¿Cómo, madre?
¿De qué modo puedo poner en palabras
El misterio mismo de la daga y el tajo original?
El sacrificio de la carne, la comezón,
El anhelo, la sombra, el dolor,
Los días de curtimbre en la clínica;

¿Por qué, madre?
Diste tus huesos en garantía,
Dislocaste alma y vejiga,
Salivaste tu sangre y tu boca,
Fluiste por desagüe y manantial,
Y llegaste al puerto del parto;

Llegaste al mar, madre,
Te sumergiste en lo profundo de la vida,
En lo inmenso de la entrega incondicional,
En lo arcano de tu entraña de mujer.
Conjuro de la tierra que te vio crecer,
Plantaste tu cruz y te hiciste divina;

Te hiciste divina, madre,
En el instante en que me diste a luz.
Cuatro pares de brazos, múltiples cabezas,
Gentileza del cordero en ofrenda pascual.
Habitaste con tu soplo en la carne,
Fuiste madre, hija y espíritu santo;

Y me pariste. Madre, me pariste.
Con amor, con dulzura,
Con la mirada inmensa del horizonte,
Dándome tu regazo limpio de pecado.
Como un Belén de Nueva Extremadura
Me pariste, madre, me pariste;

Y con parirme, madre, me bendijiste;



Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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