lunes, 11 de junio de 2012

Sín Título

Saliendo de la Universidad, me encontré con un cielo lleno de nubes. ¿Por qué dirigí mi mirada hacia lo alto, en lugar de mantener la cabeza gacha para leer un texto que acababa de fotocopiar y que entra en la prueba de la próxima semana? No tengo idea, el azul tiene algo que me hechiza. Si viviera junto al mar, de seguro sería feliz. Apenas vi ese cielo azul zafiro, me percaté de que las nubes estaban salpicadas a lo largo, ancho y profundo, y pronto me detuve mental y físicamente. Había una nube especial, de esas que solo existen en los cuadros y pinturas, en las fotos de Internet y en las portadas de los libros. Pero hubo otra cosa que me gustó de esa nube. Tan pronto como la vi, supe que esa nube era mía.

Caminé al borde de la acera, y me quedé allí, con mis audífonos puestos, mientras una canción tierna, solitaria y sincera sonaba, como si el destino hubiera querido que le prestara atención a mi nube.

Allá en lo alto, el viento soplaba fuerte, y las nubes se movían con rapidez. En 5 minutos, mi nube se había marchado, y me sentí muy solo. Las demás nubes seguían moviéndose, como si fuera una cortina de teatro que se desliza para mostrarnos el infinito. El viento me intrigó, cómo es que soplase tan fuerte arriba y tan despacio a medida que bajaba la altitud. Busqué señas que me indicasen la existencia del viento, y observé los pocos árboles que se esparcían a distancias parejas por la calle. Los vi deprimidos, tristes, violados de libertad. En Santiago, en las calles de la zona centro, los árboles tienen un pequeño cuadrado de tierrita dulce encasillada y oprimida por el asfalto y las veredas grises.

Estuve un largo rato de pie, solo, mientras las personas a mi alrededor caminaban mientras hacían cosas más productivas y divertidas que el sufrir por la perdida de una nube o la soledad de un par de árboles.
Decidí que era mejor seguir andando para llegar a mi casa, cuando vi a unas amigas mías que caminaban más abajo en la calle. Decidí caminar lentamente, para que ellas me alcanzaran. Entramos al metro, y desaparecí del mundo por media hora, hasta que salí.

No soy el mismo desde entonces. Hoy no se quien soy.

Autor: Felipe Guzmán B.

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