lunes, 11 de junio de 2012

Historias Escritas en Sangre - Capítulo 3


Autora: Antonia Alvarado P.
CAPITULO 3
PASADO DESENTERRADO

            “Hablar con Demetrio aclaró las cosas.” Pensó Circe, observando Italia desde la ventana del avión.

            La noche anterior había conocido a Demetrio Spellyn, un vampiro que conocía a Sebastien y que en sus propias palabras, ayudó a “corregir la injusticia que es la ignorancia” al contarle a Circe sobre sus raíces en Italia, y que Sebastien era de allí, por lo que sería el mejor lugar para saber quién era.  No se lo había pensado mucho, ya que la desesperación por entender su existencia llevaba encubándose en su interior desde su Primer Hambre, y el hablar con un vampiro que por fin le revelara parte de lo que siempre quiso saber… era como una bocanada de aire fresco.  Aun que no necesitara respirarlo.  Su futuro y pasado estaba en Italia, la ciudad donde los vampiros eran civilizados y le explicarían el por qué de su existencia, a qué reglas debía atenerse, los que le demostrarían que había formas de vivir así y no ser un monstruo.  Conocería a las personas de las cuales Sebastien había escapado, enrabiado por sus reglas, y ellas la acogerían como la vampiresa que era.  Había confiado tanto en Demetrio, sólo por contarle todo esto que ella siempre había deseado escuchar, que lo primero que hizo al abandonar la bodega donde Demetrio vivía era robar algo de dinero a Sebastien y comprar un boleto de avión a Florencia, sin preocuparse de la seguridad gracias a su velocidad.  Un vuelo que saliera de noche, y que aterrizara antes de que la luz del sol la tocara.  Por suerte, de Londres a Florencia eran pocas horas, y aquello era posible, y hasta le daría unas horas para encontrar refugio.

            Una vez que el avión atravesó, la salida fue fácil.  Su rapidez le ayudó a evitar las molestias que suponían los procesos para entrar al país, y pronto se vio, sin equipaje ni nada para molestarla, fuera del aeropuerto Amerigo Vespucci.  Un mapa del recorrido a la estación de Santa Maria de Novella le bastó para correr hacia allí, y llegar luego de unos minutos, observando ya en su esplendor la ciudad de donde ella provenía.  No solo por parte de Sebastien como vampiresa, si no como humana, de los Firenze.  Llevaba el nombre de la ciudad como su apellido, después de todo, y su familia había vivido allí hasta la muerte de su tía abuela en 1915.


            Estaba completamente oscuro, y aún así, Florencia no poseía el semblante espeluznante que Londres tenía a esas horas.  Circe se sintió en casa, aun que no sabía qué la esperaba.  Demetrio le había dicho que los vampiros florentinos vivían en uno de los castillos que se creían deshabitados, a las afueras de Florencia.  Sólo tenía que ir allí, y presentarse, para conocer todo lo que Sebastien le había ocultado. Era cosa de seguir las explicaciones de Demetrio y…  el aire en su entorno se sintió frío, peligroso, y sintió que la piel se le erizaba, aun que no era más que una ilusión.  No podía ocurrirle eso.

            Circe se concentró, preocupada, y una sintió una presencia negra como la amargura a sus espaldas, haciendo que se volteara rápidamente.

            -Lo sabía.-  Masculló la mujer que se hallaba enfrente de ella.

            No parecía tener más de dieciocho años, pero su semblante y actitud eran los de una mujer adulta.  Se encontraba allí, imponente, su cuerpo cubierto por una túnica negra de aspecto tétrico y antiguo, que contrastaban su piel blanca como la nieve.  Su cabello, castaño claro, glorioso, caía sobre sus hombros en ondas como una diosa griega, decorando su rostro redondo de ojos celestes calculadores y llenos de frialdad, además de unos labios color rosa carnosos y llamativos.  Era una vampiresa, de eso no había duda, pero no era una vampiresa común y corriente.  Su cuerpo emanaba poder y superioridad, y su postura confirmaba que estaba acostumbrada a ser tratada como una reina, y que se consideraba tal.  El brillo de la inteligencia se escapaba de sus ojos, y sus labios se contraían dejando escapar parte de su carácter.  Estaba furiosa, y aun que mantenía la cabeza fría, era evidente.  Circe no se sintió tan bienvenida.

            -Sabía que estabas viva.  Sabía que ese bastardo nos había engañado.-  La repugnancia de su voz hizo que Circe sintiera un escalofrío, aun que no lo experimentara físicamente.  Era tal el odio de su voz, que su cerebro respondía con el terror que correspondía ante una figura de tal grandeza.  Sus ojos parecieron amenazarla como los de una loba en la mitad de la noche, mirando a su presa.  Su boca se torció en una sonrisa malévola, enseñando los colmillos.  –Te mataría si eso no me convirtiera en cenizas.  Pero tendremos que dejar que el verdugo lo haga.-

            La vampiresa de aproximó a ella con un caminar sensual pero a la vez terrorífico.  Circe no supo como reaccionar, e intentó salir corriendo, pero la mano de la castaña le apretaba el brazo, y pronto se vio inmovilizada por la fuerza de esta antes de que la vampiresa doblara sus brazos hacia su espalda, como esposándola, pero sin necesidad de esposas, ya que su fuerza era más que suficiente.

-Considérate prisionera de Florencia.-  Masculló, antes de correr hacia el castillo sosteniendo a la pelirroja.

-No puedo hacer eso, Gabriella.-  Dijo tajante la Príncipe, sin dar más explicaciones.  Se encontraban en la biblioteca del castillo de los Strizzo, escondido a las afueras de Florencia y Olivia Tremonti, la temida Príncipe de Italia, tenía los brazos cruzados sobre su pecho, cubierto por una túnica romana idéntica a la que utilizaban en la época de su transformación, solo que bordada con oro, el cual iba de acorde a la tiara del mismo material que llevaba en la cabeza, una muestra más de su poder.  Era alta, y delgada, majestuosa.  Su piel era más blanca que el resto de los vampiros, su cabello caía en ondas negras hasta sus hombros y su rostro de ojos verde oliva y labios rojos.  Era hermosa, pero más que nada, aterradora.  Su presencia era tan intimidante que el alma de sus acompañantes tiritaba.  Pero ese no era el caso de Gabriella.  Ella estaba cegada por el deseo de venganza, y además, conocía a la Príncipe desde hacía milenios. -De ahora en adelante, esto cae en manos de los Tremonti.  Yo me encargaré de ello desde Roma.-

            La Príncipe se encontraba junto a la ventana, mirando el paisaje de Toscana con ojos sabios.  Si Gabriella no la conociera pensaría que la estaba ignorando, pero la castaña estaba acostumbrada a las miradas perdidas de su Príncipe, y de la actitud distraída que la caracterizaba.  A pesar de lo fuerte que era, siempre parecía estar en otro mundo, lejos de todo aquello.

-Ella sigue siendo nuestra prisionera.-  Insistió Gabriella, furiosa, apretando los puños. Su semblante siempre serio ante todos, solía quebrarse en situaciones como esa frente a la Príncipe, quizás su única confidente en el planeta. –No puede llevársela Roma, majestad.  Ella vino aquí, y no me importa si fue por un engaño de ese vampirito inglés del cual hablaba.  Es chiquilla de Sebastien, después de que…-

-Después de que asesinara a Fabrizzio, sí.  Pero sabes cuáles son las reglas.  Ella fue convertida fuera de nuestro territorio, en tierra de anarquistas.  No tenemos poder alguno sobre su vida a menos que se una a nosotros, en el caso que no podríamos hacer nada a menos que ella cometa una falta.  Y, además, la única persona en poder de terminar con Sebastien ahora es…-

-La mocosa.- Soltó Gabriella, con asco.

-Circe.  Y sólo si ella así lo desea.-  Terminó la Príncipe, volteándose esta vez y mirando a Gabriella a los ojos.

            Se podrían decir que saltaron chispas, al menos desde los ojos de Gabriella.  Pero Olivia permanecía seria, inescrutable.  Tal como habría estado Gabriella si esto no tuviera nada que ver con la parte más dolorosa de su pasado.  Y por esto mismo la castaña no pensaba rendirse, e intentó convencer a Olivia una vez más, de forma casi desesperada.

-Pero ella entró ilegalmente al país.  No pidió su permiso.-  La vampiresa sonrió en su fuero interno, pero no duró mucho.

-Pero tiene derecho a perdón si no sabía al respecto, y Biagio ya la interrogó.  No sabía nada… y no quiero tener problemas con Portugal por faltar a las reglas, Gabriella.  Esto fue un acuerdo internacional.-  Hablaba en serio, nuevamente, pero Gabriella no quería aceptarlo.

-¿Y qué importa Portugal?  Son los más débiles de Europa Latina, terminarán uniéndose a Europa del Norte y el Este eventualmente.- Exclamó.

            Olivia la amenazó con la mirada.

-Ignoraré tu insolencia, Gabriella.  Y te recordaré que nosotros perderemos nuestro poder tarde o temprano, con la guerra que se está encubando entre tu ciudad y Venecia.  Y te recuerdo también quien es la responsable.-

            Gabriella se mantuvo quieta, fingiendo calma y sosteniendo la mirada de su Príncipe, para no demostrar debilidad.

-Pasaré aquí el día y una noche más, esperando a que venga Sebastien con ella.  Conozco a mi chiquillo, como supe de su obsesión con la humana.  Es demasiado apasionado como para dejar que su chiquilla se escape.  Y cuando llegue, no le recibirás tú, si no Salvatore.  Y partiremos a Roma sin ninguna discusión más.-  La Príncipe pasó una mano delicadamente por su cabello, y miró a Gabriella otra vez más.  –Que Fiorella se entere de esto.-  Dictó antes de abandonar la estancia.

            Gabriella la observó a medida que se iba, sin respirar.  Tendría que llevar a cabo una visita más antes de llevar a cabo sus órdenes.


El avión había aterrizado hacía minutos, pero Sebastien ya se encontraba fuera del castillo que había sido su hogar durante la mayor parte de su vida nocturna.  El edificio se erigía imponente, con piedras de color oscuro pero respetando el estilo florentino de la ciudad, un poco más alegre y mucho más artístico de lo que se podía esperar de una edificación que protegía a decenas de vampiros.  La sede de Florencia, donde él había sido embajador de Roma con tanto orgullo, aun que sus métodos poco ortodoxos y su pasión por el arte no fuera bien aceptado por aquellos con los que compartía vivienda.

            Dubois podía sentir la presencia de su chiquilla ahí, ya que al ser un lugar exclusivamente habitado por vampiros, su percepción era más aguda, y podía decir exactamente quienes se hallaban en el lugar.  Y por eso no se sorprendió cuando Salvatore Strizzo apareció silenciosamente frente a él, sin hablar, dedicándole una breve reverencia casi sarcástica (no podía evitar sentir el mismo repudio que su sire sentía hacia el vampiro) y señalándole con la cabeza que lo siguiera, sin dirigirle la palabra.

            El vampiro no podía negar que estaba nervioso, pero sabía que Circe había sido su salvación.  Y en parte, Olivia también.  Era responsabilidad de la Príncipe el exilio, y una vez que un exiliado continúa con su vida fuera del país creando a un chiquillo, sólo éste puede quitarle la vida en casos que se ameriten.

-Que conste que entro con la intención de pedirle permiso a su majestad, por lo cual no será aceptada mi ejecución sin un juicio previo.- Dijo Sebastien seriamente a Salvatore, quien le escuchó atentamente a pesar de que no se dignó a contestar. –Y tienes suerte de que ya no sea tu superior, chiquillo insolente.-  El vampiro de menor rango se sorprendió ante las duras palabras, ya que el antiguo Tremonti no solía ser así.  Hablaba lo preciso, sin decir más, y siempre elegía muy bien sus palabras, con una cautela que contradecía su actitud frenética en el arte.

            Caminaron a paso lento a través del camino de piedra que conectaba la entrada con el castillo, pero debido a su velocidad no tardaron más de dos segundos en llegar.  La gran puerta de madera estaba entre abierta, esperando la llegada del vampiro, y cuando tanto él como Salvatore ingresaron al recinto, dos vampiros en túnicas negras vigilaban la entrada sosteniendo las tradicionales velas blancas que no parecían gastarse.

            Sebastien se dejó guiar por Salvatore a pesar de conocer esos pasadizos de memoria, y llegaron a la Sala Magna, habitación donde la Príncipe recibía a los invitados siempre que se encontraba en la zona.  La puerta estaba cerrada, pero un simple empujón de Salvatore bastó para que se abriera de par en par, y Sebastien se reencontrara con su creadora nuevamente.  Estaba tan radiante como siempre.  Olivia Tremonti alzó la cabeza en gesto orgulloso, esperando que el chiquillo que tanto la había decepcionado se hincara a sus pies, como no tardó en hacer Sebastien seguido de un “majestad”.

-Pido su permiso para permanecer en Italia, su alteza.-  Susurró, pero con claridad Sebastien, sin levantar la vista del sueño.

-Permiso concedido.-  Dictó Olivia, esperando a que el Tremonti menor se levantara, para poder dirigirse a él.  –Nos hemos llevado una sorpresa contigo, Sebastien.  Si eres tan gentil de tomar asiento…-  Ofreció la Príncipe, sentándose en unos mullidos sofás de terciopelo verde, que eran del mismo color que sus ojos.  El vampiro la acompañó, silencioso, como debía estar frente a tal autoridad, aun que fuera prácticamente su madre.  –No esperaba encontrarme con una chiquilla tuya, hijo. Y menos con esa chiquilla… ¿Te das cuenta que la muerte de Castagliani se ve completamente injustificada?-

            Sebastien esperó a que terminara de hablar para dirigirle la palabra, de forma respetuosa.

-No es Francesca Firenze, su majestad.  Ella fue asesinada por… Castagliani.-  No se atrevía a decir su nombre.  –Seguramente Gabriella le ha dicho que se llama Circe, y aquel no es un apodo de mi invención.  Es la sobrina nieta de Francesca, nada más ni nada menos, y aun que el parecido sea increíble… esa fue la razón por la cuál la hice mía, majestad.-

-Pues no parece ser tan tuya después de todo, Sebastien, tomando en cuenta el gran desacato que fue venir hasta aquí sin tu permiso.-  Contestó la Príncipe, seria.

-Es verdad.  Pero debo confesar que no la crié con la misma disciplina bajo la que yo viví, su majestad.  Cometí el error de dejarla ser quién era, y de…-

-No proporcionarle la información necesaria, según veo.-  Terminó Olivia por él, haciendo que ambos quedaran en silencio.

            Sebastien bajó la cabeza.  A pesar de todos los años que habían pasado, no podía evitar sentirse como una decepción para su sire, a quien tanto admiraba, aun que intentara negarlo.

-Supongo que aún no soy tan fuerte como debería…-

-Pues tendrás que encontrar esa fortaleza, Sebastien, si quieres vivir en Roma conmigo.-  Olivia, sorpresivamente, sonrió, dejando perplejo al vampiro.  –Ya se sabe que has sido perdonado, hijo mío.  No puedo dejar que vuelvas a tierras anárquicas.-

            Sebastien asintió, aun que no lo agradecía realmente.  En Inglaterra él era su propio rey, y aquí no era más que un vasallo.  Pero extrañaba Italia, y la extraña libertad que le daba a sus aptitudes artísticas.  Era un país bello y lleno de vida, que hasta el clima sacaba a relucir.

-¿Y Circe?- Se atrevió a preguntar, esperando escuchar la respuesta que quería.  Y así fue.

-Si acepta llevar el apellido Tremonti, será mi nieta. Los Strizzo no pueden hacer nada contra eso, pero te advierto que me veré forzada a darle favores a ellos, lo cual dificultará solucionar el problema entre Venecia y Florencia.-

-¿Están en guerra?-  Preguntó Sebastien sorprendido, pues no se lo esperaba… aún.

-Aún no, pero están al borde.  Marco ha enloquecido completamente.  Ya no queda mucho de él, y sospecho que pronto tendremos que ejecutarlo.  Esperemos que la razón no sea uno de los Strizzo…-

            Sebastien asintió, sintiéndose por un momento parte de esa familia nuevamente, sin el peso de una muerte sobre sus hombros.  Fue sólo por unos segundos, pero se sintió bien, en casa.  No podría vivir en Florencia sin causar problemas, pero Roma estaría bien.

-Sabe que puedo ayudarla.-  Sonrió, mirando a Olivia como si fuera su cómplice.  Olivia no devolvió el gesto, pero Sebastien podía ver el brillo de la comprensión en sus ojos.

            Olivia dudó, eso si, pero lo escondió, como bien sabía hacer.  Después de tanto tiempo, el control de sus emociones no era problema alguno, ni en al circunstancias más extremas.

-No creo que enviarte a Venecia sea una buena idea, Sebastien.  Quizás no estén listos.- Pensó en voz alta, mirando al rubio.  Se veía mucho más importante y elegante que antes, ya aquello le alegró profundamente, aliviando su decepción anterior.

-Marco Giovanni no guarda rencor, su alteza.  Más bien, cree que mi forma de actuar fue justa.  Hablé con él antes de ser exiliado.-  Aseguró, alzando la mirada. 

            La Príncipe negó con la cabeza.

-Ciro y Fabrizzio eran muy unidos, Sebastien, no creo que te convenga.-  Le hablaba persuasiva, pero no lo suficiente como para cambiar la opinión del vampiro.  En el fondo, creía que un viaje a Venecia no sería mala idea.  Olivia permaneció en silencio unos momentos, y luego continuó.  –Está bien.  Pero tendrás que visitar Oristano, y nuestra excusa será clara: pedir tu aceptación de vuelta a la comunidad.  Será difícil convencer a Florencia, pero los venecianos nos darán su voto, y Roma también.  Mi voto cuenta como uno aparte, así que quizás tengas suerte.  Pero tendrás que ser gentil con el resto de los Castagliani.  Gabriella puede ser muy venenosa.-

            Sebastien sonrió.

-Créame, eso ya lo sé.-

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