Autora: Antonia Alvarado P.
CAPITULO 3
PASADO
DESENTERRADO
“Hablar con Demetrio aclaró las
cosas.” Pensó Circe, observando Italia desde la ventana del avión.
La noche anterior había conocido a
Demetrio Spellyn, un vampiro que conocía a Sebastien y que en sus propias
palabras, ayudó a “corregir la injusticia que es la ignorancia” al contarle a
Circe sobre sus raíces en Italia, y que Sebastien era de allí, por lo que sería
el mejor lugar para saber quién era. No
se lo había pensado mucho, ya que la desesperación por entender su existencia
llevaba encubándose en su interior desde su Primer Hambre, y el hablar con un
vampiro que por fin le revelara parte de lo que siempre quiso saber… era como
una bocanada de aire fresco. Aun que no
necesitara respirarlo. Su futuro y
pasado estaba en Italia, la ciudad donde los vampiros eran civilizados y le
explicarían el por qué de su existencia, a qué reglas debía atenerse, los que
le demostrarían que había formas de vivir así y no ser un monstruo. Conocería a las personas de las cuales
Sebastien había escapado, enrabiado por sus reglas, y ellas la acogerían como
la vampiresa que era. Había confiado
tanto en Demetrio, sólo por contarle todo esto que ella siempre había deseado
escuchar, que lo primero que hizo al abandonar la bodega donde Demetrio vivía
era robar algo de dinero a Sebastien y comprar un boleto de avión a Florencia,
sin preocuparse de la seguridad gracias a su velocidad. Un vuelo que saliera de noche, y que
aterrizara antes de que la luz del sol la tocara. Por suerte, de Londres a Florencia eran pocas
horas, y aquello era posible, y hasta le daría unas horas para encontrar
refugio.
Una vez que el avión atravesó, la
salida fue fácil. Su rapidez le ayudó a
evitar las molestias que suponían los procesos para entrar al país, y pronto se
vio, sin equipaje ni nada para molestarla, fuera del aeropuerto Amerigo
Vespucci. Un mapa del recorrido a la
estación de Santa Maria de Novella le bastó para correr hacia allí, y llegar
luego de unos minutos, observando ya en su esplendor la ciudad de donde ella
provenía. No solo por parte de Sebastien
como vampiresa, si no como humana, de los Firenze. Llevaba el nombre de la ciudad como su
apellido, después de todo, y su familia había vivido allí hasta la muerte de su
tía abuela en 1915.
Estaba completamente oscuro, y aún
así, Florencia no poseía el semblante espeluznante que Londres tenía a esas
horas. Circe se sintió en casa, aun que
no sabía qué la esperaba. Demetrio le
había dicho que los vampiros florentinos vivían en uno de los castillos que se
creían deshabitados, a las afueras de Florencia. Sólo tenía que ir allí, y presentarse, para
conocer todo lo que Sebastien le había ocultado. Era cosa de seguir las
explicaciones de Demetrio y… el aire en
su entorno se sintió frío, peligroso, y sintió que la piel se le erizaba, aun
que no era más que una ilusión. No podía
ocurrirle eso.
Circe se concentró, preocupada, y
una sintió una presencia negra como la amargura a sus espaldas, haciendo que se
volteara rápidamente.
-Lo sabía.- Masculló la mujer que se hallaba enfrente de
ella.
No parecía tener más de dieciocho
años, pero su semblante y actitud eran los de una mujer adulta. Se encontraba allí, imponente, su cuerpo
cubierto por una túnica negra de aspecto tétrico y antiguo, que contrastaban su
piel blanca como la nieve. Su cabello,
castaño claro, glorioso, caía sobre sus hombros en ondas como una diosa griega,
decorando su rostro redondo de ojos celestes calculadores y llenos de frialdad,
además de unos labios color rosa carnosos y llamativos. Era una vampiresa, de eso no había duda, pero
no era una vampiresa común y corriente.
Su cuerpo emanaba poder y superioridad, y su postura confirmaba que
estaba acostumbrada a ser tratada como una reina, y que se consideraba
tal. El brillo de la inteligencia se
escapaba de sus ojos, y sus labios se contraían dejando escapar parte de su carácter. Estaba furiosa, y aun que mantenía la cabeza
fría, era evidente. Circe no se sintió
tan bienvenida.
-Sabía que estabas viva. Sabía que ese bastardo nos había
engañado.- La repugnancia de su voz hizo
que Circe sintiera un escalofrío, aun que no lo experimentara físicamente. Era tal el odio de su voz, que su cerebro
respondía con el terror que correspondía ante una figura de tal grandeza. Sus ojos parecieron amenazarla como los de
una loba en la mitad de la noche, mirando a su presa. Su boca se torció en una sonrisa malévola,
enseñando los colmillos. –Te mataría si
eso no me convirtiera en cenizas. Pero
tendremos que dejar que el verdugo lo haga.-
La vampiresa de aproximó a ella con
un caminar sensual pero a la vez terrorífico.
Circe no supo como reaccionar, e intentó salir corriendo, pero la mano
de la castaña le apretaba el brazo, y pronto se vio inmovilizada por la fuerza
de esta antes de que la vampiresa doblara sus brazos hacia su espalda, como
esposándola, pero sin necesidad de esposas, ya que su fuerza era más que suficiente.
-Considérate prisionera de
Florencia.- Masculló, antes de correr
hacia el castillo sosteniendo a la pelirroja.
-No puedo hacer eso, Gabriella.- Dijo tajante la Príncipe, sin dar más
explicaciones. Se encontraban en la
biblioteca del castillo de los Strizzo, escondido a las afueras de Florencia y
Olivia Tremonti, la temida Príncipe de Italia, tenía los brazos cruzados sobre
su pecho, cubierto por una túnica romana idéntica a la que utilizaban en la
época de su transformación, solo que bordada con oro, el cual iba de acorde a
la tiara del mismo material que llevaba en la cabeza, una muestra más de su
poder. Era alta, y delgada,
majestuosa. Su piel era más blanca que
el resto de los vampiros, su cabello caía en ondas negras hasta sus hombros y
su rostro de ojos verde oliva y labios rojos.
Era hermosa, pero más que nada, aterradora. Su presencia era tan intimidante que el alma
de sus acompañantes tiritaba. Pero ese
no era el caso de Gabriella. Ella estaba
cegada por el deseo de venganza, y además, conocía a la Príncipe desde hacía
milenios. -De ahora en adelante, esto cae en manos de los Tremonti. Yo me encargaré de ello desde Roma.-
La Príncipe se encontraba junto a la
ventana, mirando el paisaje de Toscana con ojos sabios. Si Gabriella no la conociera pensaría que la
estaba ignorando, pero la castaña estaba acostumbrada a las miradas perdidas de
su Príncipe, y de la actitud distraída que la caracterizaba. A pesar de lo fuerte que era, siempre parecía
estar en otro mundo, lejos de todo aquello.
-Ella
sigue siendo nuestra prisionera.-
Insistió Gabriella, furiosa, apretando los puños. Su semblante siempre
serio ante todos, solía quebrarse en situaciones como esa frente a la Príncipe,
quizás su única confidente en el planeta. –No puede llevársela Roma,
majestad. Ella vino aquí, y no me
importa si fue por un engaño de ese vampirito inglés del cual hablaba. Es chiquilla de Sebastien, después de que…-
-Después
de que asesinara a Fabrizzio, sí. Pero
sabes cuáles son las reglas. Ella fue
convertida fuera de nuestro territorio, en tierra de anarquistas. No tenemos poder alguno sobre su vida a menos
que se una a nosotros, en el caso que no podríamos hacer nada a menos que ella
cometa una falta. Y, además, la única
persona en poder de terminar con Sebastien ahora es…-
-La
mocosa.- Soltó Gabriella, con asco.
-Circe. Y sólo si ella así lo desea.- Terminó la Príncipe, volteándose esta vez y
mirando a Gabriella a los ojos.
Se podrían decir que saltaron
chispas, al menos desde los ojos de Gabriella.
Pero Olivia permanecía seria, inescrutable. Tal como habría estado Gabriella si esto no
tuviera nada que ver con la parte más dolorosa de su pasado. Y por esto mismo la castaña no pensaba
rendirse, e intentó convencer a Olivia una vez más, de forma casi desesperada.
-Pero
ella entró ilegalmente al país. No pidió
su permiso.- La vampiresa sonrió en su
fuero interno, pero no duró mucho.
-Pero
tiene derecho a perdón si no sabía al respecto, y Biagio ya la interrogó. No sabía nada… y no quiero tener problemas
con Portugal por faltar a las reglas, Gabriella. Esto fue un acuerdo internacional.- Hablaba en serio, nuevamente, pero Gabriella
no quería aceptarlo.
-¿Y
qué importa Portugal? Son los más
débiles de Europa Latina, terminarán uniéndose a Europa del Norte y el Este
eventualmente.- Exclamó.
Olivia la amenazó con la mirada.
-Ignoraré
tu insolencia, Gabriella. Y te recordaré
que nosotros perderemos nuestro poder tarde o temprano, con la guerra que se
está encubando entre tu ciudad y Venecia.
Y te recuerdo también quien es la responsable.-
Gabriella se mantuvo quieta,
fingiendo calma y sosteniendo la mirada de su Príncipe, para no demostrar
debilidad.
-Pasaré
aquí el día y una noche más, esperando a que venga Sebastien con ella. Conozco a mi chiquillo, como supe de su
obsesión con la humana. Es demasiado
apasionado como para dejar que su chiquilla se escape. Y cuando llegue, no le recibirás tú, si no
Salvatore. Y partiremos a Roma sin
ninguna discusión más.- La Príncipe pasó
una mano delicadamente por su cabello, y miró a Gabriella otra vez más. –Que Fiorella se entere de esto.- Dictó antes de abandonar la estancia.
Gabriella la observó a medida que se
iba, sin respirar. Tendría que llevar a
cabo una visita más antes de llevar a cabo sus órdenes.
El avión había aterrizado hacía minutos, pero Sebastien ya
se encontraba fuera del castillo que había sido su hogar durante la mayor parte
de su vida nocturna. El edificio se
erigía imponente, con piedras de color oscuro pero respetando el estilo
florentino de la ciudad, un poco más alegre y mucho más artístico de lo que se
podía esperar de una edificación que protegía a decenas de vampiros. La sede de Florencia, donde él había sido
embajador de Roma con tanto orgullo, aun que sus métodos poco ortodoxos y su
pasión por el arte no fuera bien aceptado por aquellos con los que compartía
vivienda.
Dubois podía sentir la presencia de
su chiquilla ahí, ya que al ser un lugar exclusivamente habitado por vampiros,
su percepción era más aguda, y podía decir exactamente quienes se hallaban en
el lugar. Y por eso no se sorprendió
cuando Salvatore Strizzo apareció silenciosamente frente a él, sin hablar,
dedicándole una breve reverencia casi sarcástica (no podía evitar sentir el
mismo repudio que su sire sentía hacia el vampiro) y señalándole con la cabeza
que lo siguiera, sin dirigirle la palabra.
El vampiro no podía negar que estaba
nervioso, pero sabía que Circe había sido su salvación. Y en parte, Olivia también. Era responsabilidad de la Príncipe el exilio,
y una vez que un exiliado continúa con su vida fuera del país creando a un
chiquillo, sólo éste puede quitarle la vida en casos que se ameriten.
-Que
conste que entro con la intención de pedirle permiso a su majestad, por lo cual
no será aceptada mi ejecución sin un juicio previo.- Dijo Sebastien seriamente
a Salvatore, quien le escuchó atentamente a pesar de que no se dignó a
contestar. –Y tienes suerte de que ya no sea tu superior, chiquillo
insolente.- El vampiro de menor rango se
sorprendió ante las duras palabras, ya que el antiguo Tremonti no solía ser
así. Hablaba lo preciso, sin decir más,
y siempre elegía muy bien sus palabras, con una cautela que contradecía su
actitud frenética en el arte.
Caminaron a paso lento a través del
camino de piedra que conectaba la entrada con el castillo, pero debido a su
velocidad no tardaron más de dos segundos en llegar. La gran puerta de madera estaba entre
abierta, esperando la llegada del vampiro, y cuando tanto él como Salvatore
ingresaron al recinto, dos vampiros en túnicas negras vigilaban la entrada
sosteniendo las tradicionales velas blancas que no parecían gastarse.
Sebastien se dejó guiar por
Salvatore a pesar de conocer esos pasadizos de memoria, y llegaron a la Sala
Magna, habitación donde la Príncipe recibía a los invitados siempre que se
encontraba en la zona. La puerta estaba
cerrada, pero un simple empujón de Salvatore bastó para que se abriera de par
en par, y Sebastien se reencontrara con su creadora nuevamente. Estaba tan radiante como siempre. Olivia Tremonti alzó la cabeza en gesto
orgulloso, esperando que el chiquillo que tanto la había decepcionado se
hincara a sus pies, como no tardó en hacer Sebastien seguido de un “majestad”.
-Pido
su permiso para permanecer en Italia, su alteza.- Susurró, pero con claridad Sebastien, sin
levantar la vista del sueño.
-Permiso
concedido.- Dictó Olivia, esperando a
que el Tremonti menor se levantara, para poder dirigirse a él. –Nos hemos llevado una sorpresa contigo,
Sebastien. Si eres tan gentil de tomar
asiento…- Ofreció la Príncipe,
sentándose en unos mullidos sofás de terciopelo verde, que eran del mismo color
que sus ojos. El vampiro la acompañó,
silencioso, como debía estar frente a tal autoridad, aun que fuera
prácticamente su madre. –No esperaba
encontrarme con una chiquilla tuya, hijo. Y menos con esa chiquilla… ¿Te das cuenta que la muerte de Castagliani se ve
completamente injustificada?-
Sebastien esperó a que terminara de
hablar para dirigirle la palabra, de forma respetuosa.
-No es
Francesca Firenze, su majestad. Ella fue
asesinada por… Castagliani.- No se
atrevía a decir su nombre. –Seguramente
Gabriella le ha dicho que se llama Circe, y aquel no es un apodo de mi
invención. Es la sobrina nieta de
Francesca, nada más ni nada menos, y aun que el parecido sea increíble… esa fue
la razón por la cuál la hice mía, majestad.-
-Pues
no parece ser tan tuya después de todo, Sebastien, tomando en cuenta el gran
desacato que fue venir hasta aquí sin tu permiso.- Contestó la Príncipe, seria.
-Es
verdad. Pero debo confesar que no la
crié con la misma disciplina bajo la que yo viví, su majestad. Cometí el error de dejarla ser quién era, y
de…-
-No
proporcionarle la información necesaria, según veo.- Terminó Olivia por él, haciendo que ambos
quedaran en silencio.
Sebastien bajó la cabeza. A pesar de todos los años que habían pasado,
no podía evitar sentirse como una decepción para su sire, a quien tanto
admiraba, aun que intentara negarlo.
-Supongo
que aún no soy tan fuerte como debería…-
-Pues
tendrás que encontrar esa fortaleza, Sebastien, si quieres vivir en Roma
conmigo.- Olivia, sorpresivamente,
sonrió, dejando perplejo al vampiro. –Ya
se sabe que has sido perdonado, hijo mío.
No puedo dejar que vuelvas a tierras anárquicas.-
Sebastien asintió, aun que no lo
agradecía realmente. En Inglaterra él
era su propio rey, y aquí no era más que un vasallo. Pero extrañaba Italia, y la extraña libertad
que le daba a sus aptitudes artísticas.
Era un país bello y lleno de vida, que hasta el clima sacaba a relucir.
-¿Y
Circe?- Se atrevió a preguntar, esperando escuchar la respuesta que
quería. Y así fue.
-Si
acepta llevar el apellido Tremonti, será mi nieta. Los Strizzo no pueden hacer
nada contra eso, pero te advierto que me veré forzada a darle favores a ellos,
lo cual dificultará solucionar el problema entre Venecia y Florencia.-
-¿Están
en guerra?- Preguntó Sebastien
sorprendido, pues no se lo esperaba… aún.
-Aún
no, pero están al borde. Marco ha enloquecido
completamente. Ya no queda mucho de él,
y sospecho que pronto tendremos que ejecutarlo.
Esperemos que la razón no sea uno de los Strizzo…-
Sebastien asintió, sintiéndose por
un momento parte de esa familia nuevamente, sin el peso de una muerte sobre sus
hombros. Fue sólo por unos segundos,
pero se sintió bien, en casa. No podría
vivir en Florencia sin causar problemas, pero Roma estaría bien.
-Sabe
que puedo ayudarla.- Sonrió, mirando a
Olivia como si fuera su cómplice. Olivia
no devolvió el gesto, pero Sebastien podía ver el brillo de la comprensión en
sus ojos.
Olivia dudó, eso si, pero lo
escondió, como bien sabía hacer. Después
de tanto tiempo, el control de sus emociones no era problema alguno, ni en al
circunstancias más extremas.
-No
creo que enviarte a Venecia sea una buena idea, Sebastien. Quizás no estén listos.- Pensó en voz alta,
mirando al rubio. Se veía mucho más
importante y elegante que antes, ya aquello le alegró profundamente, aliviando
su decepción anterior.
-Marco
Giovanni no guarda rencor, su alteza.
Más bien, cree que mi forma de actuar fue justa. Hablé con él antes de ser exiliado.- Aseguró, alzando la mirada.
La Príncipe negó con la cabeza.
-Ciro
y Fabrizzio eran muy unidos, Sebastien, no creo que te convenga.- Le hablaba persuasiva, pero no lo suficiente
como para cambiar la opinión del vampiro.
En el fondo, creía que un viaje a Venecia no sería mala idea. Olivia permaneció en silencio unos momentos,
y luego continuó. –Está bien. Pero tendrás que visitar Oristano, y nuestra
excusa será clara: pedir tu aceptación de vuelta a la comunidad. Será difícil convencer a Florencia, pero los
venecianos nos darán su voto, y Roma también.
Mi voto cuenta como uno aparte, así que quizás tengas suerte. Pero tendrás que ser gentil con el resto de
los Castagliani. Gabriella puede ser muy
venenosa.-
Sebastien sonrió.
-Créame,
eso ya lo sé.-
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