Es la muerte, en todo el terrible sentido de la palabra.
Nada escapa del voraz apetito del abandono,
Que traga sin pensar y traga sin parar
Las luces que entran por las ventanas
Y que despiden los ojos de esas personas
Que uno solía recordar en el corazón.
El octavo pecado capital debiera ser la soledad,
El silencio maldito, el pensamiento rumiante
Que induce al desprecio y al suicidio,
A descartar la vida como una hoja llena de garabatos.
Bajo la sombra de la soledad
No hay nombre que se salve,
El cerebro se atrofia y las manos se contraen.
Es el último peldaño antes del vacío,
La soledad es una horca gigante,
Es el camino del perdido.
Si pudieras ver lo que depara
La pesadilla del solitario,
Llorarías sangre como Cristo,
Si, como Cristo desconsolado.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
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