domingo, 20 de abril de 2014

Se invierten los papeles

Tuve una epifanía, una golondrina me habló en sueños para contarme del futuro que nos depara. Con una voz de piedras y rocío me dijo así: "Buena noche, hijo de tu padre. ¿Te interesa que te lea la fortuna de la humanidad?" Curioso como soy, me tentó su ofrecimiento y acepté su conocimiento estelar.
Me habló de que los objetos inanimados se aburrirán de su existencia estática, y tomarán en sus manos el destino del mundo. Las cosas reemplazarán a los seres humanos, y éstos serán las herramientas de los martillos y la ropa que llenará los armarios, a su vez personas también.
Las alfombras se cansarán de ser el felpudo de nuestros pies, y se levantarán los tapetes para pisarnos con la arrogancia con la que lo hemos hecho durante siglos. Los taburetes se sentarán sobre nuestras espaldas, y nos usarán para su descanso como se les antoje. Cuando se desate una pelea en un bar, las botellas nos romperan en pedazos para amenazarse entre sí de forma violenta.
Las fábricas producirán humanos en masa, y los venderán a las televisiones en dos formatos distintos, hombres y mujeres. Las sartenes nos cocinarán a fuego lento, y los cuchillos nos filetearán para servirnos como alimento para los platos, las mesas y los tenedores hambrientos. Llorarán los pañuelos, y se sonarán las narices con nosotros.
El pájaro de mal agüero me contó de las pelotas malabaristas, de las guitarras cantautoras, y de los libros lectores de hombres. Me dio un escalofrío cuando me dijo lo que los dildos harían con nosotros. Horrorizado por las visiones catastróficas que insertó en mi mente, le grité: "Hör auf! ¡Ya escuché suficiente! ¡Deja de enterrar tus palabras en mi pecho!" Y en silencio alzó vuelo con sus alas azules, hasta que llegó tan alto que rompió la burbuja de mi sueño.
Desperté, y al comprobar que los dinosaurios no iban a ver nuestros cadáveres con sobrepeso en museos humanos, me di cuenta que sólo fue una pesadilla ridícula. Pero tras pensarlo un poco más, decidí ser más amable con mi cepillo de dientes, y de vez en cuando darle masajes de espalda a mis jabones. Ya saben, hombre precavido, vale por dos.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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