martes, 15 de abril de 2014

Sin Remordimientos

Uno va cavando su propia tumba con las palabras y las acciones, con el pensamiento más íntimo y con el escrito más público, desde el momento en que uno nace, hasta que la vida se escurre por entre los dedos de unas manos heladas y solitarias. Siempre me he dicho que la muerte no es tan terrible, que no es tan cruenta, porque he visto el lado oscuro de la luna, el lado más triste que pudiera existir. Por eso, sabiendo que mañana estaré a un paso más cerca del mausoleo, quiero dejar bien en claro que no me arrepiento de lo que he dicho: Ni los insultos, ni las promesas rotas, ni las mentiras descorazonadas. 
Pido disculpas a quienes hayan ofendido, ¡Pero no retiro mi palabra! Soy consecuente con lo que alguna vez dormitó en mi pecho, para despertar vociferando en mi garganta y terminar brotando de mis labios como sangre de un dios herido en sus costillas. Muchos escritos los hice sólo para provocar a la gente, ¡Si es que son tan sedentarios, tan acomodados, que hasta me enrabian! ¡Ni el sufrimiento de unos ojos abandonados al borde de una vereda es capaz de despertar su compasión! ¿¡Cómo quedarme de lenguas cruzadas y no decir nada al respecto!? Perdonen todos los ofendidos, los de alta "sensibilidad", pero me paso por la entrepierna su indiferencia y sus actitudes agresivo-pasivas.
En otras ocasiones, sólo quise sacarles una sonrisa a quien tuviera la fortuna, buena o mala, de escuchar lo que tuviera que decir. Las incoherencias, el humor -blanco, negro y a todo color- el chiste que se esconde la cotidianidad misma de nuestra vida de plástico hecho en China. Es mucha la monotonía, sólo quise invitarlos a soñar, a jugar, a inventar soluciones a problemas que nunca existieron (a todo esto, ¿los cangrejos usan cucharas para comer cazuela, o se la toman a sorbitos?).
Hubieron veces en donde quise hacerlos llorar. Sí, muchas veces los quise ver tristes como yo. Las palabras son tan poderosas, que son capaces de multiplicar el dolor de un corazón y prenderlo en el alma de un amigo o un amante con su fuego invisible y perdurable. Sólo el olvido es capaz de matar una pena, pero el olvido es lágrima en sí mismo, y por eso los quise invitar a desempolvar la melancolía. Perdónenme si mi llanto los inundó más de una vez, ¡Pero no me retracto de haberlo hecho!
También los quise enamorar, ¿Para qué nos vamos con cuentos? Quise que encontraran la belleza escondida en las raíces del árbol de la vida, en el árbol humano, en el árbol de las artes y de la magia. Deseé -y deseo todavía- que gobierne el amor por sobre la guerra, el beso por sobre el progreso científico, que el abrazo derroque a la corrupción, y el "te amo" se posicione por sobre los afanes personales y el rencor. Quise enamorarlos, descaradamente, pero no me retracto, no deshago la palabra, no desato el nudo que formé en sus mentes ingenuas y críticas.
A fin de cuentas, sólo quise moverlos y conmoverlos, antes de que la cortina negra se cierna sobre todos nosotros.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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