martes, 11 de abril de 2017

La luz y el asombro

Te encontré.
No en el momento en que te esperaba,
No con el rostro que creí que tendrías.
Encontré tu mano dulcemente blanca
Jugando con mi mano de noches amargas.

Me das a beber del agua de tu sol interno.
Acunas mi pecho con tu pecho y sonríes,
Alzas mis latidos más allá del reino del viento,
Y siento el cariño que perdí cuando no era más que un niño.

Olvidaba ese cariño, extrañaba el deleite en el corazón.

Te supe durante años,
Sabía que tenías que estar en un bosque,
En algún tiempo de fresnos,
En algún rincón del planeta.
Supe de tu aroma y quise abrazarte.

Busqué ese aroma, esa luz que dejaban tus pasos.

En mi desesperado intento por encontrarte
Tras la opresión de los muros de este laberinto,
Deseé encontrarte:
Pateé, lloré,
Luché con mis alas y mis cadenas,
Todo por llegar a tu lado.

Y aquí estás,
Jugando con mi mano de noches amargas.
Mostrándome las bondades de tu piel
Y las bendición de tu cercana confianza.
Siete pétalos rodean hoy mi corazón.

Siete ríos atraviesan mi espalda,
Disolviendo en sus corrientes divinas
Las veintiocho cruces que yo cargaba.

Cómo pesaban esas cruces, cómo se hundían en mí.

Tu mano disipa mis dudas,
Espanta las noches amargas,
Y en acto indudablemente milagroso
Llena de flores mis antiguos desiertos.

Tú traes la luz, felicidad, y yo pongo el asombro, descubrimiento.

Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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