viernes, 14 de marzo de 2014

Masturbación

Fiebre, obsesión enfermiza, manos impacientes que esperan desenterrar carne a palmadas siniestras, como sacudiendo con violencia cuchillos venenosos. Temblores en los hombros, fría gota de sudor que recorre la espalda, mirada perdida en visiones autoeróticas, en pensamientos perversos. Sangre de ángeles que se escurre por entre las rendijas de las persianas salpica las sábanas, destruyendo con su ardor cualquier recuerdo de niñez, desbaratando la inocencia, endureciendo toda emoción. Y el trance maldito nos convierte en máquinas, que parecen bailar presa de convulsiones y espasmos de tobillos. Algo dentro nuestro nos dice que ya es hora, y como volcanes de hueso y pasión se desprende de nuestro núcleo mismo el magma escurridizo y perturbante que tanto anhelamos. Fuego. Muere la ceniza, calcinada entre los dedos, despedida hacia el útero invisible de las estrellas lejanas. Entre jadeos e improperios, los ojos cerrados por el placer mortífero, el mecanismo animal cesa su sacudida, y procede a encogerse, lenta y constantemente, vaciando el corazón, vejiga y mente, reduciéndose y doblándose sobre sí mismo hasta que la piel se desgarra en silencio y se cae en la inconsciencia del no ser.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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