sábado, 15 de marzo de 2014

La Ciudad de los Gatos

Ésta era una ciudad sin calles,
Compuesta por tejados infinitos bajo el sol.
Bares sí que habían,
También autobuses,
Y alguno que otro semáforo.
Sólo los gatos vivían ahí,
Y para la sorpresa de los forasteros,
Era un lugar bastante limpio y ordenado.
Y esto era así, porque en el colegio felino
Enseñaban desde pequeños a sus crías
A dejar las bolas de pelo en los baños.
La ciudad estaba convenientemente lejos,
Arriba en la montaña, cerca de un campo amarillo,
Donde los gatos iban de vacaciones a cazar ratones.
Los gatos ejecutivos vestían con ternos de alta costura.
Y caminaban orgullosos,
Sin mirar a los gatos vagabundos.
Todos los trabajos eran exigentes,
Pero los gatos siempre podían contar con dormir la siesta,
A eso de las 4 de la tarde,
La cual duraba al menos 2 horas.
Está de más decir que la vida nocturna
Era para trabajar,
Y que durante el día descansaban.
Los gatos políticos debatían,
Quizás más de lo que debían,
Sobre la legalidad de la hierba gatuna,
Mientras que los estudiantes marchaban
No a protestar, no:
Iban en tropel a la pescadería
Después de sus clases.
No habían matrimonios,
Los gatos se metían con cualquier gata,
Motivo por el cual tampoco habían prostíbulos,
Lamentablemente.
El negocio más rentable,
En aquella ciudad de Agosto,
Era el comercio de las bolas de estambre.
Los gatos no veían la tele,
Preferían leer el periódico.
Pero eran amantes del cine.
Enamoradizos como ellos solos,
Los artistas, los músicos, los actores ambulantes,
Todos ellos abundaban,
Repartiendo generosamente su magia.
Sin embargo, gatos abogados e ingenieros,
Médicos y psicólogos, no eran minoría tampoco.
Una vez tuvieron un golpe militar,
En donde murieron muchos gatos,
Otros tantos quedaron desaparecidos
Después de detenciones a mitad de la noche.
Afortunadamente, el ejército se disolvió
Cuando sus actos de crueldad afectaron,
De manera severa,
A la producción de la arena para gatos.
Los gatos de esa ciudad,
Con sus ojos de esmeralda,
Sus pelajes camaleónicos,
Eran todos hijos bastardos,
De padres desconocidos.
Pero eso no impidió nunca
Que un gato de buen corazón
Tratase a un minino,
Del modo en que trataría, hoy,
Un padre humano, a su hijo humano.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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