sábado, 15 de marzo de 2014

No Tocar

Paseábame yo por una galería de arte, en algún rincón de esta capital contradictoria, mirando con detención cuadros y pinturas de una delicadez exquisita, cuando mi atención se posa sobre un pequeño letrero de un amarillo desgastado, el cual rezaba, créanlo o no, "Favor NO TOCAR las pinturas".
Esas palabras me indignaron, me sentí herido y pasado a llevar.
¿Cómo pretenden que no acaricie algo que me tocó en lo más hondo? Aquello que caló en mi fuero interno y que dejó su huella en mi alma, es una crueldad que no pueda ser tocado de vuelta. No pienso romper, ni ensuciar, menos aún violar la obra, sólo pretendía hacerle un mimo, rozar sus marcos con ternura. Demostrar con un gesto íntimo mi agradecimiento infinito.
Mis pies firmes en el suelo, frente al cartelito infame, pero mi mente volando lejos, pensando, sintiendo.
Me dije a mi mismo, "¡Qué perversos son los músicos! Creando esas melodías eternas, que hieren o elevan el espíritu humano, esas voluptuosidades musicales, esas turgencias del sonido, tan lejanas, pero tan adentro." Debe ser por eso que alguna brillante persona inventó el baile, para intentar asir esa invisible magia que es la música, que siempre se escapa a las palabras y que abunda en las rocas y los poemas.
Me acordé de mis libros. ¡Ah, mis hermosas novelas! ¿Quién no se ha conmovido hasta las lágrimas, quién no se ha emocionado profundamente con la lectura? ¡Cuántos mundos encierran las páginas de papel fogoso! Acostumbro a acariciar, oler y besar los libros que más me han enamorado.
Por eso, concluyo, si algo me toca en lo hondo, merece ser tocado de vuelta.
Es lo justo.
Por eso, no te asustes si es que pido tomarte de la mano.

Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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