domingo, 16 de marzo de 2014

Disipada

Seis años han pasado desde que llegaste,
Tres de que te fuiste a otros mares.
Me dije que nunca te perdonaría,
Y por eso te recordé siempre con odio.
Pero con el tiempo,
Con el paso de los otoños,
Fuiste desapareciendo de mi memoria,
Lentamente,
Como la niebla matutina,
Sin que lo percibiera realmente,
Hasta que ya no estuviste ahí.
Primero tus hombros se esfumaron,
Blancas rocas de acero inmenso.
Luego tus rodillas de fantasma.
La punta de los pies, el pelo silencioso,
Tu pecho de tinieblas y erotismo asqueroso.
Te fuiste desvaneciendo, poco a poco,
Hasta que sólo quedaron tus ojos
Como dos soles negros,
Uno de muerte y el otro de tabaco.
En una explosión telúrica,
Se desgarraron en infinitas esquirlas de polvo,
En gotas de rocío ácido.
Y te fuiste, ya no existes.
Ahora que tu mirada no se posa en mi nuca,
Puedo ser libre.
¡Libre!
Me atrevo a decir tu nombre.
¡Y más que decirlo, gritarlo!
Francisca.
¡Francisca!
Mujer rata, niña arisca.
¡¡Francisca!!
Así es, nieve de arenisca,
Mueble desgastado,
¡Serpiente con ojos de avispa!
Por fin entraste a ese sarcófago
Que te pertenecía antes de nacer.
Adiós, buen viaje, hasta la vista.
Feliz estoy de haberte perdido la pista.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

No hay comentarios:

Publicar un comentario