lunes, 28 de mayo de 2012

Historias Escritas en Sangre -- Capítulo 2

Tal como les prometí, después de dos semanas aquí está el segundo capítulo de Historias Escritas en Sangre.  ¡Espero que lo disfruten! Cualquier comentario es bienvenido, de hecho, ¡se los agradecería!  


CAPITULO DOS
EL DECIR DE LA NOCHE

            Londres seguía sumergida en la oscuridad mientras Dubois observaba la ciudad desde la azotea del edificio que lo había alojado los últimos treinta años.  Mientras el cálido viento –al menos para él- acariciaba su cuerpo con suaves brisas, el vampiro se sumía en el exceso de sensaciones que aquel lugar le brindaba.  Conversaciones prohibidas que llegaban a sus oídos, la voz de los amantes declarando su amor perpetuo, el juego de luces que destellaban frente a sus ojos; estrellas, casas, faroles, automóviles.  Podía oler los avances de la sociedad en el aire, aun que no le tuviera aprecio a ese aroma en particular. 

            El mundo había crecido frente a él, y no podía evitar sentirse poderoso, como un Dios.  ¿Existía el Dios en el que solía creer tan fervientemente?  Lo dudaba.  Las ciencias comenzaban a imponerse en sus creencias, aun que su propia existencia fuese probada imposible por ellas.

            Sebastien cerró los ojos y extendió los brazos, concentrándose en el suave viento, como habría hecho cuando era débil, humano.  No ahora, cuando nada suponía un peligro.  Por un momento logró bloquear sus recuerdos, imaginar sus ojos rojos brillando en su antiguo color esmeralda, y su piel tostada por el sol de Toscana. 

            Lo lograba, pero no lo comprendía. ¿Por qué querría su chiquilla ser humana nuevamente?  ¿Qué tenía de atractivo aquella vulnerabilidad que carecía de la omnipresencia que ahora poseía? Quizás, sólo quizás, si lo veía desde un punto de vista humano, matar para vivir era una atrocidad y no ver jamás el sol un castigo.  Pero… ¿si ya no eras humano? ¿Si tienes la oportunidad de ser inmortal, si eres la prueba de lo imposible, si posees poderes extraordinarios y una superioridad previamente inalcanzable? ¿Qué era eso en contra de una humanidad que se pierde fácilmente, una estupidez ridícula y una debilidad patética?

            No se arrepentía de tener a Circe a su lado, pero su rechazo, aun que no lo admitiera, le dolía de forma casi humana.  Con mayor intensidad, como a cualquier vampiro, pero como si amenazara dañarlo, lo cual era imposible.  Circe era la viva imagen de Francesca, su Francesca.  Fuerte, pero débil ante aquellos que ama.  Dejarla ir habría sido un crimen.


Sin embargo, ¿cómo iba a saber que ella no le amaría de vuelta?  ¿Aquel que tuvo misericordia por su alma, y decidió perdonar su vida?  Podría no haberle explicado el por qué, o quizás no aclarara las dudas de su mente curiosa, pero aún así, él creía merecer su aprecio.  Después de todo, él la amaba.  A su manera, pero lo hacía… la amaba apasionadamente y con un afecto que ningún humano podría sentir jamás.  Él la amaba y le había dado un regalo que muchos desearían, pero que ella había rechazado apenas conoció sus consecuencias… no lograba comprenderlo. 

Sebastien suspiró, como sólo haría en la soledad, y jamás frente a nadie más.  Su carácter orgulloso, el cuál había desarrollado en sus casi cien años en Inglaterra se lo impedía, pues cualquier muestra de debilidad era patética, humana.  El vampiro arregló el cuello de la camisa que llevaba puesta y se dio media vuelta, caminado lentamente hacia las escaleras para bajar a su departamento…

El lugar estaba en completo silencio, algo que extrañaba a Sebastien.  Eran las dos de la madrugada, y Circe solía ser una cazadora rápida; no soportaba el panorama de drenarle la vida a alguien.  Él, en cambio, creía que la muerte era hermosa.  Solía tomarse su tiempo con sus víctimas, ver como aquel pánico inicial se convertía en placer dentro de las pupilas de su presa una vez que los colmillos atravesaban su piel, y como el brillo de la vida se desvanecía lentamente de esa mirada tan ingenua.  Pero Circe no era así.  Sobrevivía casi en ayuna, con una media de una víctima cada dos días.  Hoy había salido a cazar, pero a esta hora llevaría un buen tiempo en casa.

Sebastien se concentró, intentando hallar el dulce aroma de su chiquilla en los alrededores.  Una fragancia dulce pero a la vez fresca, que le recordaba a la lavanda.  Pero nada.  Su nariz era fácilmente distraída por los miles de hedores que le rodeaban, lo cual significaba que Circe no se encontraba cerca.  El rubio supuso que estaría en SoHo, su zona de caza preferida cuando la culpa la carcomía… tratando, quizás, de encontrar una víctima que mereciera la muerte.  Lo más probable era que volviera pronto, por lo que se tranquilizó e intentó distraerse leyendo.  Ya conocía prácticamente de memoria todos los libros que poseía, la mayoría demasiado antiguos como para leerlos sin dañarlos.  Circe había adquirido algunos libros nuevos, los cuales había dejado en una pila desordenada en una estantería que él había comprado especialmente para ella, pero que la vampiresa no había comenzado a usar hasta hace unas semanas.  Sebastien se aproximó a los libros, leyendo sus títulos con el interés que no les había brindado anteriormente.

Drácula, Entrevista con el Vampiro, El Vampiro Lestat. Novelas de vampiros.

El rubio no pudo evitar esbozar una sonrisa ante la ingenuidad de Circe.  Conocía su curiosidad, pero no sabía que era capaz de llegar a extremos tan ridículos para satisfacerla.  ¿Leer ficción humana basada en falsas experiencias y la vana imaginación del hombre?  Seguramente ya los habría descartado como falsos, o tal vez los investigaba para ver si alguno de los rasgos allí descritos eran los suyos.  Quizás todo era culpa suya por ocultarle la verdad, o al menos su totalidad, pero temía perderla.  Circe era predecible e impredecible a la vez, y en esa situación Sebastián no lograba adivinar su presunta reacción.  Circe se odiaba profundamente sólo con saber los detalles básicos; no necesitaba atormentarla con  más información, aun que ella la pidiera a gritos.

Sebastien descartó en segundos la idea de leer, pues no le apetecía leer tonterías.  El vampiro, entonces, se volteó, y miró el piano de cola larga que tanto tocó durante su primer siglo en la ciudad inglesa.  Hacía más de cuarenta años que no lo tocaba, y yacía ahí como una mera decoración que necesitaba afinarse de vez en cuando.  Las notas melancólicas que habían envuelto el lugar en el pasado se desvanecieron con el tiempo, junto a la antigua pasión que embargaba frecuentemente al vampiro, cuyos restos se encontraban actualmente en su chiquilla.

El rubio se aproximó con cautela al piano, observándolo con cariño pero cuidado a la vez.  Sebastien sintió como sus antiguas canciones se reproducían en sus oídos, y como su detallada memoria invocaba aquellas partituras escritas en un frenesí descontrolado.  Lentamente, y procurando que su orgullo no fuese afectado por sus gestos, Sebastien se sentó frente al piano forte, apreciando cada una de sus piezas.  Una de sus manos acarició la cubierta afectivamente, ignorando las partículas de polvo que se adherían a sus dedos a medida que lo hacía.  El tiempo dejó de avanzar mientras lo hacía, y pronto las teclas estaban al descubierto, y las bellas melodías que vagaban por la cabeza del vampiro se liberaron, danzando libremente por toda la estancia.  Todas aquellas viejas composiciones y luego, al pasar las horas, nuevas melodías que acaban de surgir desde lo más profundo de su alma –y es que no dudaba poseer una, pues las emociones de un vampiro eran más preciosas que las del humano, y por lo tanto, su alma superior.  Las horas pasaban y pasaban, hasta que una sensación de angustia comenzó a comprimir su pecho, una alerta de que el amanecer se aproximaba.  Y, al mismo tiempo, que Circe aún no llegaba, y podría estar expuesta a la luz solar.  El piano dejó de tocar y el vampiro estuvo lejos de el en segundos, saliendo de su ensimismamiento.  No oía nada, como antes, y el inconfundible aroma de Circe no llegaba hasta él.  Sebastien se vio impotente, pues ir tras ella significaría la muerte definitiva.

Intentando tranquilizarse, confiando en la idea de que la naturaleza de Circe no era suicida, Sebastien decidió retirarse a su ataúd, y encargarse del asunto al anochecer, cuando su poder regresara a él.  La incertidumbre se lo comía vivo, pero el vampiro intentó ignorar el pánico, corriendo a la velocidad de la luz hacia su habitación, donde un ataúd antiguo era la única pieza de inmobiliaria del lugar.

No durmió.  Sebastien, sumido en su desconcierto, dejó que la duda y el miedo lo atacaran, preguntándose si la vida de su chiquilla había llegado a su fin.  Después de todo, no se encontraban en un lugar seguro.  Él no le había proporcionado toda la información necesaria, y ella no deseaba ser un vampiro.  Quizás, como había pasado muchas veces, Circe había hecho algo impredecible, como salir a la luz del sol.  O quizás, alguien la había encontrado o… quizás, simplemente hubiese escapado.  Pero definitivamente, ninguna de las opciones le atraía. Acababa de oscurecer cuando la angustia que normalmente el sueño apaciguaba desapareció, a las cuatro y media de ese día de invierno.  Aún dentro de su ataúd, aterrado, aun que nunca lo admitiera, Sebastien sopesaba las posibilidades de que Circe no estuviera muerta.  Ella era impulsiva, pero no la creía capaz de suicidarse… pero, ¿cómo estaba tan seguro?  No era primera vez que su chiquilla le sorprendía…

El rubio empujó con ambas manos la tapa de su ataúd, abriéndolo violentamente, e intentando que todos los pensamientos negativos que viajaban descontroladamente por su mente inquieta cesaran.  Obviamente, no lo hicieron, ya que una de las desventajas de la complejidad de su mente era que si pensaba en bloquear parte de sus ideas, miles nuevas se reproducían, atormentándolo. 

Ya fuera de su ataúd, y con la ropa de la noche anterior, Sebastien salió del departamento corriendo, y pasando como un rayo de luz junto a los transeúntes que se sobresaltaban sin saber qué era lo que habían visto o sentido.  Lo más probable es que Circe estuviera en SoHo, viva o muerta, pero de ambas formas su aroma le guiaría hacia ella…

Llegó en minutos, parando repentinamente al hallarse frente al Luna Llena, el bar que Circe frecuentaba.  La pelirroja lo ignoraba, pero con la intención de cuidarla, Sebastien había memorizado todos sus puntos frecuentes de caza, y en los últimos dos años, Circe había cazado en ese bar, conocido por esconder prostitutas y narcotraficantes.  La música retumbaba en sus oídos a un volumen molesto, pero no tuvo que soportarlo mucho más.  La pelirroja no estaba allí, y con solo cerrar los ojos y concentrarse en el olfato supo que estaba en lo cierto.  Siguió corriendo por los alrededores, rodeando el barrio completo, visitando prostíbulos, antros, puntos de delincuencia conocidos.  Nada.  No sólo no estaba su chiquilla en los alrededores.  No estaba en Londres.  Tardó dos horas en aceptarlo, pero esa era la realidad.  Estaba viva o muerta, pero no dentro de la ciudad inglesa.  Y no dejó ningún rastro para seguirla, pues había desaparecido durante el día.  Todo Londres estaba libre de su aroma… y aun que hubiese muerto, el particular olor de su cadáver, distinto al de cualquier cuerpo humano, le habría llamado la atención.  No había otra posibilidad.

Tardó tres horas en llegar a su refugio, caminando lentamente desde el punto en el que había dejado de buscar, como un humano malherido.  Pensaba, pensaba y volvía a pensar, cavando en su mente, buscando algún indicio que se le hubiese escapado, como si aquello fuera posible.  A él nada se le escapaba… si él quería algo, lo alcanzaba. Nadie podía abandonarlo. Y sin embargo ahora se veía tan impotente, que tenía ganas de incendiar la ciudad entera.  Y saber que tenía el poder de hacerlo pero que no lo haría lo enrabiaba más aún, provocando que algunos automóviles y postes de luz terminaran con daños irremediables.  No tenía una respuesta para la pregunta que le terminaría matando si no lograba responder.

Cuando llegó al apartamento, tuvo que contenerse para no derrumbar la puerta en vez de abrirla.  Las ganas de destruir eran tan fuertes, que no dudaba que el próximo humano que se acercara a él nunca sería encontrado nuevamente.  Pero nadie se aproximó al vampiro, y éste no se alimentó esa noche, castigándose con la angustia y el ardor interior que la sed le proporcionaba.  En cambio, entró a su guarida, y sin hacer nada más que arremangarse la camisa, fue hacia el piano a la velocidad de un rayo y comenzó a tocar melodías tan lastimeras que cualquiera que escuchara no podría contener el llanto.  De notas altas bajaba a las más graves, y volvía a subir en lo que se volvieron horas de agonía en el piano.  Sus manos descargaban la ira y la pena contenida en las teclas blanquecinas del instrumento, en fuertes melodías que sufrían una metamorfosis constante según el ánimo del vampiro iba cambiando.  De un ritmo rabioso pasaba a uno lento, melancólico, se detenía, y volvía a correr otra vez. Al no verse capaz de llorar, esta era la forma del vampiro de derramar lágrimas, en notas musicales que le gritaban el mundo que su chiquilla ya no estaba a su lado.  Y es que Sebastien sabía que si Circe había abandonado la ciudad era para no volver más, y, seguramente, para alejarse de él.  Para que pagara la cuenta de sus secretos guardados y su carácter orgulloso que no le permitía amar de forma correcta, ni demostrar el cariño que una personalidad inmadura pide a gritos.

El piano siguió tocando después del amanecer, y ni siquiera el poder de la presencia del sol podía afectar al artista mientras liberaba su alma a través de la música.  El astro no podía llegar a él desde el oscuro departamento, y el efecto emocional que tenía sobre él no hacía más que librar el horror que guardaba dentro, y ayudarlo a retroceder siglos, hasta cuando…

Siguió tocando.  Tocó durante todo el día, ignoró el cantar de la ciudad durante la luz del día, y compuso una sinfonía de veinticuatro horas, con el piano y los instrumentos que tocaban en su cabeza.  El violín que lloraba, el sufrir de la flauta, los gritos desesperados del contrabajo.  El cansancio de alguna forma le daba fuerzas, y siguió desahogándose, hasta que la noche volvió a caer, y luego de un par de horas más sin que sus dedos descansaran un segundo, sus manos dejaron de tocar.  Se enderezó de repente, y su cuerpo se quedó tieso, mientras aquella sinfonía abandonaba su mente y ésta era embargada por otros recuerdos, que no podía controlar…

“ENCUENTRAN SUPUESTOS RESTOS DE CIRCE FIRENZE, ADOLESCENTE DESAPARECIDA HACE 25 AÑOS.

      La policía londinense informó el hallazgo de un esqueleto humano perteneciente a una joven de aproximadamente 16 años, en las afueras de Londres por unos niños jugando en la localidad.  Según los médicos forenses, el cuerpo llevaría allí más de 20 años, y la muchacha habría muerto en una fecha cercana a la desaparición de la hija menor de los Firenze.

      Secuestro, homicidio y hasta suicidio eran las opciones que barajaba el departamento de policía desde la desaparición de la joven, quien, según sus padres, habría sido mal influenciada por su novio en aquel entonces, Michael Collins, quien fue hallado muerto en un basurero el día después de la desaparición de Circe.  Por años se sospechó que la adolescente había sido víctima del mismo asesino, pero la falta de evidencia no hizo más que darle a los Firenze nuevas esperanzas.

      Luego de casi 10 años sin evidencias, estos huesos podrían derrumbar la fe restante en la familia Firenze de que podrían encontrar a su hija y hermana con vida.  Según los forenses, esta podría ser la prueba que los llevaría a hallar al asesino de Michael Collins, y talvez de Circe.  Los exámenes de ADN estarán listos la próxima semana, y dictaminaran si aún hay alguna posibilidad de encontrar a la muchacha, o ya mujer, si continúa con vida.  Si no es así, esta pasará a ser una de las víctimas en una época en la que el punk podía llegar a ser mortal.”

Sebastien ya había leído el artículo que Circe tenía en la mano, y, además se había encargado de deshacerse de él para evitar interrogatorios.  Pero al parecer a la pelirroja le seguía interesando la prensa humana, y más aún si incluía su nombre.

-¿En verdad dejaste a ese chico en un basurero?-  Fue lo primero que preguntó la pelirroja luego de leer el reportaje.

      A Sebastien, de pie junto a la ventana, le sorprendió la pregunta.  A pesar de que la vampiresa ya había mencionado más de una vez al chico con fría indiferencia, no creía que le hubiese perdonado el haberlo asesinado.  Sin embargo ahora hablaba de él como “ese chico” y su voz sonaba divertida.  Iba responder, pero Circe le interrumpió antes de que abriera la boca. Aquello le irritó.  Era una pregunta al aire.

-“...en una época en la que el punk podía llegar a ser mortal.”  Tonterías...-  Murmuró, lanzando el periódico lejos.  –No puedo cree que mis padres aún crean que estoy viva.-

      Sebastien se rió silenciosamente, pero la vampiresa le oyó.


     Circe, que se encontraba sentada en el sofá más grande del pequeño departamento, de cuero blanco, alzó la mirada frunciendo el ceño.

-¿De qué te ríes?-  Le preguntó de mala gana, con los brazos en jarras.

      El vampiro sonrió en la oscuridad, con los brazos cruzados y la espalda contra la pared.

-Pues, técnicamente hablando, estás viva.-

      Circe alzó ambas cejas.

-Técnicamente.-

      Sebastien soltó otra risita antes de comenzar a andar por la habitación, hábito usual en él.

-Puedes hablar, pensar... tienes una fuerza y agilidad superior a la de cualquier ser viviente y...  eres inmortal. ¿No crees que es sería un poco irónico decir que estás muerta tomando en cuenta las circunstancias?-

      La pelirroja chasqueó la lengua, molesta.

-Mi corazón no late, el sol me hace daño.-

      Sebastien hizo una mueca.

-Detalles.-

Despertó de aquel trance de repente, asustado por el shock del momento.  Ya había experimentado algo así antes, y sabía perfectamente a qué se debía, pero las emociones como revivir el momento por una segunda vez, y era una sensación de paramnesia bastante desagradable.

-Esa es mi parte favorita.-  Exclamó una voz áspera detrás suyo.  –Detalles.  Te ves tan sexy cuando lo dices, Seby, que querría comerte.-

Sebastien se volteó en un milisegundo, para ver a Demetrio Spellyn (o cómo él decía llamarse) parado tras de él, con una sonrisa pícara en los labios.  Tan típica en él como su repugnancia.  Era apuesto, con cabello negro azabache corto, un rostro níveo con una mandíbula fuerte y atractiva, dientes perfectos excluyendo sus colmillos y un cuerpo fuerte, bien estructurado.  Lo único extraño en él eran sus ojos.  Rojos carmesí, idénticos a los de Sebastien, y que llamaban la atención de cualquiera que pasara a su lado, advirtiéndoles que era peligroso.  Pero si uno lograba obviar los detalles del vampirismo, era asqueroso.  Llevaba ropa raída y sucia, como un vagabundo, y tenía tanta tierra en la piel que pareciera que hubiese dormido en el suelo de una bodega sucia por años. Y Sebastien sospechaba que ese era precisamente el caso.

-Vete, Spellyn.  Vete antes de que te arrepientas de haber venido.- Le advirtió, poniéndose de pie y en posición de defensa instintivamente.

Demetrio rió, como si no le asustara para nada, aun que Sebastien podía leer en sus ojos que era una mentira.

-Tengo información para…- comenzó el moreno, pero se vio interrumpido casi enseguida.

-¿Dónde está Circe?- Preguntó Sebastien con fiereza, mientras clavaba la mirada en los ojos del “invitado”.  -¿Qué le has dicho?- Siguió, a pesar de que era más rápido invadir su mente y sacar los detalles.  Pero Demetrio no estaba dispuesto a darle tal regalo, por lo que miró hacia otro lado, y se concentró en mantener la mirada en el piso.

-No tan rápido, amiguito.  Que conmigo tú no juegas.-  Spellyn sonrió con la cabeza gacha, y continuó.  –Pues mira que sorpresa fue para mí encontrarme con tu chiquilla, cuándo no te veía hace cuanto… ¿desde la segunda guerra mundial? Sabes esconderte bien, eso debo admitirlo.-

Sebastien apretó las manos en puños, furioso.  Podía matarlo cuando quisiera, pero no quería hacerlo sin obtener la información que necesitaba.  Pero no podía hacerlo sin contacto visual, y eso Spellyn lo sabía.

-Pero mayor fue mi sorpresa cuando descubrí…- Continuó Spellyn de forma dramática.  -…que ella no conocía todos aquellos “detalles”.  Como el hecho de que si visitaba cierta ciudad, mataban a cierto vampirito.  Pero eso no se lo he dicho, no te preocupes.-

Se escuchó un golpe fuerte, y cayó algo de yeso de las paredes cuando un ágil Sebastien clavó a Demetrio contra el muro, con un brazo sobre su cuello y sus colmillos cerca de éste.

-Te daré una última oportunidad, Spellyn. Dónde…- Sebastien comenzó a acercarse peligrosamente. -…está…- enseñó los colmillos. –Circe.-

Pero Spellyn nunca había sido listo.  Su mayor propósito era jugar con sus víctimas, como veía él a Sebastien, pero nunca había hecho el cálculo de que el rubio era casi 200 años mayor que él, y por lo tanto su fuerza excedía la suya.  Por eso fue tal su sorpresa cuando Sebastien le agarró la mandíbula con su mano derecha y alzó su cara, mirando directamente a sus ojos. Conectó con ellos, sin permitirle cerrar los ojos, y pensó: “dímelo.”

Demetrio abrió la boca de inmediato, y comenzó a hablar con voz monótona.

-La envié a Europa Latina, a Italia.- Soltó, sin más.

Sebastien no lo soltó.

“¿A Florencia o Venecia?”

-Florencia, le dije que hablara con Gabriella Strizzo, la de tus recuerdos.-

El vampiro dejó de controlarlo, y soltó su mandíbula, haciendo que Demetrio volviera a ser él mismo, y respirara rápidamente, un instinto humano que no le había abandonado.

-¿Me dejarás ir ahora?-  Le espetó con desprecio.  No esperaba que fuera tan difícil, y hasta planeaba con matarlo él mismo si las cosas se ponían complicadas.  Pero ahora era obvio que jamás lo lograría.  –Ya te dije lo que querías saber.-

Sebastien sonrió, aproximándose a él para hacer algo con lo que había soñado desde que lo conoció.

-Adios, Spellyn.-  Se despidió, antes de hundir sus colmillos en la yugular del vampiro y beber su sangre.


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Historias Escritas en Sangre por María Antonia Alvarado Puchulu se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.

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