miércoles, 23 de mayo de 2012

Cuando miro al cielo

Hoy me sorprendí cuando abri mis ojos, después de haberlo hecho miles de veces antes. Miré con, por y a través de mi ventana, y pude admirar un cielo hecho de plata, sembrado de nubes de un color púrpura y gris. Pensé sin saberlo sobre la belleza de la vida, sobre lo maravilloso de los vientos otoñales, y sobre la gracia de sus movimientos. Súbitamente, un relámpago mental me alumbró: ¿No es acaso nuestro cielo un conjunto de átomos de hidrógeno, oxígeno, carbono y otros muchos átomos más, que se encuentran en un constante flujo de intercambios eléctricos y químicos, conjugándose unos a otros? ¿Cómo es que un puñado de elementos de la tabla periódica es capaz de sustentar la vida, de permitir los vuelos de las aves, de generar tormentas atronadoras, tornados vertiginosos y cielos lentos y pausados con nubes de algodón? ¿Por qué el hombre se inspira cuando observa el cielo? Más aún, ¿Por qué me inspiro yo cuando veo esa infinitud, esa libertad eterna y absoluta solo concebible en una imaginación tan fugaz y aleatoria como la mía? No hay duda de que el hombre pensó que el descanso de las almas ocurría en un espacio tan espacioso, el cielo, la bóveda celeste.

Mi madre entró a mi pieza, me vio pensativo, y se me acercó en silencio. Miró con, por y a través de mi ventana y tras unos segundos de paz, dijo algo así como "Que lindas están las nubes". Después se fue y me dejó solo con mi mismo, con mi perfil reflejado en mi ventana, recortado por un cielo único.

Si, me gustó mucho cómo se veía esa tarde.



Autor: Felipe Guzmán

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