lunes, 14 de mayo de 2012

Historias Escritas en Sangre – Capítulo 1

Antes que nada, me presento.  Mi nombre es Antonia Alvarado y acabo de unirme como contribuidora de "La vida nace de mí".  Estaré publicando aquí la novela que estado escribiendo hace ya unos años -a pesar de lo poco que llevo- llamada Historias Escritas en Sangre.  Sí, es de vampiros, pero no tengan prejuicios: aquí no encontrarán romance al estilo Crepúsculo.  ¡Espero que la disfruten! Estaré publicando un capítulo cada dos semanas, seguramente, así que si les gusta lo que escribo, están más que invitados a leer.  Y sin más, les presento Historias Escritas en Sangre:

CAPITULO 1
CIRCE FIRENZE

            -Vamos, Circe, no seas así…- Le rogó Michael a su novia, que se encontraba a su lado.

            La joven se veía unos dos años menor que él, con cabello rojo a la altura de los hombros y brillantes ojos azules que iluminaban su rostro, oscurecido por las pecas.  No iba maquillada, lo cual era extremadamente extraño para alguien de esos barrios a esas horas, y la ropa que traía puesta delataba su estatus social alto.  Se veía fuera de lugar sentada en ese callejón sin salida, como un cachorro fino abandonado en un día lluvioso.  Estaba nerviosa, y era evidente.  Sus manos temblaban levemente, cómo solía ocurrir cuando una situación no le acomodaba, y trataba de ocultarlo colocándolas firmemente sobre sus rodillas.  Miró a su novio, antes de negar con la cabeza, y luego miró nuevamente el suelo.

            El chico que la acompañaba era todo lo contrario.  Llevaba ropa barata, con una camiseta referente a una de las bandas revolucionarias de la época, e iba casi completamente de negro.  Era de piel morena y cabello oscuro peinado con un pequeño mohicano, ojos casi negros y un rostro que necesitaba afeitar.  Se veía mayor de lo que era, como si la vida lo hubiera obligado a madurar prematuramente y él no lo hubiera logrado.  Sin embargo, se mostraba amigable en el momento, aun que sus intenciones quizás no lo fueran.  Sus hombros se encontraban relajados contra la pared, y una de sus manos estaba posada sobre los hombros de la pelirroja, sintiendo su tensión.  Sabía que no poseía buenos antecedentes, y ahora que los padres de Circe se habían dado por enterados, sus opciones no eran muchas. Circe parecía realmente molesta mientras el muchacho intentaba convencerla y no parecía que iba a conseguirlo.

 

            Estaban sentados sobre el pavimento frío, ambos contra el muro de un edificio cuya salida de emergencia daba hacia el callejón.  Al frente suyo había un basurero que rebalsaba debido al olvido de las autoridades locales, y el olor era desagradable, pero desde que los padres de la chica le habían prohibido ver a Michael, ese era su lugar de reunión más decente.  Además, Michael vivía en la zona, pero no podían ir a su casa por que, según él, su padre era peligroso.  Otra de las cosas que hacían dudar a Circe, que ya estaba empezando a darse cuenta de que su relación no era sana.  O más bien lo tenía claro, pero su obsesión adolescente con el chico le impedía hacer algo al respecto.

-No quiero ir, Mike.  Terminarás borracho como siempre.  Ya estoy castigada, y dudo que a mi padre le agrade que llegue apestando a tabaco… y además…-
Quiso continuar, pero Michael la calló con un corto beso en los labios seguido de una sonrisa pícara que, debía aceptarlo, era un truco de gran utilidad cuando se trataba de persuadirla.  Sin embargo, esta vez no surtió efecto, pues cuando el moreno intentó besarla de nuevo, la chica movió el rostro para evitar el gesto.  El muchacho luego intentó tomar su mano, pero éstas permanecían tensas en sus rodillas.  Michael sintió cómo sus posibilidades de convencerla disminuían, y su sábado por la noche peligraba.

-Por favor…- Rogó Michael, acercándose nuevamente.  Confiaba en que el contacto con ella le ayudaría, ya que él, gracias a la vasta experiencia que poseía a pesar de su edad, sabía que lo que Circe sentía por él era algo que la muchacha no podía negar.  La tendría entre sus redes por un buen tiempo, y sus padres no estaban interviniendo lo suficiente como para evitarlo.  No era que no la quisiera, aun que fuera un poco, pero el muchacho tenía una educación mucho más precaria que la de la chica y su respeto por las mujeres no era demasiado.  –Sabes que quieres ir…- Insistió el moreno bajando la mano que tenía en el hombro de la muchacha por su espalda, acariciándola.

Circe negó con la cabeza sin siquiera mirarle.  Michael ya estaba a la altura de su oído, y no estaba dispuesto a rendirse.  Le besó el lóbulo de la oreja suavemente, y la joven pudo sentir el aliento de su novio rozándole la piel de forma incómoda.  Su voluntad comenzaba a flaquear, y era lo último que quería.  ¿Por qué se dejaba manipular de esa forma?

-No me voy a emborrachar… te lo prometo.- Continuó Michael, besando su oreja de nuevo, otra vez, y luego comenzando a descender por su cuello.  Circe sintió como su estómago de revolvía de forma placentera, cerrando los ojos casi de manera inconsciente, pero luego los abrió, intentando ponerse firme.  Se separó de él bruscamente, e intentó evitar que se aproximara.

-No te creo…- Murmuró, mientras su volumen de voz disminuía notoriamente.  No lo estaba logrando, terminaría por aceptar, y realmente no quería hacerlo.  Comenzaba a sentirse frustrada, ya que nunca lograba decirle que no al moreno, y su consciencia le carcomía el cerebro diciéndole que no debía ir.  Sus padres se enojarían, la castigarían de nuevo… su mente comenzó a divagar, poniéndola aún más nerviosa, y Circe tensó tanto las manos que estas terminaron soltándose de sus rodillas, temblando suavemente de nuevo.  La pelirroja maldijo ante esa señal traidora de su cuerpo, pero no podía evitarlo, siempre le ocurría ante la mínima incomodidad.

Por desgracia, Michael percibió esto y decidió aprovecharse de la situación, como siempre hacía.  Se puso serio, como si la opinión de su novia realmente le importara e intentó atraer a Circe a su pecho, como para demostrar cariño, pero ésta no se dejó.  El castaño cerró los puños lejos de la vista de su novia, impaciente, e intentó tomarle la mano nuevamente, pero ella estaba siendo más rápida.  Quizás realmente estaba preocupada por la reacción de sus padres, pensó el joven, pero luego desechó la idea.  Circe nunca se había negado a hacer lo que él quería, y esta no sería la primera vez. 

-No seas aburrida, Circe.  ¿Realmente desconfías de mí de esa manera? – Michael la miró con ojos falsamente incrédulos, fingiendo enfado.  -Te he dicho que no beberé.  ¿Por qué te cuesta tanto creerlo?- Su voz se volvió dura de pronto.  Hasta el chico se preguntaba a veces por que la presionaba tanto, ya que casi siempre, salir con ella era aburrido.  Se preocupaba demasiado y siempre se sentía culpable.  Aún así, se divertía al verla hacer cosas que no debía, disfrutaba corrompiéndola.   Quizás porque era una joya de clase alta, y él la estaba demacrando. 

Circe, mientras tanto, se debatía si ir o no con su novio.  Quizás en el fondo quería, pero le asustaba pensar lo que podía ocurrir si lo acompañaba, ya que sus experiencias pasadas le habían dado una buena idea de los peligros que rodeaban al chico… quizás tenía tantas ganas de estar con él, que por eso le costaba negarse.  Añoraba los primeros meses, cuando era tierno y atento con ella, y no quería aceptar que había sido sólo para agregarla a su colección.  Y tal vez si iba con él no se enfadaría tanto y volvería a ser como antes.  Su determinación comenzó a debilitarse mientras pensaba en esto, y luego había girado la cabeza, mirando al moreno con la mirada más seria posible.

-Prométeme que no harás nada.-  Dijo. –Júramelo.-

El muchacho sonrió.  Prácticamente lo había logrado.  Volvió a acercarse a ella, esta vez sin que la muchacha se quejara, y acercando su cuerpo a ella, la besó en los labios.

-Lo prometo…-  Le susurró, posando su mano sobre la de ella, inspirándole seguridad –falsa, por supuesto.  Su otra mano, escondida tras su espalda, tenía los dedos cruzados.

            La pelirroja sonrió, sintiéndose ilusamente aliviada, pues aun que en su interior sabía que el chico mentía, prefería bloquear esos pensamientos.  Mike encendió un cigarrillo y luego le tendió la mano para que la tomara, siendo esta la última discusión que afectaría la relación por el resto de sus vidas.


            Circe supo en cuanto entró al local que había cometido un error. Un olor fuerte entre tabaco y marihuana atacó sus orificios nasales, haciendo que arrugara la nariz, y un grupo de hombres borrachos chocó contra ella y Michael mientras intentaban salir entre tambaleos del lugar. La música estaba más fuerte de lo que esperaba (podía sentir el sonido de la batería golpeándole los tímpanos, causándole un dolor molesto) y cuando un par de personas de dudosas apariencias se acercaron a saludar a Michael, se estremeció.  Uno llevaba un porro entre el dedo índice y pulgar, y luego de aspirarlo por lo que pareció un largo rato, hizo un gesto con la mano a Michael antes de irse.  La masa de gente que había asistido al concierto apenas era contenida por el pub, y el aire era tan denso que parecía sólido.  Sin embargo, Circe parecía ser la única en desagrado, mientras el resto de los presentes saltaban eufóricos ante el estridente sonido de la guitarra y la batería, acompañados de una voz desgarradora.  El lado racional de Circe le decía que Michael, una vez más, había mentido.

            Aún de la mano de su novio, la pelirroja se sujetó con fuerza, por miedo a perderse entre esa masa de gente vestida de negro y rojo.  Habían colgado y desgarrado una bandera del Reino Unido tras el escenario, y eso para ella era un mal augurio.  Sabía que Mike apoyaba el anarquismo, pues no necesitaba decirlo para dejarlo claro, pero tanta gente no hacía más que ponerle nerviosa, y la falta de oxígeno no ayudaba a su ansiedad. Sujetando a Michael del brazo se puso de puntillas para alcanzar su oído, pero aún así debió gritar para ser escuchada.

            -Vámonos de aquí.-  Le dijo, tirando de su camiseta.  –No me gusta este lugar.-
            Michael la acercó más a él, ya que sólo había captado la última parte, y se agachó un poco para hablarle.

            -No seas aburrida, Circe.  ¡Recién está empezando!-

            Se alejó de inmediato, desviando su atención de su novia, pero la muchacha no soltó su mano, molesta.  No le gustaba ese lugar, y quería salir de ahí cuanto antes.  Aun que una parte de ella sabía que Michael le había estado mintiendo desde un principio, había albergado una pequeña esperanza de que el joven no la engañaría, por lo que no podía evitar sentirse decepcionada.  Y asustada, ya que jamás había estado en un lugar así.

            -Mike…- Comenzó, pero el chico no la oyó.  Tuvo que ser ella la que se aproximara a él para que esta vez oyera lo que quería decir, tirándolo de los hombros para que se inclinara.  –No me dijiste que vendríamos a un lugar así.-

-Nunca te dije adónde iríamos, pero aceptaste de todas formas.-  Le contestó,  sacudiéndose para que la pelirroja no lo tocara.  –Es muy sencillo, Circe.  ¿Te vas a quedar aquí sin lloriquear o te vas a ir a pedirle a tu papi que te pague una terapia?-

Circe no le contestó, perpleja ante la violencia de su comentario, y Michael, sin esperar más su respuesta, la soltó bruscamente y se perdió entre la multitud, dejando a Circe sola en medio del local.

-¡Michael!-  Exclamó Circe en vano, pues no lo encontraría más.


Llevaba alrededor de cuarenta minutos buscándolo cuando se rindió y decidió, a su propio riesgo, volver sola a su casa. La constante música ya hacía doler sus oídos y su ansiedad incrementaba segundo a segundo, sin encontrar a Michael por ningún lado.  El lugar seguía infestado de gente cuyo aspecto sólo podía inspirar terror, y más de una persona se le había insinuado, interrumpiendo su búsqueda.  Finalmente, luego de que el cansancio y la indignación la vencieran, decidió salir del local y dejar a Michael a su suerte.

Después de pasar otros cinco minutos abriendo su camino entre la gente para poder salir, Circe se vio por fin fuera del local y el aire frío de la ciudad la golpeó como una bofetada helada.  Adentro el calor humano era excesivo, lo que hacía que allí fuera sintiera frío, por mucho que estuvieran en pleno verano. 

El bar se encontraba a unos cuantos metros del paradero de autobuses, por lo que no tuvo que caminar demasiado antes de llegar a su destino, donde según su reloj tendría que esperar diez minutos para irse.  Circe miró a su alrededor, inquieta por la absoluta y repentina soledad, y fijó su mirada hacia el callejón que tenía enfrente en ese momento.  Lo que ocurrió después fue demasiado rápido.

Dos ojos rojos la miraron desde la oscuridad, y entonces sintió como el libre albedrío abandonaba su cuerpo como una bocanada de aire.  Sus piernas se desplazaron de su lugar en dirección al callejón sin que Circe tuviera control sobre ellas, y aun que en su mente su boca se abría profiriendo un grito, sus labios no se movieron y continuaron sellados en una expresión seria.  Sus brazos se mantenían sueltos a sus costados, pues aquellos ojos no le ordenaban movimiento alguno, y momentos después, contra su voluntad, ya se había internado en la oscuridad de aquel pasaje sin salida.  Sus piernas se detuvieron de golpe, pero sin perder el equilibro, y su cuerpo no se movía si no para respirar.  El terror la invadía por dentro, sin poder ella hacer nada al respecto, y este incrementó apenas se acostumbraron sus ojos a la oscuridad.

Un hombre rubio con ojos del color de los rubíes y piel nívea se encontraba frente a ella, manteniendo aquel aterrador contacto visual.  Sin embargo, su rostro, lejos de expresar agresividad o perversión, reflejaba una especie de enamoramiento, como si hubiera visto al amor de su vida por primera vez en años. Pero Circe, encarcelada en su propio cuerpo, no se fijaba en ese detalle.  Su corazón, el único libre de aquella hipnosis, latía hiperactivamente en su pecho, como si intentara escapar de allí.  Aterrada ante la inverosímil situación en la que se encontraba, sin ninguna escapatoria.  Aún si pudiera moverse, no conocía el barrio lo suficientemente bien como para poder escapar, el hombre seguramente la encontraría de nuevo.

-Francesca…-  Dijo el hombre con voz clara y melodiosa, la cual resonó gravemente en la oscuridad.  –Francesca…-

Sus manos frías acariciaron el rostro de Circe con anhelo pero delicadeza a la vez, como si se tratara de una obra de arte.  Sus labios se acercaron al rostro inmóvil de la pelirroja, y besaron la piel indefensa de sus mejillas, deslizándose hasta el cuello descubierto de la muchacha.  Circe sintió como los vellos se le erizaban, sin poder hacer nada al respecto.  Podía sentir el olor embriagante del hombre, que casi la hacía desear que continuara, pero su instinto era más fuerte, y no podía dejar de lado el terror que la embargaba.  Quería golpearlo y salir corriendo de allí, olvidar el impulso que ella misma sentía por besarlo, y llegar sana y salva a casa.  No quería estar en ese lugar más tiempo.  No quería ver a Michael nunca más.

Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, nublándole la vista, y fue cuando parpadeó para evitar esto que descubrió que el hombre ya no ejercía control sobre ella y podía moverse libremente.  Aún así, cuando intentó escapar el hombre tomó su antebrazo firmemente, la miró fijamente a los ojos, e impidió de inmediato que lograra moverse.  Aún más asustada ante este imposible control que el desconocido infligía en ella, las lágrimas comenzaron a caer libremente por sus mejillas en cuanto sus lagrimales ya no podían contenerlas y la muchacha se vio obligada a sentir el tacto frío y a la vez medio hipnotizador  de su agresor, que acariciaba su rostro y cuello observándola con ojos maravillados.  No parecía querer hacerle daño, pues el hombre se acercó delicadamente a ella, besando sus lágrimas, y le pasó una mano por el cabello con cariño como si quisiera protegerla de cualquier mal.  Sin embargo este extraño comportamiento confundía más aún a la muchacha, angustiándola hasta el punto que, cuando el contacto visual con el hombre se quebró, comenzó a temblar violentamente.

-Mi Francesca…- Repitió el desconocido.  –Si supieras todo lo que he sufrido por perderte…- 

El hombre se separó un momento, y la miró de la cabeza a los pies.  Algo en su rostro delató su confusión y Circe descubrió que se había dado cuenta de que no era su amada Francesca.  Pensó que era su posibilidad de salvarse, pero el hombre volvía a mirarla a los ojos, inmovilizándola.

-Pero una Firenze, sin duda…-  Murmuró, desvelando sus pensamientos, sin romper el contacto visual.  Circe se preguntaba si era realmente necesario, ya que dudaba tener la capacidad de escapar en caso de que esos ojos dejaran de manejarla, pues el miedo la mantenía quieta.  Y ver esos ojos rojos posados en ella era aún más aterrador…

-¿Circe?-  Llamó una voz adolescente a la lejanía, la cual reconoció como la de Michael.

Circe quería responder, quería gritar, ya que en ese momento la compañía de Michael parecía mucho más grata, segura.  Esperaba que ese hombre terminara de observarla a gusto y la dejara ir, pero en el fondo sabía que estaba siendo extremadamente ingenua.  Aquella mirada hipnotizadora la había traído allí como la mejor de las carnadas, y el hombre debía tener un propósito.

Mientras estos pensamientos atentaban contra su bienestar, sintió como el hombre volvía a acercarse para besar su cuello, con ese olor embriagante que en el fondo le molestaba, y al verse libre de su control nuevamente cerró los ojos, para dejar  caer nuevas lágrimas.  Tenía planeado gritar, pero sintió un dolor agudo en el cuello y luego una sensación de placer que la llevó a la inconsciencia.


Recobró la conciencia horas después, sin comprender ni dónde estaba, ni, por un momento, quién era.  Se encontraba recostada contra la  pared de una habitación vacía, cuyo olor a humedad era tan intenso que le hirió la nariz.  A pesar de que no tenía ni luz eléctrica ni ventanas estaba totalmente iluminada, y cuando un hombre entró a la habitación, su traje verde era tan llamativo que le hizo cerrar los ojos desconcertada.   Cada paso que daba el hombre retumbaba en sus oídos dolorosamente, y la muchacha se cubrió los oídos sobrepasada por sus sentidos, y gritó sorprendida cuando el hombre se acercó más aún en pasos rápidos que la torturaban.  Se encontraba recostada en el suelo, y aun que en un principio no quería moverse, ya que el sólo ruido de su piel rozando el suelo la atormentaba, su curiosidad por ver detalladamente al hombre que acababa de entrar era mayor, e hizo que se levantara.  Esta vez pudo soportar mejor el ruido, y aun que aún miraba al hombre con ojos entrecerrados, le parecía extrañamente similar.

            -Tranquila, Circe.-  Dijo el hombre en susurros, los cuales Circe agradeció aun que aún no entendiera qué hacía él allí o por qué sabía su nombre.  Los recuerdos la invadían lentamente, y por el momento sólo recordaba su discusión con Michael, sin conectar al hombre rubio con su situación.  –Te acostumbrarás pronto.-

            El hombre dio unos pasos hacia ella, sus zapatos rechinando contra la madera y el roce de la tela que cubría su cuerpo siseando mientras se movía.  Con una sonrisa tranquila en su rostro, levantó una de sus manos y acarició el cabello de la joven, quien, al sentir el contacto ahora tibio con su piel, recordó gran parte de lo sucedido.

            -¿Dónde está Michael?-  Preguntó, mientras el miedo volvía a invadirla.  Los ojos rojos del hombre aún la intimidaban, pero ya no parecían ejercer control alguno en ella.  -¿Qué me ha hecho? ¿Dónde estoy?-  La histeria en su voz llegó dolorosamente a sus oídos, pero le era difícil controlar sus emociones.  Todo parecía ser aún más grave que antes, el miedo la poseía por completo.

            Comenzó a retroceder, alejándose lo más posible del hombre, y observó a su alrededor.  La única puerta que había estaba justo detrás de su agresor.  Estaba atrapada.

            -¿Qué me ha hecho?- Reiteró la muchacha, con unas ganas incontenibles de llorar, pero sin que sus ojos respondieran.  Era como si ya no le quedaran lágrimas.  -¿Dónde estoy?  ¿Dónde está Michael?-

            El silencio atacó la incertidumbre de Circe un momento, pero luego el hombre se aclaró la garganta, cruzándose de brazos.  Aquella sonrisa tranquila aún no se borraba de su rostro, y para Circe ese era un signo de demencia que sólo lograba ponerla nerviosa.

            -No te he hecho nada malo, Circe.  Simplemente te he dado un regalo que pronto agradecerás.-  Dijo, con voz complacida.  –Te he despojado de aquello que te hacía tan vulnerable, a cambio de algo que te pone a la altura de cualquier Dios.  Ya no eres débil, Circe, no debes temerle a nada.  ¿No notas ninguna diferencia hasta ahora?-

            Agitada, Circe observó al hombre con mayor detenimiento, ahora que sus ojos se acostumbraban.  Aquella piel tan clara… Circe se llevó las manos a los oídos nuevamente cuando el sonido de un auto avanzando a toda velocidad por la autopista la sorprendió, y entonces se dio cuenta de algo más increíble aún.  Su piel.  Sus brazos ya no estaban cubiertos de las pocas pecas que el sol italiano le había dado, y era casi tan blanca como la del hombre frente a ella.  Se había convertido en algo como él, fuera lo que fuera.

            -¿Qué me ha hecho?  ¿Cuánto tiempo ha pasado desde…?-  La idea de una operación extraña pasó por al cabeza de Circe, algo como la ciencia ficción que tanto fascinaba a algunos de sus amigos.  Sin embargo la respuesta resultó aún más inverosímil cuando el hombre la interrumpió, riendo.

            -¿Aún no te das cuenta, Circe?-  Le preguntó.  –Esto no es un experimento… ¿qué tal si te doy una… demostración?-

            Ocurrió rápidamente.  El hombre estuvo frente a la puerta en segundos, la abrió, y de pronto había salido y vuelto a entrar en la habitación con algo en sus brazos.  Una joven, quizás de la edad de Circe, inconsciente.  La primera reacción de Circe fue pensar en un secuestro, que aquella muchacha sufriría la misma suerte que ella, pero luego se olvidó de aquello.  Su yugular palpitante se volvió el centro de atención,  y antes de que el hombre la dejara en el suelo ella se había abalanzado sobre la muchacha, guiada por el instinto.  Sin saber de dónde lo había aprendido, sus dientes, increíblemente fuertes se había hundido en aquella vena sabrosa, y la sangre, que salía a borbotones a través de los dos agujeros que sus dientes habían dejado, se convirtió en su elíxir.  Circe bebió de la muchacha desesperada, como si fuera a morir si se detenía, sintiendo como el corazón de la jovencita enviaba más sangre hacía ella, al ritmo de sus latidos.  Sin embargo, estos cesaron, y la mano del hombre sobre su hombro la distrajo.

            -Déjala, chiquilla.-  Le dijo, tomándola firmemente, y alejándola del cadáver.  –Si sigues bebiendo una vez que se han ido, te irás con ellos.-

            Le fue difícil separarse de aquel manjar, y tuvo que contentarse con la sangre que humedecía su boca, manchaba sus dientes.  Relamiéndose con la lengua descubrió dos colmillos contundentes, y en cuanto logró cortar su lazo con la muchacha, cuando ya no quedaba sangre por saborear, comprendió lo que había sucedido.  La había asesinado brutalmente, sin ser capaz de contenerse.  Sin importarle por el momento en qué se había convertido, se alejó rápidamente de su víctima, gritando.

            Era una niña joven, quizás de quince años, cuya piel se encontraba blanca de muerte y cuyos ojos azules, sin vida, aún la miraban con terror.  Su cabello castaño, largo y liso, se encontraba empapado en sangre y la vida la había abandonado por completo.
-¡Eres un monstruo!- Gritó Circe, haciendo retumbar las paredes en un grito sónico que la hirió bastante.  -¡Me has convertido en un monstruo!-

-No eres un monstruo, Circe.- Le corrigió el hombre, tranquilamente.  No parecía molestarle para nada que la muchacha se encontrara tan alterada, y hasta parecía causarle gracia.  Se acercó a ella, intimidándola, e hizo como si no se inmutara de la actitud defensiva de la chica, que se alejaba con cada paso que él daba en su dirección.  Capturando su mirada, pero sin silenciarla, le brindó la más sincera de su sonrisas, enseñando los dos colmillos que le habían propinado a ella una herida eterna.  –Eres una vampiresa.  La más grandiosa de las criaturas.-

Circe se olvidó de su miedo, conectando lo que acababa de descubrir con todo lo que había sucedido.  Vampiro.  Eso lo explicaba todo, pero se alejaba de la realidad a la que hubiese deseado verse enfrentada.  Eso significaba que se encontraba atrapada en un destino inevitable, eterno, y lo peor de todo, se vería condenada a asesinar.  O eso era lo que había aprendido de las películas y novelas, no es que supiera mucho de ellos.  Hasta aquel momento ni siquiera creía que existieran.

-¿Por… por qué me has hecho eso?-  La pregunta era bastante estúpida, ya que estaba segura de que el vampiro tendría sus razones, o no, ya que también podía tratarse de un psicópata.  ¿No estaban todos los vampiros medios locos o era invención de las películas?  ¿Existían los vampiros siquiera?  Aún sintiendo los colmillos que acababa de adquirir y recordando lo deliciosa que sabía la sangre para ella, no podía creérselo.  Debía ser un sueño… todo era demasiado irreal.

-No es un sueño Circe.-  Interrumpió el vampiro, adivinando sus pensamientos.  Al parecer era muy bueno leyéndola, o ella demasiado predecible.  –Ya me habían advertido que la gente moderna rechaza la eternidad… es porque no lo entiendes.  Pronto lo entenderás.  Y algún día, cuando sea seguro, te lo explicaré todo.  Tarde o temprano, más temprano si resultas ser tan brillante como pareces, descubrirás mis razones.-

Frustrada al no poder expresar sus emociones, Circe comenzó a sollozar sin lágrimas.  Su pecho convulsionaba ante cada sollozo, y el vampiro no parecía querer hacer nada al respecto.  No le gustaba para nada lo que estaba pasando, y era bastante evidente que no podría hacer nada al respecto.

-¿Por qué me has hecho esto?- Preguntó, aun que no esperaba una respuesta.

El vampiro, sin embargo, se acercó a ella.  Al parecer, al ver que la joven no se calmaba, algo había despertado dentro de él y pronto se encontraba tomándola de los hombros, obligándola a mirarlo.  No era lástima ni tristeza lo que se reflejaba en los ojos del vampiro, pero al parecer le indignaba que la muchacha se comportara de esa manera ante una situación que él consideraba extraordinaria.  Aún así, el cariño con el que la había estado observando desde que la había visto por primera vez aún no se desvanecía, y Circe se tranquilizó un poco, aun que no sabía si aquella sensación era real.  Aún no confiaba en la mirada del rubio.

-Pronto entenderás todo esto, Francesca… no te dejaré ir.-

El desliz del vampiro al llamarla Francesca nuevamente le llamó la atención, y la ahora vampiresa se alejó bruscamente dando un paso hacia atrás, haciendo que el vampiro la soltara.

-¿Por qué sigues llamándome Francesca? Mi nombre no es…-


Y entonces su mente, quizás más rápido de lo que estaba acostumbrada, destacó un nombre que permanecía guardado en su memoria.  Francesca Firenze, su tía abuela.  Había sido asesinada en Italia, de donde su familia provenía, cuando era muy joven y en una situación muy misteriosa.  Su abuelo jamás le había contado los detalles, pero su padre le había dicho que había sido encontrada en su habitación, desnuda y desangrada.  Circe abrió los ojos exageradamente.  ¿Podría haber sido ese hombre quién había hecho tal atrocidad?  Le costaba pensar que alguien quizás fuera capaz de hacer algo así.

Estaba aterrada.  No sabía que hacer.  El vampiro se acercó a ella nuevamente, y la tomó de los hombros, mirándola directamente a los ojos.  Perdió el control de su cuerpo de nuevo y una sensación extraña invadió su mente.

-Eres una Firenze.-  Dijo luego.  -Sabía que eras una Firenze.-
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