Antes que nada, me presento. Mi nombre es Antonia Alvarado y acabo de unirme como contribuidora de "La vida nace de mí". Estaré publicando aquí la novela que estado escribiendo hace ya unos años -a pesar de lo poco que llevo- llamada Historias Escritas en Sangre. Sí, es de vampiros, pero no tengan prejuicios: aquí no encontrarán romance al estilo Crepúsculo. ¡Espero que la disfruten! Estaré publicando un capítulo cada dos semanas, seguramente, así que si les gusta lo que escribo, están más que invitados a leer. Y sin más, les presento Historias Escritas en Sangre:
CAPITULO 1
CIRCE FIRENZE
-Vamos, Circe, no seas así…- Le
rogó Michael a su novia, que se encontraba a su lado.
La joven se veía unos dos años menor
que él, con cabello rojo a la altura de los hombros y brillantes ojos azules
que iluminaban su rostro, oscurecido por las pecas. No iba maquillada, lo cual era extremadamente
extraño para alguien de esos barrios a esas horas, y la ropa que traía puesta
delataba su estatus social alto. Se veía
fuera de lugar sentada en ese callejón sin salida, como un cachorro fino
abandonado en un día lluvioso. Estaba
nerviosa, y era evidente. Sus manos
temblaban levemente, cómo solía ocurrir cuando una situación no le acomodaba, y
trataba de ocultarlo colocándolas firmemente sobre sus rodillas. Miró a su novio, antes de negar con la
cabeza, y luego miró nuevamente el suelo.
El chico que la acompañaba era todo
lo contrario. Llevaba ropa barata, con
una camiseta referente a una de las bandas revolucionarias de la época, e iba
casi completamente de negro. Era de piel
morena y cabello oscuro peinado con un pequeño mohicano, ojos casi negros y un
rostro que necesitaba afeitar. Se veía
mayor de lo que era, como si la vida lo hubiera obligado a madurar
prematuramente y él no lo hubiera logrado.
Sin embargo, se mostraba amigable en el momento, aun que sus intenciones
quizás no lo fueran. Sus hombros se
encontraban relajados contra la pared, y una de sus manos estaba posada sobre
los hombros de la pelirroja, sintiendo su tensión. Sabía que no poseía buenos antecedentes, y
ahora que los padres de Circe se habían dado por enterados, sus opciones no
eran muchas. Circe parecía realmente molesta mientras el muchacho intentaba convencerla
y no parecía que iba a conseguirlo.
Estaban sentados sobre el pavimento
frío, ambos contra el muro de un edificio cuya salida de emergencia daba hacia
el callejón. Al frente suyo había un
basurero que rebalsaba debido al olvido de las autoridades locales, y el olor
era desagradable, pero desde que los padres de la chica le habían prohibido ver
a Michael, ese era su lugar de reunión más decente. Además, Michael vivía en la zona, pero no
podían ir a su casa por que, según él, su padre era peligroso. Otra de las cosas que hacían dudar a Circe,
que ya estaba empezando a darse cuenta de que su relación no era sana. O más bien lo tenía claro, pero su obsesión
adolescente con el chico le impedía hacer algo al respecto.
-No quiero ir, Mike.
Terminarás borracho como siempre.
Ya estoy castigada, y dudo que a mi padre le agrade que llegue apestando
a tabaco… y además…-
Quiso continuar, pero Michael la calló
con un corto beso en los labios seguido de una sonrisa pícara que, debía
aceptarlo, era un truco de gran utilidad cuando se trataba de persuadirla. Sin embargo, esta vez no surtió efecto, pues
cuando el moreno intentó besarla de nuevo, la chica movió el rostro para evitar
el gesto. El muchacho luego intentó
tomar su mano, pero éstas permanecían tensas en sus rodillas. Michael sintió cómo sus posibilidades de
convencerla disminuían, y su sábado por la noche peligraba.
-Por favor…- Rogó Michael, acercándose nuevamente. Confiaba en que el contacto con ella le
ayudaría, ya que él, gracias a la vasta experiencia que poseía a pesar de su
edad, sabía que lo que Circe sentía por él era algo que la muchacha no podía
negar. La tendría entre sus redes por un
buen tiempo, y sus padres no estaban interviniendo lo suficiente como para
evitarlo. No era que no la quisiera, aun
que fuera un poco, pero el muchacho tenía una educación mucho más precaria que
la de la chica y su respeto por las mujeres no era demasiado. –Sabes que quieres ir…- Insistió el moreno
bajando la mano que tenía en el hombro de la muchacha por su espalda,
acariciándola.
Circe negó con la cabeza sin siquiera mirarle. Michael ya estaba a la altura de su oído, y
no estaba dispuesto a rendirse. Le besó
el lóbulo de la oreja suavemente, y la joven pudo sentir el aliento de su novio
rozándole la piel de forma incómoda. Su
voluntad comenzaba a flaquear, y era lo último que quería. ¿Por qué se dejaba manipular de esa forma?
-No me voy a emborrachar… te lo prometo.- Continuó
Michael, besando su oreja de nuevo, otra vez, y luego comenzando a descender
por su cuello. Circe sintió como su
estómago de revolvía de forma placentera, cerrando los ojos casi de manera
inconsciente, pero luego los abrió, intentando ponerse firme. Se separó de él bruscamente, e intentó evitar
que se aproximara.
-No te creo…- Murmuró, mientras su volumen de voz
disminuía notoriamente. No lo estaba
logrando, terminaría por aceptar, y realmente no quería hacerlo. Comenzaba a sentirse frustrada, ya que nunca
lograba decirle que no al moreno, y su consciencia le carcomía el cerebro
diciéndole que no debía ir. Sus padres
se enojarían, la castigarían de nuevo… su mente comenzó a divagar, poniéndola
aún más nerviosa, y Circe tensó tanto las manos que estas terminaron soltándose
de sus rodillas, temblando suavemente de nuevo. La pelirroja maldijo ante esa señal traidora
de su cuerpo, pero no podía evitarlo, siempre le ocurría ante la mínima
incomodidad.
Por desgracia, Michael percibió esto y decidió
aprovecharse de la situación, como siempre hacía. Se puso serio, como si la opinión de su novia
realmente le importara e intentó atraer a Circe a su pecho, como para demostrar
cariño, pero ésta no se dejó. El castaño
cerró los puños lejos de la vista de su novia, impaciente, e intentó tomarle la
mano nuevamente, pero ella estaba siendo más rápida. Quizás realmente estaba preocupada por la
reacción de sus padres, pensó el joven, pero luego desechó la idea. Circe nunca se había negado a hacer lo que él
quería, y esta no sería la primera vez.
-No seas aburrida, Circe.
¿Realmente desconfías de mí de esa manera? – Michael la miró con ojos
falsamente incrédulos, fingiendo enfado.
-Te he dicho que no beberé. ¿Por
qué te cuesta tanto creerlo?- Su voz se volvió dura de pronto. Hasta el chico se preguntaba a veces por que
la presionaba tanto, ya que casi siempre, salir con ella era aburrido. Se preocupaba demasiado y siempre se sentía
culpable. Aún así, se divertía al verla
hacer cosas que no debía, disfrutaba corrompiéndola. Quizás porque era una joya de clase alta, y
él la estaba demacrando.
Circe, mientras tanto, se debatía si ir o no con su
novio. Quizás en el fondo quería, pero
le asustaba pensar lo que podía ocurrir si lo acompañaba, ya que sus
experiencias pasadas le habían dado una buena idea de los peligros que rodeaban
al chico… quizás tenía tantas ganas de estar con él, que por eso le costaba
negarse. Añoraba los primeros meses,
cuando era tierno y atento con ella, y no quería aceptar que había sido sólo
para agregarla a su colección. Y tal vez
si iba con él no se enfadaría tanto y volvería a ser como antes. Su determinación comenzó a debilitarse
mientras pensaba en esto, y luego había girado la cabeza, mirando al moreno con
la mirada más seria posible.
-Prométeme que no harás nada.- Dijo. –Júramelo.-
El muchacho sonrió.
Prácticamente lo había logrado.
Volvió a acercarse a ella, esta vez sin que la muchacha se quejara, y
acercando su cuerpo a ella, la besó en los labios.
-Lo prometo…- Le
susurró, posando su mano sobre la de ella, inspirándole seguridad –falsa, por
supuesto. Su otra mano, escondida tras
su espalda, tenía los dedos cruzados.
La pelirroja sonrió, sintiéndose
ilusamente aliviada, pues aun que en su interior sabía que el chico mentía,
prefería bloquear esos pensamientos.
Mike encendió un cigarrillo y luego le tendió la mano para que la
tomara, siendo esta la última discusión que afectaría la relación por el resto
de sus vidas.
Circe supo en cuanto entró al local
que había cometido un error. Un olor fuerte entre tabaco y marihuana atacó sus
orificios nasales, haciendo que arrugara la nariz, y un grupo de hombres
borrachos chocó contra ella y Michael mientras intentaban salir entre tambaleos
del lugar. La música estaba más fuerte de lo que esperaba (podía sentir el
sonido de la batería golpeándole los tímpanos, causándole un dolor molesto) y
cuando un par de personas de dudosas apariencias se acercaron a saludar a
Michael, se estremeció. Uno llevaba un
porro entre el dedo índice y pulgar, y luego de aspirarlo por lo que pareció un
largo rato, hizo un gesto con la mano a Michael antes de irse. La masa de gente que había asistido al
concierto apenas era contenida por el pub, y el aire era tan denso que parecía
sólido. Sin embargo, Circe parecía ser
la única en desagrado, mientras el resto de los presentes saltaban eufóricos
ante el estridente sonido de la guitarra y la batería, acompañados de una voz
desgarradora. El lado racional de Circe
le decía que Michael, una vez más, había mentido.
Aún de la mano de su novio, la
pelirroja se sujetó con fuerza, por miedo a perderse entre esa masa de gente
vestida de negro y rojo. Habían colgado
y desgarrado una bandera del Reino Unido tras el escenario, y eso para ella era
un mal augurio. Sabía que Mike apoyaba
el anarquismo, pues no necesitaba decirlo para dejarlo claro, pero tanta gente
no hacía más que ponerle nerviosa, y la falta de oxígeno no ayudaba a su
ansiedad. Sujetando a Michael del brazo se puso de puntillas para alcanzar su
oído, pero aún así debió gritar para ser escuchada.
-Vámonos de aquí.- Le dijo, tirando de su camiseta. –No me gusta este lugar.-
Michael la acercó más a él, ya que
sólo había captado la última parte, y se agachó un poco para hablarle.
-No seas aburrida, Circe. ¡Recién está empezando!-
Se alejó de inmediato, desviando su
atención de su novia, pero la muchacha no soltó su mano, molesta. No le gustaba ese lugar, y quería salir de
ahí cuanto antes. Aun que una parte de
ella sabía que Michael le había estado mintiendo desde un principio, había
albergado una pequeña esperanza de que el joven no la engañaría, por lo que no
podía evitar sentirse decepcionada. Y
asustada, ya que jamás había estado en un lugar así.
-Mike…- Comenzó, pero el chico no la
oyó. Tuvo que ser ella la que se
aproximara a él para que esta vez oyera lo que quería decir, tirándolo de los
hombros para que se inclinara. –No me
dijiste que vendríamos a un lugar así.-
-Nunca te dije adónde iríamos, pero aceptaste de todas
formas.- Le contestó, sacudiéndose para que la pelirroja no lo
tocara. –Es muy sencillo, Circe. ¿Te vas a quedar aquí sin lloriquear o te vas
a ir a pedirle a tu papi que te pague una terapia?-
Circe no le contestó, perpleja ante la violencia de su
comentario, y Michael, sin esperar más su respuesta, la soltó bruscamente y se
perdió entre la multitud, dejando a Circe sola en medio del local.
-¡Michael!- Exclamó
Circe en vano, pues no lo encontraría más.
Llevaba alrededor de cuarenta minutos buscándolo cuando se
rindió y decidió, a su propio riesgo, volver sola a su casa. La constante
música ya hacía doler sus oídos y su ansiedad incrementaba segundo a segundo,
sin encontrar a Michael por ningún lado.
El lugar seguía infestado de gente cuyo aspecto sólo podía inspirar
terror, y más de una persona se le había insinuado, interrumpiendo su
búsqueda. Finalmente, luego de que el
cansancio y la indignación la vencieran, decidió salir del local y dejar a
Michael a su suerte.
Después de pasar otros cinco minutos abriendo su camino
entre la gente para poder salir, Circe se vio por fin fuera del local y el aire
frío de la ciudad la golpeó como una bofetada helada. Adentro el calor humano era excesivo, lo que
hacía que allí fuera sintiera frío, por mucho que estuvieran en pleno verano.
El bar se encontraba a unos cuantos metros del paradero de
autobuses, por lo que no tuvo que caminar demasiado antes de llegar a su
destino, donde según su reloj tendría que esperar diez minutos para irse. Circe miró a su alrededor, inquieta por la
absoluta y repentina soledad, y fijó su mirada hacia el callejón que tenía
enfrente en ese momento. Lo que ocurrió
después fue demasiado rápido.
Dos ojos rojos la miraron desde la oscuridad, y entonces
sintió como el libre albedrío abandonaba su cuerpo como una bocanada de
aire. Sus piernas se desplazaron de su
lugar en dirección al callejón sin que Circe tuviera control sobre ellas, y aun
que en su mente su boca se abría profiriendo un grito, sus labios no se
movieron y continuaron sellados en una expresión seria. Sus brazos se mantenían sueltos a sus costados,
pues aquellos ojos no le ordenaban movimiento alguno, y momentos después,
contra su voluntad, ya se había internado en la oscuridad de aquel pasaje sin
salida. Sus piernas se detuvieron de
golpe, pero sin perder el equilibro, y su cuerpo no se movía si no para
respirar. El terror la invadía por
dentro, sin poder ella hacer nada al respecto, y este incrementó apenas se
acostumbraron sus ojos a la oscuridad.
Un hombre rubio con ojos del color de los rubíes y piel
nívea se encontraba frente a ella, manteniendo aquel aterrador contacto
visual. Sin embargo, su rostro, lejos de
expresar agresividad o perversión, reflejaba una especie de enamoramiento, como
si hubiera visto al amor de su vida por primera vez en años. Pero Circe,
encarcelada en su propio cuerpo, no se fijaba en ese detalle. Su corazón, el único libre de aquella
hipnosis, latía hiperactivamente en su pecho, como si intentara escapar de
allí. Aterrada ante la inverosímil
situación en la que se encontraba, sin ninguna escapatoria. Aún si pudiera moverse, no conocía el barrio
lo suficientemente bien como para poder escapar, el hombre seguramente la
encontraría de nuevo.
-Francesca…- Dijo
el hombre con voz clara y melodiosa, la cual resonó gravemente en la
oscuridad. –Francesca…-
Sus manos frías acariciaron el rostro de Circe con anhelo
pero delicadeza a la vez, como si se tratara de una obra de arte. Sus labios se acercaron al rostro inmóvil de
la pelirroja, y besaron la piel indefensa de sus mejillas, deslizándose hasta
el cuello descubierto de la muchacha.
Circe sintió como los vellos se le erizaban, sin poder hacer nada al
respecto. Podía sentir el olor
embriagante del hombre, que casi la hacía desear que continuara, pero su
instinto era más fuerte, y no podía dejar de lado el terror que la
embargaba. Quería golpearlo y salir
corriendo de allí, olvidar el impulso que ella misma sentía por besarlo, y
llegar sana y salva a casa. No quería
estar en ese lugar más tiempo. No quería
ver a Michael nunca más.
Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, nublándole la
vista, y fue cuando parpadeó para evitar esto que descubrió que el hombre ya no
ejercía control sobre ella y podía moverse libremente. Aún así, cuando intentó escapar el hombre
tomó su antebrazo firmemente, la miró fijamente a los ojos, e impidió de
inmediato que lograra moverse. Aún más
asustada ante este imposible control que el desconocido infligía en ella, las
lágrimas comenzaron a caer libremente por sus mejillas en cuanto sus lagrimales
ya no podían contenerlas y la muchacha se vio obligada a sentir el tacto frío y
a la vez medio hipnotizador de su
agresor, que acariciaba su rostro y cuello observándola con ojos
maravillados. No parecía querer hacerle
daño, pues el hombre se acercó delicadamente a ella, besando sus lágrimas, y le
pasó una mano por el cabello con cariño como si quisiera protegerla de
cualquier mal. Sin embargo este extraño
comportamiento confundía más aún a la muchacha, angustiándola hasta el punto
que, cuando el contacto visual con el hombre se quebró, comenzó a temblar
violentamente.
-Mi Francesca…- Repitió el desconocido. –Si supieras todo lo que he sufrido por
perderte…-
El hombre se separó un momento, y la miró de la cabeza a
los pies. Algo en su rostro delató su
confusión y Circe descubrió que se había dado cuenta de que no era su amada
Francesca. Pensó que era su posibilidad
de salvarse, pero el hombre volvía a mirarla a los ojos, inmovilizándola.
-Pero una Firenze, sin duda…- Murmuró, desvelando sus pensamientos, sin
romper el contacto visual. Circe se
preguntaba si era realmente necesario, ya que dudaba tener la capacidad de
escapar en caso de que esos ojos dejaran de manejarla, pues el miedo la
mantenía quieta. Y ver esos ojos rojos
posados en ella era aún más aterrador…
-¿Circe?- Llamó una
voz adolescente a la lejanía, la cual reconoció como la de Michael.
Circe quería responder, quería gritar,
ya que en ese momento la compañía de Michael parecía mucho más grata,
segura. Esperaba que ese hombre
terminara de observarla a gusto y la dejara ir, pero en el fondo sabía que
estaba siendo extremadamente ingenua.
Aquella mirada hipnotizadora la había traído allí como la mejor de las
carnadas, y el hombre debía tener un propósito.
Mientras estos pensamientos atentaban
contra su bienestar, sintió como el hombre volvía a acercarse para besar su
cuello, con ese olor embriagante que en el fondo le molestaba, y al verse libre
de su control nuevamente cerró los ojos, para dejar caer nuevas lágrimas. Tenía planeado gritar, pero sintió un dolor agudo
en el cuello y luego una sensación de placer que la llevó a la inconsciencia.
Recobró la conciencia horas después, sin comprender ni
dónde estaba, ni, por un momento, quién era.
Se encontraba recostada contra la
pared de una habitación vacía, cuyo olor a humedad era tan intenso que
le hirió la nariz. A pesar de que no
tenía ni luz eléctrica ni ventanas estaba totalmente iluminada, y cuando un
hombre entró a la habitación, su traje verde era tan llamativo que le hizo
cerrar los ojos desconcertada. Cada
paso que daba el hombre retumbaba en sus oídos dolorosamente, y la muchacha se
cubrió los oídos sobrepasada por sus sentidos, y gritó sorprendida cuando el
hombre se acercó más aún en pasos rápidos que la torturaban. Se encontraba recostada en el suelo, y aun
que en un principio no quería moverse, ya que el sólo ruido de su piel rozando
el suelo la atormentaba, su curiosidad por ver detalladamente al hombre que
acababa de entrar era mayor, e hizo que se levantara. Esta vez pudo soportar mejor el ruido, y aun
que aún miraba al hombre con ojos entrecerrados, le parecía extrañamente
similar.
-Tranquila, Circe.- Dijo el hombre en susurros, los cuales Circe
agradeció aun que aún no entendiera qué hacía él allí o por qué sabía su
nombre. Los recuerdos la invadían
lentamente, y por el momento sólo recordaba su discusión con Michael, sin
conectar al hombre rubio con su situación.
–Te acostumbrarás pronto.-
El hombre dio unos pasos hacia ella,
sus zapatos rechinando contra la madera y el roce de la tela que cubría su
cuerpo siseando mientras se movía. Con
una sonrisa tranquila en su rostro, levantó una de sus manos y acarició el
cabello de la joven, quien, al sentir el contacto ahora tibio con su piel,
recordó gran parte de lo sucedido.
-¿Dónde está Michael?- Preguntó, mientras el miedo volvía a
invadirla. Los ojos rojos del hombre aún
la intimidaban, pero ya no parecían ejercer control alguno en ella. -¿Qué me ha hecho? ¿Dónde estoy?- La histeria en su voz llegó dolorosamente a
sus oídos, pero le era difícil controlar sus emociones. Todo parecía ser aún más grave que antes, el
miedo la poseía por completo.
Comenzó a retroceder, alejándose lo
más posible del hombre, y observó a su alrededor. La única puerta que había estaba justo detrás
de su agresor. Estaba atrapada.
-¿Qué me ha hecho?- Reiteró la
muchacha, con unas ganas incontenibles de llorar, pero sin que sus ojos
respondieran. Era como si ya no le
quedaran lágrimas. -¿Dónde estoy? ¿Dónde está Michael?-
El silencio atacó la incertidumbre
de Circe un momento, pero luego el hombre se aclaró la garganta, cruzándose de
brazos. Aquella sonrisa tranquila aún no
se borraba de su rostro, y para Circe ese era un signo de demencia que sólo
lograba ponerla nerviosa.
-No te he hecho nada malo,
Circe. Simplemente te he dado un regalo
que pronto agradecerás.- Dijo, con voz
complacida. –Te he despojado de aquello
que te hacía tan vulnerable, a cambio de algo que te pone a la altura de
cualquier Dios. Ya no eres débil, Circe,
no debes temerle a nada. ¿No notas
ninguna diferencia hasta ahora?-
Agitada, Circe observó al hombre con
mayor detenimiento, ahora que sus ojos se acostumbraban. Aquella piel tan clara… Circe se llevó las
manos a los oídos nuevamente cuando el sonido de un auto avanzando a toda
velocidad por la autopista la sorprendió, y entonces se dio cuenta de algo más
increíble aún. Su piel. Sus brazos ya no estaban cubiertos de las
pocas pecas que el sol italiano le había dado, y era casi tan blanca como la
del hombre frente a ella. Se había
convertido en algo como él, fuera lo que fuera.
-¿Qué me ha hecho? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde…?- La idea de una operación extraña pasó por al
cabeza de Circe, algo como la ciencia ficción que tanto fascinaba a algunos de
sus amigos. Sin embargo la respuesta
resultó aún más inverosímil cuando el hombre la interrumpió, riendo.
-¿Aún no te das cuenta, Circe?- Le preguntó.
–Esto no es un experimento… ¿qué tal si te doy una… demostración?-
Ocurrió rápidamente. El hombre estuvo frente a la puerta en
segundos, la abrió, y de pronto había salido y vuelto a entrar en la habitación
con algo en sus brazos. Una joven,
quizás de la edad de Circe, inconsciente.
La primera reacción de Circe fue pensar en un secuestro, que aquella
muchacha sufriría la misma suerte que ella, pero luego se olvidó de
aquello. Su yugular palpitante se volvió
el centro de atención, y antes de que el
hombre la dejara en el suelo ella se había abalanzado sobre la muchacha, guiada
por el instinto. Sin saber de dónde lo
había aprendido, sus dientes, increíblemente fuertes se había hundido en
aquella vena sabrosa, y la sangre, que salía a borbotones a través de los dos
agujeros que sus dientes habían dejado, se convirtió en su elíxir. Circe bebió de la muchacha desesperada, como
si fuera a morir si se detenía, sintiendo como el corazón de la jovencita
enviaba más sangre hacía ella, al ritmo de sus latidos. Sin embargo, estos cesaron, y la mano del
hombre sobre su hombro la distrajo.
-Déjala, chiquilla.- Le dijo, tomándola firmemente, y alejándola
del cadáver. –Si sigues bebiendo una vez
que se han ido, te irás con ellos.-
Le fue difícil separarse de aquel
manjar, y tuvo que contentarse con la sangre que humedecía su boca, manchaba
sus dientes. Relamiéndose con la lengua
descubrió dos colmillos contundentes, y en cuanto logró cortar su lazo con la
muchacha, cuando ya no quedaba sangre por saborear, comprendió lo que había
sucedido. La había asesinado
brutalmente, sin ser capaz de contenerse.
Sin importarle por el momento en qué se había convertido, se alejó
rápidamente de su víctima, gritando.
Era una niña joven, quizás de quince
años, cuya piel se encontraba blanca de muerte y cuyos ojos azules, sin vida,
aún la miraban con terror. Su cabello
castaño, largo y liso, se encontraba empapado en sangre y la vida la había
abandonado por completo.
-¡Eres un monstruo!- Gritó Circe, haciendo retumbar las
paredes en un grito sónico que la hirió bastante. -¡Me has convertido en un monstruo!-
-No eres un monstruo, Circe.- Le corrigió el hombre,
tranquilamente. No parecía molestarle
para nada que la muchacha se encontrara tan alterada, y hasta parecía causarle
gracia. Se acercó a ella, intimidándola,
e hizo como si no se inmutara de la actitud defensiva de la chica, que se
alejaba con cada paso que él daba en su dirección. Capturando su mirada, pero sin silenciarla,
le brindó la más sincera de su sonrisas, enseñando los dos colmillos que le
habían propinado a ella una herida eterna.
–Eres una vampiresa. La más grandiosa
de las criaturas.-
Circe se olvidó de su miedo, conectando lo que acababa de
descubrir con todo lo que había sucedido.
Vampiro. Eso lo explicaba todo,
pero se alejaba de la realidad a la que hubiese deseado verse enfrentada. Eso significaba que se encontraba atrapada en
un destino inevitable, eterno, y lo peor de todo, se vería condenada a
asesinar. O eso era lo que había
aprendido de las películas y novelas, no es que supiera mucho de ellos. Hasta aquel momento ni siquiera creía que
existieran.
-¿Por… por qué me has hecho eso?- La pregunta era bastante estúpida, ya que
estaba segura de que el vampiro tendría sus razones, o no, ya que también podía
tratarse de un psicópata. ¿No estaban
todos los vampiros medios locos o era invención de las películas? ¿Existían los vampiros siquiera? Aún sintiendo los colmillos que acababa de
adquirir y recordando lo deliciosa que sabía la sangre para ella, no podía
creérselo. Debía ser un sueño… todo era
demasiado irreal.
-No es un sueño Circe.-
Interrumpió el vampiro, adivinando sus pensamientos. Al parecer era muy bueno leyéndola, o ella
demasiado predecible. –Ya me habían
advertido que la gente moderna rechaza la eternidad… es porque no lo
entiendes. Pronto lo entenderás. Y algún día, cuando sea seguro, te lo
explicaré todo. Tarde o temprano, más
temprano si resultas ser tan brillante como pareces, descubrirás mis razones.-
Frustrada al no poder expresar sus emociones, Circe
comenzó a sollozar sin lágrimas. Su
pecho convulsionaba ante cada sollozo, y el vampiro no parecía querer hacer
nada al respecto. No le gustaba para
nada lo que estaba pasando, y era bastante evidente que no podría hacer nada al
respecto.
-¿Por qué me has hecho esto?- Preguntó, aun que no
esperaba una respuesta.
El vampiro, sin embargo, se acercó a ella. Al parecer, al ver que la joven no se
calmaba, algo había despertado dentro de él y pronto se encontraba tomándola de
los hombros, obligándola a mirarlo. No
era lástima ni tristeza lo que se reflejaba en los ojos del vampiro, pero al
parecer le indignaba que la muchacha se comportara de esa manera ante una
situación que él consideraba extraordinaria.
Aún así, el cariño con el que la había estado observando desde que la
había visto por primera vez aún no se desvanecía, y Circe se tranquilizó un
poco, aun que no sabía si aquella sensación era real. Aún no confiaba en la mirada del rubio.
-Pronto entenderás todo esto, Francesca… no te dejaré ir.-
El desliz del vampiro al llamarla Francesca nuevamente le
llamó la atención, y la ahora vampiresa se alejó bruscamente dando un paso
hacia atrás, haciendo que el vampiro la soltara.
-¿Por qué sigues llamándome Francesca? Mi nombre no es…-
Y entonces su mente, quizás más rápido de lo que estaba
acostumbrada, destacó un nombre que permanecía guardado en su memoria. Francesca Firenze, su tía abuela. Había sido asesinada en Italia, de donde su
familia provenía, cuando era muy joven y en una situación muy misteriosa. Su abuelo jamás le había contado los
detalles, pero su padre le había dicho que había sido encontrada en su
habitación, desnuda y desangrada. Circe
abrió los ojos exageradamente. ¿Podría
haber sido ese hombre quién había hecho tal atrocidad? Le costaba pensar que alguien quizás fuera
capaz de hacer algo así.
Estaba aterrada. No
sabía que hacer. El vampiro se acercó a
ella nuevamente, y la tomó de los hombros, mirándola directamente a los
ojos. Perdió el control de su cuerpo de
nuevo y una sensación extraña invadió su mente.
-Eres una Firenze.-
Dijo luego. -Sabía que eras una
Firenze.-
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