No hay duendecillo capaz de forjar sus curvas,
Ni ángel capaz de cantar su voluptuosa estampa.
Encontré una de estas doncellas enterradas en el campo,
Llena de guarenes y gusanos, hedienta a tábanos,
Pero reconocí la gloria inmediatamente,
Brillaba cual joya invisible en sus asas ligeras.
Luego de desparasitarla, lavarla concienzudamente,
Y tras pulirla con lágrimas de gladiolos rojos,
Decidí esconder mi roto corazón dentro de su útero,
Tapando su boca perfumada con un corcho gigante,
Y encadenándola cual Andrómeda bajo 9 llaves de plata
Con la esperanza de que nadie vuelva a ver ni un rastro,
Ni una sola gota de color de mi procedencia.
Los caballos tienen una llave, las otras ocho me las tragué.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
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