sábado, 19 de julio de 2014

Retrato

Medialuz plateada repiquetea tras las cortinas, 
El frío de Julio dibuja una niebla espiralada por entre las farolas. 
Ella despertó por el aleteo distante de palomas danzarinas, 
Cuando la ropa de su cama la enroscaba con suavidad. 
Su frente arde de sueño, sus párpados titubean bajo el peso de la levedad, 
Sus labios se curvan lentamente en una sonrisa ingrávida, 
Como un árbol que florece en invierno, como un gladiolo fresco y sin color. 
Apoya su espalda contra la pared y abraza sus rodillas, 
El blanco de su piel se funde en lo delicado de sí misma. 
Sus ojos brillan, son dos mandalas de piedra eterna. 
Toda su habitación impregnada en su aroma dulzón, resuena con espejada voz. 
Su figura se adivina por entre los tejidos indefinidos que desprenden la calidez de su cuerpo: 
Su cintura diminuta, sus piernas calcáreas, 
Los pétalos livianos de su pecho de cristal, 
Los hombros gentiles y redondeados. 
Ella toda es una fotografía, así como sus brazos son canción, 
Su nariz escultura y su pelo es la sombra misma del viento.
Pero ella no está ahí,
Ahí no hay niña sonriente ni mujer hermosa,
Ni cama monumental ni cortinas fantasmales,
Ni habitación pintada con la magia de la luz.
En ese espacio de poesía no hay nada,
Pero aún persiste la fragilidad perfumada de sus manos y su cuello.

-La mujer es fuego ardiendo en lo profundo de una botella.

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