martes, 15 de julio de 2014

El buen fuego nunca muere

Tiempo atrás escribía cartas de amor a una mujer que brillaba con el sol.
Me perdía locamente en su mirada, y de su boca conocí el amor,
Comprendí por sus labios el cine erótico y las películas románticas.
Era una librería inmensa, podía entrar en ella y salir con 20 nuevos ideales,
Los cuales me mantenían despierto durante gran parte de la noche.
A veces me detenía a mirarla, durante minutos no despegaba mi vista de ella,
Porque parecía más una escultura o un sueño exquisito, su piel era irreal.
Ella sabía hacerme reír, sabía hacerme llorar, ondeaba mi corazón a diario,
Y yo no entendía sus palabras, sus silencios, no cabía en mí tanta belleza.
Yo la quise, quiero creer que estuvimos destinados a bailar salsa cubana,
Que pude haber entrelazado mis dedos con los suyos para que no se fuera.
¡Quisimos más estrellas de las que cabían en nuestras manos!
¿Cuánto mar habremos creado entre los dos?
Cerramos nuestros corazones como escapando del viento que todo lo borra,
Y sin quererlo, apagamos la luz que pendía sobre nosotros.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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