En estas frías y solitarias playas,
Vientos antárticos, nieves australes
Repiten tu nombre con una delicada insistencia.
Y este solo aullido, el ulular de tu nombre,
Cálido y crepitante, se mantiene
En mi corazón.
Y bajo el telón de esta perpetua lluvia
Fue que te conocí. Te descubrí, Nube mía.
Una, dos, tres veces suspiré por tí.
Solitaria y pausada, como los bosques
A nuestro alrededor, en un lento, pesado,
Y liviano andar de cisne.
Y al verme, una sonrisa.
Una hermosa mueca, que como el amanecer,
Impregnó mi pensar con un aroma sedoso.
Y al entrar en contacto con tu piel:
Suave y templada, extasiante y chispeante sentir,
Del roce entre cortezas; del roce entre escarchas.
Pero la rotura, la rápida e inevitable,
Fugaz y gélida separación, calman, y
Torturan mi ser, en un ciclo. En cada siglo.
. . .
Suaves, bellas, tiernas palabras,
Bajo un cielo, que es todo tuyo,
Junto a los cerros, que son todos nuestros.
Y a medida que corremos,
Que trotamos febrilmente, enlazados de manos,
Me acerco a tí,
A través de un suave y delicado velo,
Que deseo, y no deseo.
. . .
En tus floridos cabellos,
Encuentro mi consuelo,
Y me despido.
Subo a mi débil barcaza,
Y la marea me mece en paz.
Avanzando bajo el telón perpetuo de las nubes,
Me alejo, sabiendo que estás ahí:
Bajo la lluvia, Cisne mío.
Autor: Felipe Guzmán B.
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