viernes, 27 de junio de 2014

El Voayeur

En el departamento 9° B vivía, irónicamente, un voayeur. De forma sutil llevaba espiando a sus vecinos de edificios aledaños desde hace un tiempo considerable, y había desarrollado una predilección por algunos sujetos en particular: la jovencita que en verano se asomaba para ver las puestas de sol desde la ventana de su habitación, que él había nombrado como Dalia; el hombre que jugaba con su nariz y sus productos mucales sentado en su escritorio a partir de las 7 de la tarde, Hernán; la anciana que, sentada en el salón de su departamento del tercer piso, se masajeaba de vez en cuando los pezones cuando creía que nadie la estaba viendo, que el voayeur llamaba Julia. Pero de todos sus sujetos de observación, Sofía era su favorita.

Hace un par de años había llegado al edificio de enfrente con, lo que suponía, era su esposo, que lo nombró Román. En un principio eran una pareja aburrida de observar, simple, feliz. Por varios meses fue decepcionante esconderse detrás de las cortinas, en silencio, expectante, a que algún evento violento, bizarro, o estrafalario se desenvolviera frente a sus ojos. El voayeur del 9° B los observaba sin parar cuando se asomaba a su ventana, y se desesperaba cuando pasaban presurosos por los pasillos. Soñaba con Sofía, la deseaba, del mismo modo en que deseaba a Román, y pensaba en ellos cuando estaba espiando a otras de sus víctimas visuales, pero no podía entender por qué esa obsesión. ¿De dónde venía esta ansia?

Una tarde las cosas entre Sofía y Román cambiaron. Ella había estado llorando en la sala de estar, y él no había llegado a la hora en que solía hacerlo. ¿Qué estaba sucediendo? El voayeur no lo entendía, pero esa incertidumbre lo excitaba de una forma que no había conocido antes. Con una enorme erección en sus pantalones, observó, y esperó, disfrutando cada lágrima que brotaba de Sofía. Cuando Román volvió, ya de noche, era evidente que había estado bebiendo. Ella quiso gritarle, pero él la hizo callar de un manotazo. Román le gritó, la pateó, y sin mucha galantería de por medio, la llevó a rastras a su habitación compartida y cerró las cortinas, en donde el voayeur imaginó una escena de violación. Nadie oyó lo sucedido, ningún vecino pareció darse cuenta, el único testigo era el voayeur del 9° B. El impacto de presenciar la crudeza de la escena desencadenó una masturbación febril que culminó en un orgasmo oscuro que llenó de fluidos seminales la pared del voayeur. El corazón le latía apurado, la frente llena de un sudor helado, no vio reducido su deseo por esta pareja, tenía sed, quería comérselos en tajadas largas. Pero sólo podía mirarlos, lo que lo desesperaba.

Posterior al episodio de violencia de Román, los ataques hacia Sofía se hicieron más frecuentes. Ella adelgazó, comenzó a fumar de forma compulsiva, lloraba a menudo, dejó de salir a la calle y empezó a vivir enclaustrada, donde era víctima de las fornicaciones y brutalidades de su marido. A veces sacaba medio brazo fuera de la ventana, y contemplaba a las personas que pasaban abajo por la calle con los ojos enrojecidos. El voayeur no sentía lástima por Sofía, esa fijación morbosa que sentía hacia ella y Román lo introducía en un trance perverso del cual no salía hasta que los músculos le dolían por estar quieto durante tanto tiempo.

La situación se prolongó durante angustiosos años, hasta que Sofia desapareció del departamento en medio del invierno, para salir a una calle que no pisaba desde un tiempo perdido en las tinieblas de su mente. El voayeur la vio ponerse un abrigo y caminar lentamente vereda abajo, exhalando nubecitas de vapor, hasta que dobló una esquina y la perdió de vista. Cuando Román llegó a su casa, y notó la ausencia de su esposa, hecho un mar de dientes y puñetazos empezó a destrozar la vajilla y a apuñalar las paredes con rabia, mientras que el voayeur sentía un extraño vacío en su pecho, una calma que había perdido desde la llegada de esa pareja desdichada. Se sintió sangrar después, al decirse a sí mismo que el escape de Sofía significó su muerte. Lloró, y el voayeur dejó de ser voayeur. 

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