domingo, 3 de agosto de 2014

La Llave Maestra

Luego de haberme dado veinte millones de vueltas bajo mis sábanas,
Soportando la terrible ansiedad con la que suelo castigarme a veces,
Ahora que las tormentas se ven lejanas y blanquecinas, enterradas,
Es que logro pararme desde la cima de mi mismidad misma, o algo así.
Muchos bosques he atravesado, viendo solamente troncos muertos.
Conozco la semperterna salinidad del mar, sus pezones acuosos.
He visto cavernas y pampas heladas, lo he visto todo y nada a la vez.
Aprendí a conocerme, por eso me he dado cuenta de algo sencillo:
Nunca abandoné mis sueños de la infancia, fui fiel a mi ilusión más básica.
Reconozco entonces que siempre he querido ser un arqueólogo,
Un explorador aventurero fumador de habanos y portador de machetes.
Y en cierto modo, he sabido ser fiel a esta loca fantasía azul.
"¿Cómo encontrar rincones sin explorar en este mundo redondo?"
Me preguntaba ésto de pequeño, y creí desistir de la búsqueda eterna.
Pero en mi vida aprendí a leer los corazones como mapas de tesoro,
Y descubrí las riquezas ocultas de las civilizaciones perdidas de las emociones.
Todos tenemos una enorme cruz cargando sobre nuestros hombros,
Y el que sepa encontrarla en los otros tendrá la llave que abrirá todos los cofres.
He tocado monedas de oro, recibido maldiciones milenarias,
Hay un rugir de magma furibunda en lo hondo de cada roca
Y no espero que me entiendan personas que no ven más allá de sus narices.


Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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