martes, 5 de agosto de 2014

El Verdulero

Le gustaba pensarse enamoradizo en los ojos ocultos bajo la visera de su gorra, observando estudiantes y hombres de negocios pasar frente a su puestito humilde. Amigo de los perros, estatua incansable, estampa infaltable con sus manos enlechugadas y sus mejillas de tomate.
Vio el verdulero pasar a un señor calvo por entre las sombras de los árboles, y se sintió marinero que admira la luminosidad de un faro que se prende lo mismo que se apaga, al ver como el sol brillaba en la calva como estrella de diamante.
Oyó también a un joven silbando una canción que sonaba a pampa de su infancia, y quiso ser mujer hermosa para pedirle que silbara un poquito más, que prolongara por un ratito el ensueño de la tonada. Suspiró. El verdulero era un hombre sin nombre.

Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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