La delicadez dejó de ser una palabra
Y se convirtió en carne ahí en tus labios.
Podría repetir una y mil alabanzas
Sobre la inmortalidad de tu mirada,
Y aún así no le estaría haciendo justicia
A tus zafiros negros de dura belleza.
Suelta tus miedos al viento,
Déjalo fragmentar tus miserias,
Y nacerás por vez primera
Como una mujer de piel y verbo.
Transmutas el oro en plomo,
Y lo disuelves en mariposas
Con tus ritos oceánicos
Rebosantes de besos y cochayuyos.
¡Es por tu voluntad el cielo!
¡Por tus prodigios es que hay lluvia!
Hay lluvia en los caminos,
Diluvios en los corazones,
Todo por tu inocencia de Pincoya,
Y tu ilusión que me desarma.
Me sumerjo en ti cada día
Por el simple arte de la conversación,
Gracias a tu magnetismo espontáneo
Y a mi condición de polilla enamoradiza.
Me hundo en mi propia pasión,
Y en los arrecifes de nuestro dolor compartido.
¿Qué será de ti el día de todos los santos?
¿Por dónde harás salir el sol ese día?
A este ritmo iremos a parar a una plaza,
Una que sea capaz de contener tu calor.
Si logro abrazarte con firmeza,
Y no llegas a deshilacharte ipso facto,
Moriré de la emoción imbuida en mis brazos,
Y de la que habrá de golpetear en mi pecho
Pensar que te quiero es todo lo que necesito,
Más allá de eso no hay nada más.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
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