lunes, 22 de diciembre de 2014

El final del tercer hermano

Un hombre, de cicatrices en el cuello y en el dorso de sus manos,
Se adentraba con paso firme a un edificio antiguo envuelto en llamas,
Mientras se quitaba su bufanda de lana negra, su chaqueta de cuero
Y su desgastado sombrero, que antes perteneciera a su abuelo.
Pese a las advertencias de carabineros, y a los esfuerzos de los bomberos
Por mantenerlo al margen del infierno desatado en esa noche invernal,
El hombre se deslizó como un espectro por entre brazos y barreras,
Lentamente, como si estuviera flotando entre el humo que lo rodeaba.

Ruidos, brasas ardientes, el estruendo de una viga muriendo por el fuego,
El hombre ignoraba el calor sofocante como se ignora el aire que se respira,
Y tras unos pocos pasos, pareciera que las fauces flamígeras se cerraban sobre él.
Quienes presenciaron la escena se horrorizaron de pensar a ese hombre calcinado,
Perdido bajo el peso terrible de la ardiente espada de la muerte.
Pasaron minutos, el fuego se expandía a otros edificios, y el hombre de las cicatrices,
Sonrisa en su rostro, salía del edificio con un niño en brazos, sin una sola quemadura.
Una luz dorada lo rodeaba, y esta parecía manar de sus ojos negros como el carbón.

El hombre había perdido a su amada en un incendio hace muchos años,
Tras lo cual él mismo se dijo que no podría perder nada después de esa tragedia,
Ganando con eso el secreto de la inmortalidad, o al menos eso quería creer.
Rodeado por la incredulidad y las lágrimas de quienes vieron su proeza,
Un torbellino de ceniza, movido por un viento gentil, envolvió su figura,
Tras lo cual, el hombre se desvaneció, dejando sólo sus zapatos ennegrecidos,
Su bufanda de lana, su chaqueta de cuero, su desgastado sombrero,
Y una joven vida marcada por su toque tibio y su mirada de ángel.

Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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