miércoles, 15 de agosto de 2012

Viaje Consciente

Luego de recibir la tarea de realizar mi recorrido cotidiano con la condición de hacerlo de manera “conciente” evadiendo el automatismo ya característico, torno a generar cierta disposición al salir, la de observar cada detalle, y apreciar ese entorno que hasta ahora era tan cotidiano y a la vez tan incierto, al abandonar la universidad camine en dirección al metro por la calle Ve
rgara, vi gente trabajar hasta altas horas de la tarde sus abrumadoras jornadas, vi jóvenes como yo, realizando el mismo trayecto tanto hacia mi dirección como en oposición, rodeado de estos jóvenes cuyas presencias no eran para mi compañía, y dudo que yo lo halla sido para ellos, es probable que no los vuelva a ver, o quizás nos vemos todos los días y no lo había notado, realmente no lo se, y a pesar de mi esfuerzo dudo poder reconocerlos si los veo otra vez, desciendo hacia el los andenes de la estación “Los Héroes” y veo con sorpresa como un par mixto de carabineros retiene en una esquina a la señora que todas las tardes vende chocolates en la estación, transito cerca de la situación, sin patente, eso es lo que la limita a ganarse la vida con honestidad, la miro a los ojos, claramente no me reconoce, no se si es porque jamás recuerda a sus clientes o porque sus ojos llorosos llenos de miedo y frustración le imposibilitan apreciar mi rostro con claridad, siento lastima mas no puedo hacer nada, sentimiento habitual en mi persona, y quizás la causa por la que decidí estudiar psicología. Sigue mi viaje, uso mi pase escolar y un pitido me sorprende al avisarme que no puedo volver a mi hogar si no tengo dinero, los tiempos modernos han alzado su voz, me dirijo a recargar mi tarjeta, siguiendo el espíritu de mi nueva tarea, opto por saludar amablemente a la cajera, creo que nunca las había mirado a la cara, mas me regala una sonrisa, con mi pase cargado desciendo en dirección a los trenes, estos sorpresivamente tardan mas de lo habitual, mas todos y cada uno en la estación logra evadir la tarea de mirarnos los rostros mutuamente, de conocer a nuestros compañeros de viaje, mirar al suelo parece mas atractivo, menos compromisorio en un mundo tan individualista, todos menos yo en esta ocasión. El tren se detiene abriendo sus puertas frente a mi, dándome la bienvenida, ingreso y me apoyo contra la puerta contraria, sin temor a que un error la abra y me cause una muerte dolorosa.

Un joven afroamericano se afirma del fierro central, a pesar de que este disponible para cuatro personas, nadie lo acompaña, nadie nota su presencia a pesar de tener un aspecto diferente al común de la gente del país, la indiferencia no discrimina. A mi lado una pareja conversa, ella le habla sobre una fiesta a la que asistió el fin de semana que se fue, luego se besan apasionadamente, sin pudor, las personas a su alrededor solo incrementamos ese sentimiento de soledad que da paso a la intimidad y el amor, descienden en Baquedano, una mujer rubia entra y me acompaña con una sonrisa, parece demasiado bueno para ser cierto, alguien realiza la misma tarea que yo, quizás a diario, mas no fue mas que una ilusión cuando su teléfono celular la invito con su sonido a evadir su entorno. Llego a mi destino, Estación Los Leones, y me dirijo a mi departamento, muy cercano a la estación, se da la instancia de caminar completamente solo, es una noche realmente fría, el conserje amablemente me abre la puerta del edificio, al fin estoy en mi casa, el viaje se me hizo mas largo de lo habitual.





Autor: Fernando Hormazabal

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