Bendición como maldición,
Su toque santo y profano
Eleva y hunde la cognición,
Llenando y vaciando el corazón
Con sus cazos de espejo claro.
Con sus espejos en acto triunfante
Me muestran la cara sucia
Y las manos picando por crear algo.
Quiero levantarme y dejar
Atrás las aulas repletas
De tanta gente muerta.
Quiero correr a los jardines
Respirando por la boca,
Abierto crucifijo roto.
Dame, ¡ay!, un vaso de poesía,
Un cedazo abierto en plegaria,
Dame una bala de domingo de ramos.
Quien sea, quiera lo que quiera,
Que me traiga un beso en verso
Y que me dé una sopa de letras.
Tengo hambre, tengo sed,
Tengo espinas del hastío clavadas
Bajo las pupilas negras de negrura.
Quiero abrir las piernas rojas
Para recibir definitivamente
Una caricia de literatura.
Una caricia de literatura que me abra
La entrepierna con ardiente metal
De dulce guitarra encabritada.
Trocaré el hueso por silencio,
Venderé el silencio por la palabra,
Y forjaré valentía a partir de frases sueltas.
Quiero decir, es más, quiero decir
Que no dejaré herencia
A los tábanos del desierto.
Plantaré a mi hijo, escribiré mi árbol,
Y para rematar mis deseos de romper,
Daré a luz a un libro, eventualmente.
Quiero que sea libro de selva urbana,
Capaz de hacerle justicia
A la pura y libre poesía.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
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