Una abuela sentada en plaza de armas
Mira a los transeúntes de soslayo.
Tiene arrugas, negras y rojas,
Que le parten la cara, la hacen espejo roto.
Cuando cree que nadie la está mirando
Se incorpora, gorda como una campana,
Y se para sobre la punta de sus pies.
Como rezando a lo alto estira sus brazos,
Desarmándose en reverencias y murmuraciones.
Entonces, doblada en toda su envergadura
Queda quieta como una tumba bajo el sol.
La gente a su alrededor finge no mirar,
Maravillados por su incomprensible ritual,
Pero la abuela no se da por enterada,
Sudando profusamente por sienes y axilas.
Después de unos instantes de perplejidad,
Como si olvidara lo que estaba haciendo,
Vuelve rápida y silenciosa a su posición inicial,
Y sentada nuevamente en su banca
Agarra una revista y empieza a saludar a las moscas.
Verano en Santiago.
Abuelita en plaza de armas.
Autor: Felipe Guzmán Bejarano
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