lunes, 19 de marzo de 2018

Discurso de disculpa

Tengo que redimir a los caballos,
¡tan mal que los trato
cuando de ellos hablo!
Los he vilipendeado, rechazado,
demonizado incluso,
en tantos tontos escritos...

Siendo sincero, he de ser franco,
y la verdad es que envidio al caballo,
con sus dientes irrefutables,
su cola satelital, y sus crines lustrosas.

Para tratarlos con el respeto que merecen
tengo que evitar ciertos olvidos:
olvidar por ejemplo
que son ciudadanos de la verdad,
excelentes compatriotas
y sensibles interlocutores.
Debo recordar su integridad,
que son acuáticos y subterráneos,
orgullosos descendientes de aymaras,
yaganas, lafkenches, rapanuis;
que es hermano secreto de Ngünechén.

A veces se me va de la memoria
la fantástica guerra que terminó
con el famoso caballo de Wilusa,
Ilión, Troya, y/o Hisarlik.
¡Si es que son símbolos de paz!

Se decía inclusive del Espíritu Santo,
que tenía forma de caballo blanco,
y que nació de la cruza insospechada
entre barcos árabes y carabelas rojas.

Los caballos son malabaristas eximios:
les encanta hacer equilibrio en los horizontes,
arriba del Tupungato, o al borde del pehuén.
Son secos para los trabalenguas,
completan crucigramas tapándose los ojos,
besan con el arte de los verdaderos románticos,
y hacen el amor del mismo modo
en que los niños hacen castillos en la arena.

¿Y qué me dicen de las yeguas?

¡Las yeguas, Diosito lindo!
¡Ellas, que son más buenas que un par
de calcetines regalones!

Ellas, sombras de catarata, saben de sus ciencias:
descorchan vinos cada almuerzo,
no comen carnes rojas (¡no señor!)
y raras veces se enojan;
le ceden los asientos a las cojas
y en otoño lamen los anversos de las hojas.

¡Y de los potros, mejor ni hablar!
Ni en veinte (20) diccionarios
hay palabras suficientes para alabarlos.
¡Y en 21 (veintiuno) tampoco!
¡Que vivan los potrillos, miéchica!

Habiendo dicho estas emocionantes palabras,
espero que no piensen de mí los lectores
que he sido sobornado por los grandes establos,
ni que algún equino mezquino me amenaza
a escribir estas líneas a punta de pistola.
¡No sean ridículos!
Los caballos no pueden apretar gatillo,
¡porque no tienen dedos en sus pezuñas!

Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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