domingo, 14 de mayo de 2017

Telar

Recorro la casa, la caverna originaria, la miro luego de años de sabérmela de memoria.
Sus paredes de adobe, su techo alto e inalcanzable, las réplicas de cuadros famosos,
El curioso hecho de que las puertas no tengan pestillos funcionales y todos los usen igualmente.
Me detengo, tocando con los dedos y las pupilas los detalles, aspirando el frío,
Las baldosas inmateriales, los estantes en desuso llenos de saber olvidado,
Muebles y muebles que parecieran no existir de tanto que los conozco.
El pasillo de dos metros que se urde entre los universos del segundo piso:
La selva bohemia, araucana, revolucionaria, gatuna, enfáticamente solitaria;
La caja de recuerdos de mi difunto abuelo, tal y como estaba el día en que murió;
El nido de colchas y plumas, donde se concentra toda la luz que llega a la casa;
El baño. Nunca me gustó el baño.

Caen los recuerdos como una cascada por la vieja escalera de madera roída por el tiempo:
Las flores de los balcones, en verano, resecas y ardiendo en un calvario verde entre los cables;
El sinfín de goteras, derruyendo el patio interno con su sangriento odio de lluvia;
Recuerdo la tarde en que ese perro diabólico casi le arranca la cara a mi hermano de un mordisco;
Gorras llenas de polvo, té en tacitas infantiles, el sillón con arañas, los libros de animales,
La misma cajita musical de la que me enamoré, fotos de antes de que naciera, las biblias,
Un árbol de plástico decorado para la pascua y con menos de un metro de altura,
El pan italiano, el tarrito con queso rallado, la endeble mesa indestructible,
La sonrisa y los besos de mi abuela querida.

Flores, delgadas, minúsculas, restallando de miseria y orgullo en la mesita de cristal.
¿A dónde fueron a parar los cisnes de bronce? ¿Qué será de mi tía, exiliada en su destino?
¿Cómo soportan las mujeres de esta casa la silenciosa mirada de la melancolía?
Comen en la misma mesa en que encontraron que él ya no estaba vivo, y ríen, olvidan,
Recuerdan demasiado, se borran en conversaciones amorosas o banales, callan y comen.
Yolita, Marcelita, se descosen poco a poco en esta casa elemental,
Y con sus hilos sueltos van tejiendo nuevamente historia,
La desarman y la vuelven a armar en un juego infantil
Que me marea demasiado seguir con el corazón.
Deténganse un poco, les pido, lloren, sanen,
Al menos duerman un poco, por favor.
El telar puede esperar una noche.

Autor: Felipe Guzmán Bejarano

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