miércoles, 5 de diciembre de 2012

Muerte en las Torres - Parte 2 y Final


El eterno aullido de una sirena, con sus altibajos ritmos penetro en mis oídos, en mi mente perduraba el eléctrico zumbido característico del sector de las torres. La sirena se sincronizo con el aullido incesante del nonato, tornándose así en una infernal sinfonía que se marcaba como agujas en mis tímpanos, siento la cercanía del carro policial, las vecinas comienzan a abrir las cortinas, mi silueta se remarca en el pavimento, quieto, inmóvil, ensordecido. Siento la inestabilidad de mi cuerpo, mi equilibrio torna nulo y caigo de rodillas.
-¿Porque no dejas de llorar?
- ¡Cállate!
De el vientre del cadáver de esa prostituta surge el incesante llanto intrauterino de aquel feto agonizante que lleno de ira me insulta de maneras inefables.
La sirena se siente cada vez más cercana, implorando justicia ante el crimen que he cometido, cierro los ojos y siento los golpes eléctricos que me deparan una vez que se dictamine mi condena. Un intenso dolor en las cienes, llego a la conclusión de que es a causa del acoplado sonido penetrante que me ha sometido durante lo que para mi ha sido una eternidad.
No lo soporto más. A mi costado visualizo al único testigo de mi cruento actuar, un hombre yace inconsciente en la vereda, perdido ante el abrazo de Dionisio, junto a el una tumbada botella de vino barato completamente vacía.
Extiendo mi mano.
Llegó la policía.
Tomo la botella.
El carro policial abre la puerta, desciende un oficial armado, quien siguiere me quede quieto.
En mi mente, el eterno llanto del nonato junto a aquel zumbido eléctrico. Desesperado golpeo la botella contra el pavimento, y aferrado firmemente al cuello de esta, tal como lo estuve al cuello de la mujer que ahora yace muerta a mis pies. Clavo aquella botella en mi oreja.
Sordo, desorientado, caigo desmayado mientras mi oído derecho sangra privándome de aquel llanto infernal. Se que en unas horas más estaré muerto, sucumbiré desangrado en la camilla de una ambulancia, para luego enfrentarme a quien con sus gritos me impulso a la muerte, clamando justicia por haberle privado la vida.
Fin.
Autor: Fernando Hormazabal B.

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